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Salud, Salvador Allende Gossens

Salvador Allende al inaugurar el III Congreso Americano de Ministros de Salud en Santiago de Chile

Salvador Allende al inaugurar el III Congreso Americano de Ministros de Salud en Santiago de Chile
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Salvador Allende Gossens, Presidente de Chile

Señor Director de la Organización Mundial de la Salud Doctor Marcolino Candeau;
Estimado colega y amigo, Doctor Abraham Horwitz, Director de la Oficina Sanitaria Panamericana;
General Mario Machado, Ministro de Salubridad del Brasil;
Señor Enrique Urrutia Manzano, Presidente de la Corte Suprema de Justicia;
Estimado compañero y amigo, Carlos Concha, Ministro de Salud;
Señores representantes de las autoridades civiles, militares, de Carabineros;
Señores:
En primer lugar, pido excusas por no haber escrito ‐como era mi obligación‐ un discurso o una intervención, para este acto trascendente y significativo para las Américas y fundamentalmente, para el continente latinoamericano, ya que se trata de analizar la vida, la existencia y la salud del hombre nuestro.
Chile y sus médicos, los trabajadores de la salud de nuestra Patria, hace largos años comprendieron que era justo aquel axioma que dice: “ha mayor pobreza, mayor enfermedad”; “ha mayor enfermedad, mayor pobreza”.
Es por ello, que nos empeñamos en hacer posible dentro del régimen y del sistema capitalista que vivíamos, llevar la atención médica mental y farmacéutica, a las más densas capas de nuestra sociedad.
Y por eso, fueron los médicos quienes impulsaron la unificación de servicios que atendían la salud, y que también pusieron renovado empeño en modificar las leyes previsionales.
Concebimos la preocupación por el hombre, desde el instante mismo que el futuro ser está en el vientre de su madre, hasta la etapa que todos tenemos que recorrer en la vida.
Por ello es que nacieron, entre otras ‐por ejemplo‐ la Ley de Asignación Familiar pre‐natal, para entregarle a la mujer de nuestro pueblo una ayuda económica en la etapa de la gestación, a fin de poder, con ello, mejorar sus condiciones alimentarias, por lo tanto, nutrir mejor al hijo que estaba esperando, para obligarla a un control médico, a fin de recibir esta ayuda y prevenir, a través de esta pensión, la protección de su salud y la de su futuro hijo.
Concebimos los médicos chilenos, mirando más allá de las fronteras y aprovechando la experiencia internacional, una medicina integral, refundiendo los conceptos de fomento, defensa y recuperación de la salud y rehabilitación del enfermo.
Es por ello ‐repito‐ que caminamos los médicos, dentistas y farmacéuticos, con un paso más presuroso que otras actividades profesionales, para hacer posible un esfuerzo racional que llevara nuestra preocupación al hombre nuestro enfermo. Al mismo tiempo, conscientes de una realidad, dijimos que el equilibrio biológico, la defensa de la salud y el fomento y el desarrollo de ella, estaban ligadas a las condicionen ambientales. Y pusimos el acento en la vivienda, en el trabajo, en la cultura, en las remuneraciones.
De allí, entonces, que yo quiera señalar que en las palabras, tanto del Director de la Organización Mundial de la Salud, como la del doctor Mario Machado, existe un pensamiento y un contenido similares, en cuanto a relacionar la salud y el ambiente.
Quiero señalar que en las palabras del colega, compatriota y amigo, doctor Abraham Horwitz, fluye una concepción filosófica de la salud y la cultura, que tienen una gran proyección humanística. Y en cuanto al reconocimiento de la acción que me ha correspondido como médico; junto con agradecer el recuerdo que él ha hecho, quiero tan sólo decir que esta lucha ha sido la lucha de los médicos chilenos, y entre éstos estaba, precisamente, el doctor Horwitz, quien posteriormente, y por mandato de distintos países, desempeña el alto cargo que, con aplauso de este continente, vemos por la realización eficaz, el tesón y el sentido superior que ha puesto, para hacer posible elevar los niveles de vida y existencia, y defender la salud del pueblo continente que es América Latina.
Los médicos también dijimos, con claridad meridiana, que existía una salud para una élite, y no existía una salud para las grandes masas de nuestro pueblo. Hicimos presente, reiteradamente, que la cifra de morbimortalidad de los grupos de altos ingresos podía compararse con la cifra de morbimortalidad de los países del capitalismo industrial. Mientras que la cifra de morbimortalidad de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas reflejaba el drama angustioso de los que se alimentan mal de los que no han tenido acceso a la educación y a la cultura, de los que no tienen trabajo asegurado, ni techo dónde vivir.
