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Historia - Memoria, Salvador Allende Gossens

Medio siglo

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“Yo vi del polvo levantarse audaces
a dominar y fenecer tiranos,
atropellarse efímeras las leyes
y llamarse virtudes los delitos.
Vi las fraternas armas nuestros muros
bañar en sangre nuestra y combatirse,
Vencido y vencedor, hijos de Chile”[1].

(Leandro Fernández de Moratín: “Elegía a las musas”)

 

UN NUEVO CUATRO DE SEPTIEMBRE

Hace exactos cincuenta años atrás, un cuatro de septiembre de 1970[2] fue elegido presidente de Chile Salvador Allende Gossens, probablemente, la figura más notable de todas las que jalonan la historia de la que aún creemos ‘nuestra’ nación. Sería consagrado como presidente de la República en los meses sucesivos y entraría en la casa de Gobierno un 4 de noviembre de ese mismo año para no abandonarla jamás. Porque aquella casa, aquel palacio no sería solamente su lugar de trabajo sino su pertenencia, su propiedad, la propiedad de todos nosotros encarnada en su figura. Y, en términos más absolutos, su mortaja, el lugar que cubriría los despojos del más preciado bien que dejaría en ella: su vida.

Fue el gobierno de Salvador Allende la culminación de un sostenido proceso de avance de las fuerzas populares para hacerse en las manos con el área administrativa del aparato estatal y, a partir de allí, intentar la construcción de una nueva sociedad sobre la base de los principios de solidaridad, cooperación e igualdad.

La elección de Allende marca un hito no sólo en la historia de la República, sino en la vida particular de todos aquellos que vivimos esa época y decidimos consagrarnos a la causa popular. Puedo afirmarlo sin temor a equivocarme: aquel hecho dio comienzo a la época más bella en la vida de muchos de nosotros. A pesar de los problemas propios que derivan de la inevitable y necesaria interacción entre los seres humanos. Tres años en los que experimentaríamos, en carne propia y por primera vez, lo que Francesco Alberoni llamaría, más tarde, ‘stato nascente’, estado anímico en el que la euforia hace presas de una población que se encuentra a sí misma, que descubre la fuerza de sus convicciones, su propia potencialidad y, de pronto, se ve impelida a festejar todo aquello, a cantar, a reír, a gozar de la vida, a invitar al vecino, al amigo, a quien está a su lado, a participar de ese estado especial de sublimación en donde no hay lugar para el pesimismo o la desesperación, en donde todo se ve positivo, todo es bueno, todo es alegría. Porque se quiere construir una sociedad nueva, con nuevos valores, con nuevos principios morales, con generosidad hacia los demás, con amor, cariño, dedicación. ¿Podrían, acaso, si no de esta manera, interpretarse aquellas sentidas palabras con las cuales el presidente electo se despidió de nosotros en la noche de aquel 4 de septiembre, desde los balcones del edificio de la FECH, en Alameda?

“Irán a sus trabajos, mañana o el lunes, alegres y cantando; cantando la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro. Con las manos callosas del pueblo, las tiernas manos de la mujer y la sonrisa del niño, haremos posible la gran tarea que sólo un sueño responsable podrá realizar.

Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria.”[3]

