«El odio es rectilíneo y no teme la verdad: la envidia es torcida y trabaja la mentira. Envidiando se sufre más que odiando: como esos tormentos enfermizos que se tornan terroríficos de noche, amplificados por el horror de las fantasmagóricas tinieblas. El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces, cuando quiere borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de corazones pequeños, secos, enjutos y carentes. La envidia nace, pues, del sentimiento de inferioridad respecto de su objeto.»