Han pasado veinte años desde que Chile ‐en un loable esfuerzo‐ modificara ‐repito‐ la concepción de la atención médica, unificando los servicios que existían ‐que eran cuatro: el del Seguro Obrero, la Sanidad, la Protección de la Infancia y la Beneficencia para dar paso al Servicio Nacional de Salud, destinado a atender a los trabajadores y a sus familias.
Después de veinte años nuestra apreciación de la interrelación que existe entre salud y medio ambiente es más clara, entre salud y desarrollo económico, es más preciso.
Hoy, tenemos mayor conciencia y pensamos que es el marco económico y social de Chile y los países en vías de desarrollo, donde se inscriben las acciones de salud, a la cual concebimos como un proceso dialéctico, biológico y social, producto de la interacción entre el individuo y el medio ambiente, influido por las relaciones de producción que se expresan en niveles de bienestar, de eficiencia física, mental y social.
Para nosotros, la salud es, primero que nada, un problema de estructura económica y social, de niveles de vida y de cultura.
Me parece casi innecesario destacar la distancia sideral que existe, de las posibilidades de fomentar, defender o recuperar la salud para el hombre que vive en los países en vías de desarrollo, dependientes, de aquellos otros hombres que viven en los países del capitalismo industrial, o en los países socialistas.
Sin embargo, pareciera que una conciencia abre las expectativas, para darle al hombre el nivel humano y el humanismo que él encierra, en la apreciación justa de estos valores y hacer posible que la preocupación esencial de gobiernos y pueblos, sea precisamente el hombre.
Nosotros, antes que otros pueblos en América Latina, dictamos leyes de previsión social y estructuramos un Servicio Nacional de Salud.
Y yo puedo porque estoy frente a Ministros de Salud Pública, de países hermanos y países amigos hablar de la crudeza dolorosa de nuestra realidad, a pesar de los esfuerzos que han realizado todos los gobiernos que han antecedido al que presido.
No he negado, ni negaré jamás, lo que otros gobernantes pusieron de empeño, precisamente para hacer posible una mejor salud y más bienestar para nuestro pueblo.
Sin embargo, estas cifras son más que cifras, y ellas golpean nuestra conciencia fuertemente, porque implica un drama doloroso y profundo. Es la expresión de la patología social de nuestro pueblo.
50% de los niños chilenos, desnutridos; 40% de los niños, con disminución intelectual relativa; 25% de la población adulta masculina es bebedora en exceso. Hay 300 mil alcohólicos crónicos.
Tres de cuatro viviendas, no disponen de alcantarillado en la población urbana. Una de cada 17 viviendas campesinas tiene la letrina.
Y debo recordar, que la concepción técnico‐asistencial chilena, fue anterior al plan Baberich, que Inglaterra, demostrando una gran conciencia sobre el valor del hombre, presentara precisamente en los momentos más duros de una guerra que tanto la golpeó.
Es por eso, que cada vez nosotros, los médicos chilenos ‐y hablo como tal‐ creemos en la necesidad imperiosa de hacer entender que los grandes déficit de la vivienda, de la educación, del trabajo, la cultura y la salud, son las características de los pueblos de los distintos continentes, y que tienen como el nuestro, imposibilidades de alcanzar un desarrollo pleno, que permita satisfacer las exigencias mínimas del hombre.
Es por ello también, que las grandes masas populares nuestras, comprendieron esta verdad; quisieron con su sacrificado esfuerzo estar presentes en el proceso destinado a construir su propia historia y dar perfiles, también propios, a un destino mejor, nacido del esfuerzo común y de la responsabilidad solidaria de la mayoría de los chilenos.
Es por eso, que presido un Gobierno que encarna un proceso revolucionario, pero dentro de las características y tradiciones nuestras: en pluralismo, democracia y libertad.
Cuando el Pueblo llega al Gobierno, cuando las grandes masas populares toman conciencia de sus derechos y no olvidan sus deberes, tienen mayor fuerza para reclamarlos primero.
Por eso, nuestra experiencia en la etapa que estamos viviendo, nos enseña cómo el Pueblo demanda bienes y servicios, que nuestra propia realidad nos impide otorgar plenamente.
Hemos vivido especialmente y con satisfacción, el proceso de reclamos de amplios sectores ciudadanos, que ponen el acento en los servicios que son fundamentales: Educación y Salud.
Por ello, también es bueno señalar una vez más, lo que representa la acción conjunta del binomio Medico‐Maestro, en la defensa de lo que más vale, que es el capital humano.
Saben perfectamente bien, los trabajadores chilenos, que hay fallas de la infraestructura e ineficiencia de personal; que nuestra realidad económica no nos permite, por desgracia, ir con la premura que fuera menester, para entregar la posibilidad siquiera de contribuir en mejor forma a la defensa del hombre.
