El no castigo a los graves crímenes cometidos ha generado una cultura de impunidad que produce nuevas impunidades. Ya no sólo se trata de impunidad a la tortura y a la muerte, sino el no castigo a los delitos económicos cometidos por militares y policías; la no justicia a la corrupción, colusión, elusión y evasión que realizan los poderes económicos; la no legitimidad de leyes que se aprueban en un parlamento capturado por el empresariado, en un sistema político corrupto que transgrede día a día los derechos de las personas.