“Cuando se fueron los agentes de la Guardia del Palacio y cambiaron de bando, el presidente Allende me llamó. Estaba en el salón Toesca, en una mesa grande, sentado sobre la mesa y con los pies colgando. Estaba solo. Me acerqué y me dijo que estaba liberado para retirarme junto con todos los funcionarios a mi cargo. Le contesté: –Yo voy a quedarme-. Entonces me dijo: –Estaba seguro de que usted se iba a quedar, porque los viejos robles mueren de pie-. No fue nada grandilocuente, sólo una cosa sentida”.