Mucho antes del denominado “estallido social”, se fue larvando una sensación de que las cosas llegaban a un límite insostenible. Pero esa sensación no tuvo como escenario ni el gobierno, ni el parlamento, ni los grandes malls, ni algunos balnearios elegantes. Desde las alturas de La Dehesa, no se alcanza a percibir las amarguras de la pobreza, ni la desesperación de gente que no puede llegar a fin de mes, ni la madre que vive la incertidumbre del futuro incierto de sus hijos, ni la impotencia del anciano que recibe una pensión que no alcanza ni siquiera para comer. Desde allí, las cosas se ven tan pequeñas que parecen no existir.