La vieja medicina individual, aun la medicina de equipos en los hospitales, la medicina en los consultorios, anexos en los hospitales, tienen que dar paso a una medicina que llegue donde vive la familia, donde trabaja la mujer o el hombre.
Vivimos una etapa en que ha sido imposible negar las necesidades esenciales del perfeccionamiento técnico científico.
Creemos que nuestra realidad es tan brutal, que si es justo que tengamos en el hospital especializado, el instrumento que permite operar el corazón o adentrarse en el cerebro, es indispensable tener conciencia, que necesitamos más que nada, que el médico llegue a los sectores rurales, a las poblaciones marginales. Y hay que sembrar en nuestros pueblos los consultorios externos con una concepción integrada de su acción.
Por ello, es que también quiero señalar, como una experiencia que vivimos nosotros y que en América Latina en mayor proporción debe vivir Cuba, el significado importante de la participación de la comunidad en los problemas de salud.
Cuando en las poblaciones marginales sin agua ni alcantarillado, la gente reclama el consultorio, uno sabe que encontrará en él analfabetos, compañeros; el germen de un hombre o de una mujer que quiere ser ayudante de salud y multiplicar la acción de la enfermera profesional o del médico.
Cuando nosotros hemos hablado de las deficiencias de la higiene industrial, de la falta de previsión de los accidentes en el proceso productivo, hemos tenido como respuesta ‐y con satisfacción lo decimos‐ que la CUT se apresta para preparar ‐en cursos dados en las industrias a 3 mil ayudantes de salud, por así decirlo ‐como se hizo el año pasado fundamentalmente en esta disciplina de prevenir los accidentes. Y este año queremos alcanzar la cuota de 15 mil.
Y cuando en una sociedad como la nuestra, en países como el nuestro, hay ciudadanos postergados, como son los aborígenes; como son, en este caso, los indios araucanos, es grato señalar que gentes que aún viven en rucas, entienden que pueden contribuir ‐y lo hacen‐ a defender la salud de aquellos que nunca supieron que existía la posibilidad de hacerlo.
Por eso también quiero señalar, que cuando concebimos nosotros la defensa del hombre, desde la etapa inicial de su existencia; cuando ‐como hace un instante dijera‐ nos preocupamos ya hace largos años, de las asignaciones familiares y fundamentalmente la Pre-Natal cuando a través de un esfuerzo común hemos logrado que se dicten las leyes que establecen obligatoriamente las salas‐cunas y las guarderías infantiles; cuando pensamos y sabemos que es cierto lo que alguien dijo y con razón ‐que el niño es el padre del hombre- cuando miramos las cifras obligatorias; cuando nos preocupamos por la infancia chilena; cuando sabemos que hay 1 millón doscientos mil niños para ser atendidos en guarderías y jardines infantiles; cuando sabemos que debe haber una ayudante ‐por lo menos‐ por cada diez de aquellos que deben recibir esta atención, nos encontramos que tendríamos que tener 120 mil funcionarios de un servicio para este objeto tan sólo, y además uno o dos profesionales por cada cincuenta de estos ayudantes. Y la realidad de nuestros ingresos y las
disponibilidades fiscales, impedirían crear un servicio, hipertrofiado hasta ese extremo, desde el punto de vista burocrático.
Entonces, se plantea la presencia de la comunidad; entonces, lo que el Dr. Horwitz señalaba, se encuentra la respuesta generosa de la gente, precisamente para atender la salud, y hemos planteado nosotros la necesidad de un servicio obligatorio de la muchacha y la mujer, para que, tres meses en su vida, la hija de los hogares burgueses pueda ir a las salas cunas y a los jardines infantiles de las poblaciones marginales; y para la muchacha de la población marginal, lo haga también, en sus propios jardines infantiles y salas cunas o en las de otros sectores, para hacer posible la vinculación entre la muchacha que hace de madre y la realidad de esos niños que reclaman una eficiente atención.
Por ello, es que también nosotros, con un esfuerzo, que queremos destacar, hemos ido a las modificaciones de las leyes previsionales y hemos incorporado al derecho a la previsión a 750 mil chilenos que no lo tenían, desde sacerdotes y Ministros de todos los cultos, hasta los pescadores. Y en este mismo recinto, en horas posteriores, en 48 quizás, firmaremos un decreto o promulgaremos mejor, una ley, iniciativa nuestra, que incorpora a dos millones trecientos cincuenta mil estudiantes a la Ley de Accidentes del Trabajo y enfermedades profesionales.
