Henry Gadsden, por entonces director de la compañía farmacéutica Merck, le dijo a una revista de negocios que la industria farmaceútica  tenía un problema: estaban limitando su base de clientes al tratar enfermedades. Si reinventaban la enfermedad, de manera que se pudiera tratar no solo a los enfermos, sino también a quienes estaban bien, y lograban que tomar fármacos fuera tan cotidiano como masticar chicle, podrían medicar la vida moderna.