Marzo de 1974, Escocia. Bob Fulton, de 51 años, un inspector de la fábrica de Rolls-Royce, regresa a su mesa de trabajo, molesto y ansioso. Acaba de reunir a sus compañeros de trabajo para tomar la decisión de no hacer el trabajo que necesitan los motores de los aviones de la Fuerza Aérea de Chile en protesta por el reciente golpe militar brutal. Había visto las imágenes en la televisión, de los aviones que bombardearon la capital de Santiago y el estadio de fútbol llenos de gente a la espera de ser torturada o peor.