Fue un impulso. Estaba a una persona del soldado con fusil que resguardaba la alfombra roja (sí, había alfombra roja) y me apoyé en los hombros del tipo que tenía al frente para adelantar mi cabeza hasta quedar lo más cerca del maldito y grité « asesino conchetumadre». Pinochet me miró aún riendo, pero su cara se desfiguró hasta transformarse en una mueca de desconcierto.