Hasta que la dignidad se haga costumbre; hasta que la dignidad se haga tan cotidiana como la marraqueta en la mesa diaria, gratificante y simple como un beso, una sonrisa, un abrazo, como un verso inacabado, un brindis por el nuevo país que está naciendo.
Qué hermoso y motivante es volver a ver las calles inundadas de vida, de reencuentros, fraternidad es la consigna declarada, los barrios en ebullición, transformados de la noche a la mañana en espacios de reflexión, debate y participación sobre lo que nos incumbe, nos afecta y nos duele. No hay duda, no solo recuperamos las calles y avenidas, lo más valioso es que recuperamos el sentido de comunidad, el “nosotros”, la confianza en nuestras propias fuerzas, solo de nosotros depende construir un nuevo Chile.