“¡Queremos paz! ¡Que nos devuelvan a Chile!” “¡No más marchas, queremos paz!” Las frases se han multiplicado en las últimas semanas. Algunos famosos han utilizado sus redes sociales para apoyar a las Pymes y llamar a la unidad. Unos pocos han tenido que abandonar la pantalla y otros han salido a dirigir el tránsito como acto de solidaridad. Muchos han desenterrado a Ghandi para expandir un mensaje de amor en medio del caos, pero ¿Qué pedimos cuando pedimos por La Paz?
Porque decimos como pensamos, abordar el tema implica tener presente los orígenes greco-latinos y judeo-cristianos del concepto. Estos esquemas están en la
base del pensamiento occidental, de modo que una genealogía puede hacer más visibles los procesos históricos de su elaboración, y asimismo, evitar prejuicios contra el estallido, teorías pre-científicas, declaraciones de guerra y vistas gordas frente a sus reales causas. De paso, ayudará a demostrar por qué usar chalecos amarillos para salir a defender lo nuestro revela poco conocimiento de las consecuencias éticas del término.
Primero que todo, conviene recordar que el mismo Jesús que está en las esculturas de las iglesias saqueadas, un día dijo: “Shalom, Paz a vosotros”. Un simple conocedor de la cultura semita sabrá que el pueblo hebreo se ha desarrollado en contexto de guerra siempre. En ese marco, la paz que había detrás de estas palabras, más que de un ideal, hablaban de la bendición concreta de Jehová (el Dios de su nación que, en el Antiguo Testamento, también es nombrado como Jehová Shalom o Dios de Paz). Se trata de un detalle que tiene importantes implicancias, si consideremos que la mayoría de los llamados a la calma utilizan la palabra ‘paz’, es decir, un concepto heredado de esta tradición de pensamiento.
En primer lugar, en la cosmovisión semita, el ser humano no era tripartito, como en algunas corrientes greco-latinas, así que el bienestar se deseaba de manera integral, implicando la plenitud de la persona y del colectivo. Por esta razón, el saludo de Jesús, más que un ‘hola’, expresaba (lo que el Diccionario Bíblico Hebreo-Español traduce como) ‘conservar’, ‘restaurar’, ‘pagar’, ‘restituir’, ‘quedar ileso’. Es decir, “que sea la paz”, originalmente, implicó pedir a la divinidad que guardara íntegramente al otro, no solo que le librara de la guerra o de alguna desgracia.
A partir de lo anterior, se desprende que la primera consecuencia de ‘shalom’ es en el plano físico. Tener dedos, ojos, piernas, casa, o sea, lo básico para un ser humano, es bien-estar. Sin estas condiciones elementales de la realidad material, La Paz ni siquiera se puede construir, porque para que esta se dé, al menos, deben existir unos mínimos que garanticen el sentirse bien, el disfrutar; no la sobrevivencia. Esto es así porque en el pensamiento hebreo, la ‘shalom’ -La Paz- se desarrolla como una visión holística del ser humano: un solo ser en relación con la naturaleza a través de la creación.
Entonces, si la ‘shalom’ se realiza en la vida humana, atentar contra la vida del otro o su integridad física es atentar contra el mismo don de Dios. Mucho más si esta fractura proviene de las instituciones. No por nada los semitas no practicaban el rito del sacrificio humano y desarrollaron mucha preocupación por los alimentos, las enfermedades y la pobreza. En este mismo plano, resulta interesante el especial cuidado que le atribuyeron a la tierra. La creación, en una relación simbiótica con el hombre, es cuidada y administrada por él, de modo que todas las disposiciones establecidas jurídicamente en Levíticos apuntaron a preservar condiciones ambientales necesarias para el bienestar de la sociedad completa.
La misma historia de La Paz demuestra que para procurar y mantener el ideal que hoy nombra a Premios Nobel, se debe establecer mecanismos que la garanticen. Ya en el Antiguo Testamento el concepto se asocia a ‘justicia’ en varios pasajes, y se destaca como palabra clave en textos escritos en época de crisis nacional e internacional. Las acepciones para este segundo término son ‘solidaridad’, ‘liberación’, ‘rectitud’, ‘generosidad’, lo que significa que, más que dar a cada quien lo que corresponda, o el literal “ojo por ojo…” de los últimos días, el pensamiento semita, del que -insisto- somos herederos, entiende como justo el hecho de restituir al hombre a su estado ideal, en tanto imagen de Dios.
Por lo anterior, solo una idea fraccionada reduciría La Paz a arbitraje, pasividad, limpieza de calles, seguridad, orden, actos de caridad y silencio con tintes de dominación. Paz es más que ausencia de conflicto; es recuperación del territorio, respeto por la vida, bien-estar de todos los miembros de una comunidad; un bien que perdura en el tiempo a través del ejercicio de esa justicia que repara. La Paz, finalmente, genera ética de responsabilidad frente al otro. Si se pide por ella para defender lo propio, no se ha entendido nada de lo que significa el concepto.
Sandra Araya Rojas
PhD © in Spanish, Portuguese and Latin American Studies
King’s College London
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