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Fanatismo religioso y militarización: el golpe en Bolivia, con tufo a reconquista

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«Dios ha vuelto al Palacio Quemado», dijo Luis Fernando Camacho al arrodillarse con una biblia el pasado domingo cuando el golpe de Estado en Bolivia estaba en marcha. Dos días después, en una sesión legislativa sin quorum y completamente ilegal, la senadora Jeanine Áñez se autoproclamó presidenta de Bolivia, regalándonos una imagen que pronto dio la vuelta al mundo y que quedará como parte de la iconografía que explica en gran parte el golpe: un militar le pone la banda presidencial y ella en su primer mensaje le agradece a las fuerzas armadas «toda su disposición». Posteriormente, le toma protesta a los nuevos jefes militares teniendo una biblia y una cruz blanca como testigos de los hechos. El general William Kaliman, que le «sugirió» a Evo abandonar el poder, respira tranquilo y afirma en su discurso: misión cumplida.

Botas militares y crucifijos en una nación mayoritariamente indígena. El golpe de Estado tiene un tufo a reconquista. Parece que a una parte de Bolivia, la que históricamente se concentró en Santa Cruz, le molesta que los indígenas tengan más derechos y una mejor vida que antes. Que también hagan valer sus símbolos de identidad cultural. No es casualidad que otras imágenes que estuvieron circulando al alba de esta contrarrevolución sea la quema de whipalas, la bandera que representa a las comunidades indígenas y que fue elevada a símbolo nacional en la Constitución de 2009. Esa misma whipala que fue arrancada de los uniformes militares como si fuera un fardo demasiado pesado de cargar para algunos.

A estos militares y políticos los mueve en gran parte el racismo y clasismo, el desprecio al indígena y a sus creencias, al que todavía quisieran ver fuera de las plazas públicas, sin derecho a caminar por las aceras o sin derecho al voto como todavía ocurría en el siglo pasado

A estos militares y políticos religiosos golpistas no les interesa la democracia, de lo contrario no hubieran obligado a dimitir a un presidente en funciones y habrían dado la batalla a través de las instituciones nacionales e internacionales. Como se hizo en México después del fraude de 2006. No. A estos militares y políticos los mueve en gran parte el racismo y clasismo, el desprecio al indígena y a sus creencias, al que todavía quisieran ver fuera de las plazas públicas, sin derecho a caminar por las aceras o sin derecho al voto como todavía ocurría en el siglo pasado.

Todo esto queda claro en los liderazgos del movimiento opositor que se gestó después de las elecciones del 20 de octubre. Carlos Mesa, político tradicional y candidato derrotado, desapareció del mapa y el protagonismo lo tomó Luis Fernando ‘Macho’ Camacho, a quien también se le conoce como el Bolsonaro boliviano. Camacho es un empresario gasero de Santa Cruz, acusado en varias ocasiones de evasión de impuestos y de estar involucrado en los escándalos de los Panama Papers. El empresariado de Santa Cruz, ciudad con profundos tintes anti-indígenas y bastión de los ultraconservadores, es de donde provenían las élites que manejaban el poder económico y político de Bolivia hasta que fueron desplazadas por Evo Morales y los grupos indígenas de Cochabamba, La Paz y El Alto. Igualmente hay que recordar que Evo nacionalizó el gas, una medida que a la vez que beneficiaba a la mayoría de la población afectaba los intereses económicos de las grandes familias cruceñas, como la del propio Camacho.

El ‘Macho’ se enorgullece de pertenecer a la ‘Orden de Los Caballeros del Oriente’, una asociación abiertamente racista. A los asistentes a sus mítines, usualmente congregados alrededor del monumento del Cristo Redentor de Santa Cruz, suele pedirles que lleven un crucifijo o una biblia mientras que en sus discursos él menciona inevitablemente la fe en Dios. Como cereza en el pastel, ha citado en más de una ocasión al narcotraficante colombiano Pablo Escobar para referirse a que esta apuntado el nombre de los «traidores» en una libretita. El espíritu de violencia y revancha junto a la fe religiosa es lo que parece moverlo, pero atrás están también sus intereses económicos que creía intocables.

