«no es, pues, la suerte de la filosofía y de sus cultores la que se juega en una decisión como la de suprimir la enseñanza de la filosofía del currículum escolar; es la fisonomía de la cultura pública en Chile la que, siquiera en parte, se arriesga en esa decisión. Uno de los rasgos de una cultura moderna es la autonomía que enseña a sus miembros; pero una autonomía que no está acompañada de capacidad reflexiva, de la insolencia de preguntar hasta el límite -todas cosas que la enseñanza de la filosofía puede ayudar a adquirir- es una autonomía meramente formal, es una autonomía indefensa frente al prejuicio y al poder»