De allí entonces, que el Gobierno que presido, sobre la experiencia de estos años duros, se han fijado metas ambiciosas, pero que son en esencia, la convicción profunda que emana de la experiencia vivida. Queremos, a corto plazo, intensificar los programas de atención infantil, fundamentalmente el programa de otorgar leche. El Programa Materno Infantil, desarrollado en amplitud nacional.
Son básicamente dos puntos esenciales, junto con las campañas ya realizadas y que intensificaremos sobre todo en lo que se refiere a prevención y más que nada en la defensa de doce mil vidas, muchas y muchas veces de las cuales podrían salvarse y que hoy se apagan con las diarreas estivales.
Por ello, junto con nuestra lucha ambiental, hemos puesto el acento en erradicar los basurales, que marcan el retraso de nuestra capital.
Como meta del futuro, queremos un Servicio Nacional Único de Salud; una seguridad social única para todos los chilenos, un fondo único de pensiones y un fondo único de asignaciones familiares.
Tenemos dificultades y hemos puesto el acento también, en ampliar la matrícula en las carreras paramédicas, y en la propia carrera de medicina. Hemos aumentado la matricula en las universidades, con una comprensión extraordinaria de los señores Rectores, que a través de sus consejos en las universidades, que son autónomas, han puesto su buena voluntad para hacer posible el incremento de las profesiones médicas y para‐médicas.
Sin embargo, frente a la demanda del crecimiento vegetativo de nuestra población, el déficit proyectado nos señala, entre otras cosas, que en 1976, Chile no contará con 4 mil 300 médicos que son necesarios para los programas de salud, de continuar el ritmo actual de matrículas y egresos.
Tendremos un déficit superior a 2.300 odontólogos; un déficit superior a 9.000 enfermeras, de 4 mil matronas y de 15 mil auxiliares de enfermería. Si estas deficiencias, este déficit proyectado, esta falta de recursos humanos, lo revisáramos con inquietud, también tenemos que racionar nuestro desarrollo económico con las expectativas obligatorias que tenemos frente al hombre sano y al hombre enfermo.
Y aquí nacen también y es justo; aquí hay tan íntima relación reiteradamente expresada en el lenguaje de técnicos de solvencia mundial, que yo pueda, sin incursiones indebidas por el nivel de esta reunión, señalarles la experiencia dolorosa y el cerco que se levanta frente a países y pueblos que quieren alcanzar su independencia económica.
Chile vive un minuto duro de combate; la etapa de transición entre un régimen que queremos ‐dentro de los marcos constitucionales y legales‐ sustituir por una sociedad distinta, teniendo todas las dificultades provenientes de la contradicción del sistema capitalista y una de las ventajas que afianza el Socialismo estructurado, en la amplitud de su contenido humano y social.
Chile es un país igual que muchos, que esencialmente depende de un producto básico que es el cobre; el 75% de los ingresos de divisas de nuestro país, depende de la exportación de cobre, el 26% del ingreso fiscal también depende del cobre. Quiero decir entonces, cuál es la angustia de un país, por ejemplo, que ha visto en el mercado internacional como descienden y descienden los precios de este metal, sin poder intervenir en la defensa de él.
Quiero señalar, que en 1970 el precio promedio del cobre alcanzó un nivel de 59 centavos la libra; entre el año 1971 no alcanzó a 49 centavos, eso representó un menor ingreso en divisas para Chile de 195 millones de dólares. Sin embargo, produjimos más cobre en el año 1972; vamos a producir más cobre que el año 1971 y por cierto más que el año 1970, y vamos a tener menos ingreso que el año 1971, porque el precio del cobre no alcanzará este año ni siquiera a los 49 centavos promedio del año 1971.
Chile al igual que todos los países en vías de desarrollo, tienen ocupados gran parte de sus ingresos, para cancelar los compromisos derivados de deudas externas. Y es característico y no hay que olvidarlo, que las cifras dadas por CEPAL, señalan que el 35% de los ingresos en moneda dura, lo gastan la mayoría de nuestros pueblos en pagar los intereses y en amortizar las deudas externas.
Chile sabe y ha sufrido lo que es la lucha enconada de las grandes empresas transnacionales, que en defensa de sus intereses olvidan lo que son los intereses superiores de los pueblos que no trepidan, inclusive, en buscar los caminos del enfrentamiento en nuestros países, con la expectativa aun siniestra de un drama civil para defender las granjerías que durante tantos y tantos años han alcanzado. Y si hay limitantes directos, que obstaculizan la marcha de los pueblos que quieren su independencia económica básica y esencial, para alcanzar el desarrollo económico, y por lo tanto dar salud, hay también limitantes indirectos, que colocan a los países en vías de desarrollo en dramáticas situaciones.