El ‘stato nascente’ hace milagros. Desencadena los sentimientos del ser humano. Lo desnuda para mostrarlo en su más íntima expresión. Desencadena su creatividad; desencadena su genio. Abre, en toda sociedad, un periodo de vasta producción intelectual. Hace del ser humano un ser sublime. Lo que nos lleva a comprender por qué en ese período hubo tanta elaboración artística. Y porqué hizo su ingreso a esta nación tanta intelectualidad mundial.  No fue casualidad que llegaran a estudiar ese Chile tan especial personajes que hoy han contribuido al desarrollo teórico de la humanidad como André Gunder-Franck, Immanuel Walerstein, Eduardo Fioravanti, Manuel Castells y muchos otros. No fue casualidad la proliferación literaria. Ni fue casualidad, por tanto, que nuestros ídolos juveniles fuesen Miriam Makeba, Joan Báez, Raymon, Silvio Rodriguez, Pablo Milanés, Alfredo Zitarrosa, entre muchos otros. Ni fue casualidad que cantáramos junto a ‘Inti Illimani’, ‘Quilapayún’, Isabel y Angel Parra, ‘Los Zunchos’, y multitud de otros artistas y cantautores como Victor Jara, Osvaldo Rodriguez, Payo Grondona. Porque se trataba de una época en donde la creación artística en todos sus niveles parecía haberse desatado. Era una época de alegría y creatividad. En todo sentido. Por eso cantábamos, ilusionados, junto a Dean Reed:

Con todos los obreros
no nos moverán,
Con todos los obreros
no nos moverán.
¡Y quien no crea,
que haga la prueba!
¡No! ¡No nos moverán!

O, con Quilapayún, luego de la nacionalización de nuestras riquezas básicas:

“Nuestro cobre
Ahora estás en casa
Y la patria te recibe emocionada
Con vino y con guitarras.
Son tus dueños los mismos que murieron
Porque no te llevaran
Y de aquí ya no te mueven ni con sables
Ni tanques ni metrallas”.

 

¿Qué pasó, sin embargo, que hizo malograrse todos aquellos sueños? ¿Qué ocurrió para que un grupo de audaces pusiera fin a ese sueño maravilloso que nos invitaba a construir un Chile por nosotros mismos y no por mano ajena, aduciéndose que se realizaba todo aquello para terminar con un régimen que había conducido a Chile a una ‘crisis moral, social, económica y política’? ¿Era cierto todo ello?

 

LAS VERDADERAS CAUSAS DEL GOLPE

Se ha escrito mucho acerca de los motivos que impulsaron a los generales y almirantes insurgentes a levantarse en armas contra el presidente Salvador Allende y su Gobierno. No obstante, hay factores a los que nadie se ha referido en forma directa.

En la teoría de la organización existe un axioma que es crucial para entender que la marcha de las naciones no es sino la marcha de la humanidad en busca de su destino. Y no lo contrario. Porque es el todo quien hace a la parte y no la parte al todo; y, además —algo que es necesario, siempre, tener presente—, que el hilo se corta por la parte más delgada.

Es un hecho conocido que los fenómenos recorren ciclos de existencia; también lo hacen los sistemas, como lo es el capitalista. A lo largo de los años, los ciclos que recorre el sistema capitalista parecieran encontrarse perfectamente alineados con los ciclos que recorren, igualmente, sus distintas formas de acumular. Estas formas, también se agotan, cumplen su ciclo y requieren ser reemplazadas por otras que sean capaces de revertir la alicaída cuota de ganancia, fenómeno que resulta crucial para los estamentos ávidos de plusvalor[4]. Ello implica que esas formas de acumular agotadas deben ser reemplazadas por otras o, al menos, modificadas, para enfrentar con éxito los desafíos que el futuro exige a los estamentos dominantes en esa sociedad. Porque tales fenómenos se encuentran estrechamente vinculados al desarrollo de las fuerzas productivas que, a su vez, fijan las condiciones para el funcionamiento óptimo de las relaciones de producción. Cuando eso no sucede, la época de revolución social — que puede ser tanto conservadora como innovadora —, se hace inminente.

