Como en las monarquías, antaño el poder era privativo de la  familia aristocrática: nadie se extrañaba que se heredara de padres a hijos o primos y sobrinos, (los Alessandri, los Frei, los Errázuriz, los Pintos…, hoy ocurre lo mismo con los Piñera, Bachelet, que se turnan en el poder); la única diferencia con la monarquía de derecho divino  es que el poder no viene directamente de Dios, sino de los electores.