Cuando se devalúa el dólar en escala internacional, crujen los mercados, y sienten el sacudón con más fuerza los países en vías de desarrollo.
Cuando todos tenemos que recurrir a las importaciones por la situación deficitaria por ejemplo, en el campo alimenticio, nos encontramos que nuestros productos esenciales, materias primas, en el campo internacional bajan y suben los productos manufacturados, pero suben también los alimentos.
Hechos al canto, como podríamos decir. La tonelada de leche en polvo ha subido de 500 dólares a 911 dólares.
Limitaciones extraordinarias para el programa de leche, por ejemplo, de Chile que no tiene suficiente producción interna como la mayoría de otros países. Somos también, por el déficit de producción agraria, importadores de trigo; y la tonelada de trigo subió de agosto a septiembre de este año, en 22 dólares. ¿Cuál es nuestra experiencia dolorosa? Que este año Chile tendrá que gastar 110 millones de dólares más, para traer lo mismo que traía el año pasado en alimentos y en repuestos.
He querido hablar como chileno frente a hermanos de América Latina; he querido exponer nuestra experiencia, para que se sume a la de Uds. y podarnos mirar en común, las metas y las luchas que debemos dar como pueblo continente.
Y por eso, que si miro con inquietud la realidad de mi Patria, no dejo de mirar con profunda y honda inquietud más allá de sus fronteras, porque siendo esencialmente chileno, me siento y con razón, ciudadano de América Latina, ya que nuestros pueblos emergen en una común historia y fueron hombres de nuestros pueblos, los que levantaron la común bandera de nuestra independencia política; y soldados nacidos en distintas tierras tuvieron la concepción patriótica de luchar por la Patria grande: la liberación de América Latina.
Es por eso, que quiero decir que los problemas nuestros son también los problemas de la mayoría de nuestros países.
¿Quién no ignora que 140 millones de latinoamericanos son semi‐analfabetos o analfabetos absolutos? ¿Quién no sabe que tenemos un déficit que aumenta anualmente de 19 millones de viviendas? ¿Quién desconoce que el 53% de los latinoamericanos se alimentan por debajo de lo normal? Y que la expresión de la incultura marca que 20 o más millones de hombres en nuestro continente, formado por blancos, indios, negros y mestizos ‐más de 20 millones- ignoran lo qué es la moneda como relación y vínculo del intercambio.
Y este continente estalla demográficamente. Defiende su alta mortalidad infantil con una alta natalidad.
Ya lo dijo el Ministro de Salud del Brasil, que hay 88% natalidad. De mantener este ritmo, el año 1980 seremos 379 millones de Latinoamericanos; aumentará la población en 55 millones.
Si hoy tenemos un déficit de 19 millones de viviendas, y ningún país de América Latina, sea cualesquiera el Gobierno que tenga, ha sido capaz de construir para el aumento vegetativo de la población.
¿Qué irá a ocurrir cuando seamos 379 millones de latinoamericanos? Si miles y miles de niños están marginados de la escuela primaria y cientos de muchachos de la secundaria; si miles y miles están marginados de la universidad; si acaso la cesantía, enfermedad endémica, que marca el drama de la gente sin trabajo, hoy alcanza un 10% y las proyecciones señalan que llegará para fines de esta década a un 16% de la población activa y que aumentará extraordinariamente con los que tiene trabajos disimulados o sub trabajos, ¿qué va a ocurrir?
¿Qué va a suceder? ¿Qué va a acontecer? ¿Cómo serán las presiones y las violencias que van a desatarse, lo que no quisiéramos que ocurriera?
Frente a hechos que tenemos que mirar con inquietud, pero que van a llegar y por eso debemos prepararnos, para que cuando lleguen, por lo menos hayamos tomado las medidas que mitiguen en parte, el reclamo justo de aquellos que piden pan, trabajo y cultura.
Baste señalar que el 40% de la población, vive en los sectores rurales y dos tercios de esta población tiene ingresos inferiores, a 225 dólares anuales.
Y si miramos el atraso tecnológico y económico, en relación con la productividad, podemos destacar que esto representa un cuarto y un sexto de lo que se registra en los países industriales.
América Latina, tiene factores estructurales, que la han llevado a que permanentemente den un déficit crónico en la balanza de pagos, a un endeudamiento externo que pesa brutalmente sobre nuestro continente; la inflación es una enfermedad que padecemos desde que vinimos a la vida. Somos países exportadores de capitales y vivimos empeñados, lamentablemente, en conseguir créditos. Vendemos barato y compramos caro. La tecnología la pagamos también elevadamente y a veces inadecuada para nuestra realidad; 600 millones de dólares al año gasta América Latina en tecnología, que a veces no podemos emplear porque nuestra realidad es muy distinta; que golpea la sociedad de consumo en Pueblos que tienen una existencia tan primitiva como la nuestra; ya no es una ironía, sino es una tragedia, porque además de desfigurar el sentido de la propia vida, hay grupos escasísimos, hay una elite minoritaria que vive al margen de la realidad de nuestras grandes masas populares.