Por eso, para nosotros, las causas de las asonadas golpistas no radican en las acciones simples de sujetos no menos simples que sus actos —como el ingreso en el último minuto de Pinochet al magnicidio—, sino en esa circunstancia que se repite majaderamente en la evolución del sistema capitalista: el agotamiento de las formas de acumular que periódicamente se introducen dentro de su modo de producir. Dejémonos de afirmar ingenuidades tales como que fue la culminación de la lucha entre los que querían destruir a Chile y quienes querían salvarlo, entre quienes practicaban el bien o quienes deseaban el mal, entre los que creían o no creían tal o cual cosa, O como decía el propio Pinochet, la lucha entre chilenos buenos o malos. Menos, aún, atribuir el hecho a la genialidad militar de un puñado de insurrectos. El desplome de un gobierno no puede explicarse con bromas de mal gusto que, a menudo, formulan ciertos analistas poco serios, a la vez que una manifiesta demostración de incapacidad de los mismos para entender la dinámica de los procesos sociales. Porque dejan en la incógnita el verdadero por qué, la razón que guía la ocurrencia de ese mismo movimiento militar. Y en filosofía, los fenómenos no se explican con ‘peticiones de principio’, ‘círculos viciosos’, entelequias o sofismas, que es como explicar sin explicar o, simplemente, dejar las verdaderas explicaciones en la penumbra.

 

EL ADVENIMIENTO DEL GOLPE

Lo que es cierto es que las formas de acumular se agotan en el tiempo por la baja tendencial de la cuota de ganancia; entonces, los negocios ya no resultan tan rentables para los inversionistas y el dinero comienza a acumularse en las bóvedas de los bancos. La forma de acumular o modelo se agota y comienza a exigir que se realice un drástico cambio en su funcionamiento o, simplemente, se la abrogue y reemplace por otra. Las clases y fracciones dominantes ven amenazada su forma de dominar. Es lo que sucedió en Chile en 1973, fenómeno que venía manifestándose desde hacía ya muchos años. No olvidemos que Eduardo Frei sufrió algunas de esas advertencias, especialmente con la rebelión de Roberto Viaux Marambio, asonada que recordó en un memorable discurso, señalando haberse paseado por los corredores de La Moneda, durante esos sucesos, para detenerse ante el cuadro

“[…] de aquel que llegó a la inmolación”,

en una inequívoca referencia al presidente José Manuel Balmaceda, quien se suicidara un 18 de septiembre al interior de la Legación Argentina, en Santiago.

Si la base económica de la sociedad, sobre la cual ha construido ésta su normatividad jurídica y su cultura, acusa graves deterioros, no puede sino presumirse que todo el edificio institucional levantado sobre tan febles bases corre grave riesgo de derrumbarse estrepitosamente. Gobierne quien gobierne.

Y, puesto que así había sucedido en Chile, el golpe vino, el tan anunciado golpe se hizo presente; se dejó sentir con la fuerza de un huracán, como un cataclismo interminable que no dejaría en pie rastro alguno de la institucionalidad anterior. Porque las clases dominantes no solamente pueden destruir y construir la institucionalidad que quieren —derecho que, naturalmente, niegan a las clases dominadas— sino atribuir a los golpistas la calidad de ‘salvadores’, porque les han evitado perder sus privilegios y prebendas.

Por consiguiente, no fueron los complots que enaltecen a los conspiradores lo que condujo a la realización de ese magnicidio ni la genialidad en la conducción de la misma atribuida a los generales insurgentes sino la acción un simple modelo de economía hacia adentro que se había tornado inservible. He ahí nuestro ideario en cuanto a las verdaderas causas que hicieron explosión en 1973, apenas tres años de haber sido terciada la banda tricolor del mando institucional sobre el pecho de quien pasaría a ser el más grande de los presidentes chilenos.

 

 

NADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE[5]

Allende fue elegido con una mayoría relativa porque así lo establecía el sistema institucional chileno. Todos los presidentes que lo precedieron en el ejercicio de esa labor habían sido confirmados de la misma manera por el Congreso. Es una afirmación malévola que solamente busca una manera sucia de justificar el golpe en su contra asegurar que Allende fue un presidente elegido por una minoría. Porque esa misma minoría fue característica en la elección de todos los presidentes que lo precedieron en el cargo. Porque, de acuerdo a la Constitución de 1925, todo candidato que no alcanzase la mayoría relativa había de ser confirmado por el Congreso en calidad de presidente de la República. Por eso, también Allende, que fue elegido con una mayoría relativa, debió ser consagrado en el carácter de Jefe de Estado de la manera indicada. Por eso, no deja de ser notable que, a diferencia de otros —que recorrieron un camino inverso—, comenzara a legitimarse sucesivamente en los actos eleccionarios que se realizaron en la nación hasta mediados de 1973[6].

