La ironía es aplastante. Si alguien tirara un cóctel molotov en una manifestación contra el Gobierno estadounidense en Washington, sería arrestado y acusado de terrorismo doméstico. Hasta la pena de muerte o cárcel por vida recibiría. Pero cuando en Venezuela las autoridades detienen a los manifestantes por actos vandálicos y violentos —nada que ver con la protesta pacífica que profesan los opositores—, se levanta el coro mundial en contra de la «dictadura venezolana». Son «presos políticos» los pobres muchachos que acaban de quemar una sede del Tribunal de Justicia, golpear a un policía o matar a un guardia nacional.