Esto es lo que va a ocurrir cuando América Latina tenga 379 millones de habitantes a fines de esta década; década que ha sido señalada para este continente como la década del hambre, por un Ministro de Agricultura de los propios Estados Unidos; década del hambre, en países que han vivido con hambre.
Con razón, en la Segunda Declaración de La Habana, el Comandante Fidel Castro decía:

“en nuestro continente, mueren de hambre, enfermedades y vejez, enfermedades evitables y vejez prematura, cuatro personas por minuto, 5.500 por día, dos millones al año, 10 millones cada 5 años”. Y para reflejar la realidad de que somos países exportadores de capitales, agregaba “tal es nuestro continentes 4 mil dólares por minuto, 5 millones de dólares por día, 2 mil millones de dólares por año, 10 mil millones de dólares cada cinco años”.

Compramos caro, vendemos barato.
Es por ello, que respetuoso como tengo la obligación de serlo, y señalando que nosotros los chilenos y los gobernantes de este país no exportamos Unidad Popular, somos partidarios irrestrictos de la no intervención; que respetamos la autodeterminación pero que es conveniente no olvidar en un trabajo de la CEPAL, que entrega precisamente para este evento tan importante, se dice: “si no se introducen los cambios estructurales que requieren la mayor movilización de recursos invertibles, no se podrá acelerar el ritmo de crecimiento actual, acrecentar la ocupación productiva y mejorar la distribución del ingreso y esto significa menos salud. Una meta técnicamente factible, tendría que aumentar a 7% el producto interno para la región en su conjunto en el próximo decenio; exigirá modificar sustancialmente la política económica y la estructura productiva. Si no se hace eso significará menos salud”.
Las limitaciones al consumo necesarias para aumentar las inversiones productivas, sólo podrían lograrse restringiendo el consumo de los grupos de altos ingresos y si eso no se hace, significará menos salud para las grandes masas.
Las posibilidades de alcanzar este mayor dinamismo, dependen, en gran medida, del rápido crecimiento de los ingresos de exportación; ya hemos hablado de las dificultades que Chile ha vivido y que ha vivido Cuba; que han vivido países que luchan por su independencia económica y lo que representan las empresas transnacionales.
La expansión del comercio regional, mediante los procesos de integración que están en marcha y otros acuerdos que puedan concretarse, ofrecen posibilidades inmediatas para facilitar el logro de los objetivos de crecimiento. Paso largo se ha dado en el Pacto Andino y más corto en la ALALC; es necesaria la exportación de recursos externos, sobre todo para resolver el problema del déficit potencial exterior.
No podemos seguir endeudándonos, no podemos aceptar que se mantengan los mismos patrones de otorgamiento de créditos, no podemos seguir indiferentes a las relaciones comerciales, no podernos seguir aceptando que se nos impongan los precios de los fletes. En resumen, América Latina ha hecho bien, en vincular más y más a los países no comprometidos, y aquí, en este mismo recinto, hace algunos meses, la voz de nuestros pueblos resonó unísona, para reclamar tratos distintos en el aspecto comercial, en el desarrollo, en la ayuda técnica y científica, en la limitación de los armamentos y en la disminución, del precio brutal para las economías, que conllevan las deudas obligatoriamente contraídas.
Ya he hablado de Chile y me he proyectado hacia América Latina; he señalado la importancia que tiene el que se haya mirado con realismo, en el campo económico, la posibilidad de mejorar nuestros vínculos. Para eso nació la ALALC, y para eso, sobre todo, los países como Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile, hemos firmado los compromisos de Cartagena. Y el Pacto Andino, tiene la demostración de una visión del futuro, al intensificar nuestro intercambio comercial y al fijar los sectores productivos nacionales con el marco de un mercado de estos países signatarios.
Hemos mirado el futuro y levantado la concepción de empresas bilaterales o multilaterales, y por eso ha nacido la Corporación de Fomento. Se han dado las normas limitativas de las utilidades, sobre todo para los capitales foráneos invertidos en nuestros países; y se ha mirado la posibilidad de recuperar para nosotros, nacionalizando a plazos determinados las riquezas que están en manos del capital extranjero. Si eso ha ocurrido en el campo de las relaciones económicas y financieras internacionales, si vemos que hay un mundo en diálogo diferente, y lo estamos mirando, si acaso nosotros sabemos que esta es una necesidad para poder afianzar nuestro futuro, cómo no pensar que es posible y necesario que en el campo del hombre y la salud, los latinoamericanos podamos tener un lenguaje común.