El 11 de septiembre de 1973, el golpe se desencadenó con la furia de las clases y fracciones de clase dominantes que veían en peligro su condición de tales. Ese día, Allende no entró solamente al palacio de Gobierno para reafirmar su calidad de gobernante sino hizo su ingreso a la Historia, jalonado de gloria y resplandores. No solamente a la mezquina Historia de una nación pequeña, enclavada en los confines de la Antártica, sino a la magna Historia, a la Historia Mundial, aquella que solamente escriben con sus obras los grandes personajes. Entró allí, directo, al panteón de los héroes, para escribir con su sangre una de las páginas más gloriosas de esa Historia. Allende, para honra de quienes, como nosotros, hemos estado permanentemente rescatando su memoria, y maldición de sus detractores, es hoy una de las más excelsas figuras mitológicas en la historia de la humanidad. Chileno, hombre como todos nosotros, murió dignificando a su pueblo, reviviendo en su gesta el sacrificio de todos aquellos que le precedieron. Como Arturo Prat quien, antes de iniciar su combate homérico, había jurado no arriar jamás el pabellón ante el enemigo, la vida de Salvador Allende también se extinguió junto al tricolor de La Moneda, hecho girones, flameando aún, heroico, ínclito, jamás doblegado, en lo alto del palacio en llamas. Allende entró a la Historia resplandeciente, metralleta en mano, peleando junto a un puñado de los suyos y del cuerpo de policía civil, defendiendo su honor de gobernante, en el interior de su palacio de gobierno en llamas, contra tres ejércitos y un cuerpo policial sublevados cuya única finalidad era tomar el control de aquella nación en el carácter de botín de guerra para repartir entre sus familiares hasta las plazas de los pueblos más humildes. Esa gesta, que nos enorgullece como chilenos, y que en uno de nuestros trabajos hemos querido llamarla ‘La epopeya de La Moneda’[7], refleja el heroísmo de un hombre único que revivió en su persona a los viejos héroes de los cuales se nutrió nuestra imaginación en los años que aprendíamos la historia de esta nación y parte de la historia de la humanidad. Porque Allende fue un hombre en el más exacto y emotivo sentido de la palabra. Le gustaban las mujeres o, como lo dijo una vez su amigo Gabriel García Márquez,

 “Amaba la vida, amaba las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas perfumadas y encuentros furtivos”[8].

Nuestro buen amigo Luis Sepúlveda, fallecido hace poco en España, en medio de la pandemia, dijo, una vez, que lo conoció

“Como un hombre excepcional, lleno de humor, de contradicciones y con una capacidad enorme de convencer, de seducir. Era tomador de vino, de whisky Chivas Regal y amante de los helados de coco”[9].

Así era Allende, hombre que, como muchos, gustaba de lo bueno. Y, agregaríamos nosotros, no solo ‘Chivas Regal’ —que es uno de los mejores whiskies ‘blendeds’ sino, también, los de una sola cosecha, los ‘one single malted’, pues hombre que sabía distinguir.

Nos había dicho ese 4 de septiembre que hoy recordamos:

“Yo les pido a ustedes que comprendan que soy tan sólo un hombre, con todas las flaquezas y debilidades que tiene un hombre, y si pude soportar —porque cumplía una tarea— la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza, acepto este triunfo que nada tiene de personal, y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre”[10].