Había que desterrar a Evo del Palacio por dos pecados originarios: ser indígena y defender un Estado laico, algo que con su orientación de izquierda fue percibido como anticatólico y anticristiano

La autoproclamada presidenta Jeanine Áñez no se queda atrás, ya que como senadora ha dejado por escrito en varias ocasiones expresiones de su racismo y su fanatismo religioso. En twitter escribió comentarios como: «qué año nuevo aymará ni lucero del alba. ¡Satánicos! A ¡Dios nadie lo reemplaza!». También se refirió a Evo en más de una ocasión como «un pobre indio aferrado al poder». Estas posturas racistas están entrelazadas con su ultraconservadurismo religioso. Descalificaba las expresiones religiosas indígenas como símbolos de satanismo que atentaban contra Dios. Varias de sus publicaciones en redes sociales fueron borradas horas después que asumió la presidencia pero se mantienen en la memoria de los bolivianos.

Hay que recordar que Evo Morales es quien declara, en la nueva Constitución de 2009, que Bolivia es un Estado laico, independiente de la religión. Esto molestó a muchos, especialmente a las élites conservadoras cruceñas, ya que antes la religión oficial era el catolicismo. Y aunque existía la libertad de cultos, muchos actos de gobierno se desarrollaban de la mano de rituales católicos como el jurar sobre la biblia. Las referencias a Dios desaparecieron mientras que en el discurso público cobró importancia la Pachamama y otros elementos de la cosmovisión indígena. Además de indígena, Evo se ha definido abiertamente como un líder izquierdista y admirador del Che Guevara, crítico de los excesos que a nombre del cristianismo se cometieron durante el periodo colonial. Esto no pasó desapercibido para sus opositores, que desde el principio retomaron la polémica y maniquea división que hizo la Iglesia católica que veían en el comunismo a un acérrimo enemigo del cristianismo.

Los movimientos ultraconservadores y los fanatismos religiosos suelen convertirse políticamente en algún tipo de fascismo y están de vuelta tanto en Europa como en el continente americano. Habrá que estar muy atentos porque la intolerancia que produce violencia y muerte está rondándonos, no ya a la vuelta de la esquina, sino en la sala de nuestra casa

Había que desterrar a Evo del Palacio por dos pecados originarios: ser indígena y defender un Estado laico, algo que con su orientación de izquierda fue percibido como anticatólico y anticristiano. Las primeras señales de este golpe de Estado militar y religioso estuvieron en la campaña electoral previa al 20 de octubre, donde Chi Hyun Chung, un pastor presbiteriano coreano-boliviano desconocido hasta entonces, ganó popularidad gracias a su fanatismo religioso y a sus posiciones antiaborto y contra la comunidad LGTB. Su discurso radical está ligado con los del catolicismo ultraconservador de las élites bolivianas, tanto que Hyun Chung terminó en tercer lugar en las elecciones detrás de Evo y Mesa.

Los símbolos militares y religiosos se pasean por lo alto en esta Bolivia golpista. Muy similar al Brasil de Bolsonaro y a los Estados Unidos de Trump. Similar a la Italia de Mussolini y a la España de Franco. Mientras que los progresismos tratan de darle la batalla a un neoliberalismo que ha empobrecido al 99% de la población y enriquecido exponencialmente a la élite del 1%, hay una derecha ultraconservadora que se refugia en los símbolos religiosos para mantener sus privilegios, más en una nación donde la élite cristiana está muy lejos de las creencias de la cosmovisión indígena de la mayoría de la población.

Los movimientos ultraconservadores y los fanatismos religiosos suelen convertirse políticamente en algún tipo de fascismo y están de vuelta tanto en Europa como en el continente americano. Habrá que estar muy atentos porque la intolerancia que produce violencia y muerte está rondándonos, no ya a la vuelta de la esquina, sino en la sala de nuestra casa.

@BuenrostrJavier

*Fuente: Actualidad RT

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