Como hombre y como médico, me golpean lacerantemente las realidades que sufre América Latina en su juventud, como trasunto de un proceso que parece quebrar la moral en lo que más vale, que es el futuro y está en su juventud.
¿Cómo no pensar, aquí en la reunión de Ministres de Salud de las Américas, lo que representan las toxicomanías, las desviaciones juveniles y el escapismo que entraña el recurrir a las drogas, para escapar a una sociedad o a un mundo, que no le da a la juventud la preocupación de un destino distinto y el valor de su propia estimación?
¿Cómo no mirar el drama que conlleva el saber, que vastos y amplios sectores de hombres de nuestro continente, tienen como enfermedad social el alcoholismo, que es la expresión denigrante de una sociedad que no le da a este hombre su expectativa para arrancarse de la obscuridad gris de su diaria y cotidiana existencia?
¿Cómo no medir las proyecciones que ello trae en la intimidad de la vida, de la familia y del hogar, que tienen más valor que el déficit que implica en la disminución de horas de trabajo, en la falta de producción, o de productividad adecuada?
¿Por qué entonces nosotros, que hemos logrado entendernos, por lo menos en la etapa inicial de una integración, no podemos levantar hoy día, en que las barreras ideológicas, que ponen cortapisas para la acción común de los Gobiernos, un lenguaje en el campo de salud, consagrando los derechos del hombre americano, o latinoamericano, especialmente?
¿Por qué no hacer real y positivo el derecho a defender la salud de cualquier latinoamericano, en cualquier país que transitoriamente se encuentre? ¿Por qué no hacer posible una previsión social latinoamericana, para otorgarle al hombre de nuestros pueblos que pasa por el de cualquiera de Uds., si tiene un accidente, la recuperación económica mientras esté enfermo y la atención médica? Ejemplo importante y paso señero hemos dado con la República Argentina y con el diálogo que sostuviéramos en Antofagasta con el General Lanusse. Se puso término a 18 años de discusiones estériles y hoy día en Argentina los chilenos que trabajan y los argentinos que trabajan en Chile tienen derecho a atención médica y atención previsional. (Aplausos).
¿Cómo es posible que seamos remisos todavía al aprovechamiento de la experiencia técnica, de métodos y procedimientos en salud, vivienda y alimentación? Somos países con déficit alimenticios; somos países que estamos limitados y hay gente que no entiende y que protesta, por ejemplo, como en el caso de Chile, cuando se limita a la posibilidad de consumir carne de vacuno, ignorando que países productores de carne tienen que hacer lo mismo y que en Europa es indiscutiblemente un hecho; no se caracteriza la posibilidad de consumo de carne de vacuno para todos los europeos, ni siquiera una vez a la semana. ¿Cómo no aprovechar la experiencia que viene inclusive, de los albores, y más allá de los albores de nuestra vida en el caso, por ejemplo, de la semilla de quínoa o del lupino que tiene rica calidad proteica? ¿Cómo no aprovechar la experiencia de otros pueblos, con el poroto de soya, que puede entregarnos para nuestros niños leche que no somos capaces de darles como producción del ganado; todos estos problemas nos llevarían a mirar la necesidad de una información, de un cotejo, de un intercambio, en estos aspectos, que son fundamentales en la defensa y el cuidado de la salud?
¿Cómo no mirar el aprovechamiento racional latinoamericano, de que somos pueblos que con características similares, en los recursos humanos, en el conocimiento especializado, en el avance alcanzado por hombres o colectividades en cada uno de nuestros pueblos? ¿Cómo quedarnos silenciosos y callados, cuando hasta ayer hemos sufrido el hecho, o mejor dicho hemos sufrido la penetración foránea que ha implicado la salida de caudales poderosísimos y de riquezas que necesitábamos tanto; si desde el punto de vista material hemos sufrido esas consecuencias? ¿Cómo callarnos ahora, cuando el éxodo profesional, el aprovechamiento de la inteligencia nuestra, hace que muchos profesionales que necesitamos para nuestros pueblos, busquen en la posibilidad de un mejoramiento material ubicarse en otros pueblos, ignorando el esfuerzo que hemos hecho para que entreguen a sus Patrias la necesidad y la capacidad técnica que el pueblo con su esfuerzo, y en conjunto, hizo posible?
¿Cómo ser indiferentes al hecho que ha marcado y socialmente establecido que cientos y miles de profesionales salen de los países latinoamericanos para ir a desempeñar funciones indispensables en otros países, en otras partes, con el sacrificio de capacidades técnicas, por una parte y por otra con la inversión frustrada de millones y millones, que significa preparar a esos profesionales, enfermeras, matronas, médicos, médicos tratantes? Y por cierto no me refiero a aquellos que por su capacidad o especialización en el campo internacional tienen una responsabilidad que es beneficiosa para todos los países.