Hoy, luego del fracaso del modelo neoliberal, para cuya imposición se ultimó, torturó  y encarceló a miles de nuestros compatriotas bajo la excusa de parte hacer de Chile una potencia económica, cuando se cumple medio siglo de aquel triunfo incomparable, cuando —bajo el modelo neoliberal, heredado de la dictadura pinochetista—, se multiplican los campamentos, el hambre, las ollas comunes y la miseria en las poblaciones, la figura de este hombre valeroso se hace cada vez más presente con esa sencilla propuesta de dar medio litro de leche a cada niño chileno, su proyecto de Nueva Constitución y un programa de Gobierno que las organizaciones sociales debieran, nuevamente revisar. Porque bien vale la pena volver los ojos al pasado y remover propuestas de antaño que pueden, hoy, cobrar plena validez. Muchos de quienes las plantearon, como el propio presidente Allende, cometieron el único grave error de adelantarse a su tiempo. Tal vez es el momento propicio para que las nuevas generaciones decidan si acaso ha llegado o no el momento de hacer suyas todas aquellas tareas que quedaron pendientes un 4 de septiembre medio siglo atrás. Nosotros, despidámonos de su recuerdo con estas palabras suyas, pronunciadas poco antes que el vuelo rasante de los aviones, que lo crucificaron en el palacio gubernamental, dejaran caer sus fatídicas cargas sobre aquel edificio:

“Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”[11].

Santiago, 30 de agosto de 2020

Notas:

[1] El poema de Leandro Fernández de Moratín, que he parafraseado al comienzo, se llama ‘Elegía a las musas’ y es posible encontrarlo completo en varios sitios de internet. En la parte final del original ha de leerse ‘España’ en el lugar donde he colocado ‘Chile’. Me enseñaron este poema con la palabra ‘fenecer’, que he empleado, y no ‘perecer’, como figura en internet.

[2] El 4 de septiembre de 1821 fue asesinado (legalmente, por supuesto) en Mendoza, el general José Miguel Carrera Verdugo, uno de los más excelsos hijos de Chile. Empleamos aquí el término ‘asesinato’ porque tal fue el calificativo empleado por el niño, hijo del prócer, José Miguel Carrera Fontecilla cada vez que su maestro, Andrés Bello, le inquirió sobre la vida de su padre en Argentina. José Miguel Carrera Fontecilla, después de haber encabezado el triunvirato en la llamada ‘Comuna de La Serena’ murió exiliado en Perú el día 09 de septiembre de 1860. Fue sepultado el 11 de ese mismo mes, en Lima, fecha que, curiosamente, coincide con el derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular. Y con el discurso que, ante su tumba, leyera el soldado obrero Ambrosio Larraechea describiendo su amor por las clases postergadas, que pareciera haber sido dedicado a la memoria de Salvador Allende.

[3] Para quien tenga interés en ello, puede encontrar el discurso completo de Allende que hemos citado, en piensaChile.

[4] Uno de los autores a quien llamó la atención la sucesión de estos ciclos fue Nicolai Kondratiev quien desarrolló una elaborada teoría al respecto.

[5] Empleamos, aquí, en el carácter de subtítulo, el nombre de la obra de teatro que escribiera don Miguel de Unamuno.

[6] Es el caso de Sebastián Piñera que, luego de haber sido elegido con la mayoría requerida por la constitución pinochetista, ha ido perdiendo legitimidad hasta llegar en diciembre de 2019 a un 6% de aprobación ciudadana. Piñera es un presidente legal, mas no legítimo.

[7] Véase nuestro libro ‘María Isabel’, escrito en homenaje a María Isabel Beltrán Sánchez, detenida en Santiago y ejecutada en Linares, presumiblemente, en el polígono de esa ciudad.

[8] Véase de Gabriel García Márquez ‘La verdadera muerte de un presidente’ , en CubaDebate.

[9] Entrevista a Luis Sepúlveda. Revista ‘Caras, N° 274, de 2 de octubre de 1998, pág. 106.

[10] Id. (3).

[11] “Últimas palabras del presidente Salvador Allende”, documento que se puede encontrar en piensaChile

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