Por ello, también me preocupa y creo que es posible entender que América Latina puede dialogar sobre problemas que antes nunca quisieron nombrar y que aquí, siquiera someramente, destacamos: aborto, palabra tabú durante años y años en la moral de pueblos enfermos de inmoralidad, pero que representa en el drama de nuestras mujeres, en muchos países, la segunda causa de mortalidad general. ¿Cómo no hablar de la planificación de la familia respetando el derecho de la pareja, pero al mismo tiempo enseñando esa posibilidad de hacerlo de acuerdo con su propia condición; planificación de la salud que es distinta al control, por cierto, familiar? ¿Cómo no pensar con criterio y conciencia de latinoamericanos, que este continente es movido y sacudido por vendavales, por sismos, por terremotos, por inundaciones y que presurosamente, y con espíritu generoso pero improvisado, tenemos que correr a tender la mano fraterna porque también fraterna la hemos recibido en las horas duras cuando la naturaleza se nos estremece a nosotros?
¿Cuánto ha significado el último terremoto en el Perú y cuánto lo fue en Chile? Sólo puedo señalar que en tres provincias nuestras fueron destruidos parcialmente, o totalmente, más de 120 establecimientos destinados a protección de la salud, entre consultorios y hospitales.
¿Cómo no pensar que es posible, entonces, que los gobiernos destinen un porcentaje de su presupuesto para crear un fondo común que permita esta ayuda que es tan indispensable y necesaria, y que no puede ser el motivo de una generosidad que siempre se ha expresado pero que conlleva el sentido de la generosidad, cuando debe ser el sentido de la obligación fraterna de todos nuestros pueblos y nuestros gobiernos?
¿Cómo no pensar que la investigación científica debe ser indiscutiblemente orientada, para que esté de acuerdo con nuestras realidades, destinada a mirar los procesos de los servicios y la propia producción? ¿Cómo no poder encontrar la forma de entregar oportunamente la información técnica que hable de los avances alcanzados en este y otros continentes?
¿Cómo no poder mirar en conjunto, el hecho de que somos en nuestra industria químico farmacéutica sólo, países de transformación de esta industria intermediaria y no crear la posibilidad de una producción de síntesis o básica con un criterio de pueblo continente?
¿Cómo no mirar la necesidad de abaratar para nuestros estudiantes, sobre todo en el ramo de la medicina y carreras similares, la impresión de textos que tengan como base, la posibilidad de un mercado que puede alcanzar a millones y millones de seres humanos, que somos los latinoamericanos?
Por eso, es que pienso que esta reunión que es la tercera, que ha avanzado bastante, que ha hecho diagnósticos precisos ‐tengo aquí un folleto de la Oficina Sanitaria Panamericana en el que cada gráfico que ahí está es una lección que no se puede olvidar‐ pienso ‐repito‐ que esta reunión tiene más obligación que otras, para marcar con precisión metas factibles de alcanzar, pero cuya premura no puede postergarse.
Cuando pensamos los chilenos en el niño, recordamos a una mujer que no fue madre, pero que fue madre de muchos niños, a quienes les escribió con “sus piececitos azulosos de frío”. A una maestra primaria, nacida en un lugar pequeño de nuestra tierra, que alcanzó el Premio Nobel de Poesía y que dijo con angustia de mujer que sin ser madre, era madre de tantos niños: “el niño es hoy no mañana”.
Quiero agradecer la presencia de Uds. señores Ministros de Salud Pública de los países de América. Quiero reconocer y agradecer también el esfuerzo, la capacidad desplegada por la Oficina Sanitaria Panamericana y el que hayamos oído la palabra del Director de la Organización Mundial de la Salud. Quiero, finalmente, también decir que somos un Pueblo y un Gobierno agradecido y que no ignoramos el aporte que hemos recibido de la Organización Mundial de Salud de la UNICEF, de la FAO y especialmente de la Oficina Sanitaria Panamericana.
Le ruego me excusen si he hablado más largo que lo necesario, no he hecho incursiones de un alcance político de acuerdo a mis convicciones; he querido decir lo que siento como médico que no ignora el juramento hipocrático y quizás como médico que sabe que es Presidente, porque antes que nada, es y seguirá siendo médico.
Muchas gracias.
 
Pronunciado: El 2 de octubre de 1972.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 4 de febrero de 2016.
*Fuente: Palabras en la inauguración del Tercer Congreso Americano de Ministros de Salud

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