Articulos recientes

Al navegar en nuestro sitio, aceptas el uso de cookies para fines estadísticos.

Noticias

Historia - Memoria

6 de agosto de 1945: Las verdaderas razones del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki

Compartir:

7 agosto, 2019
Exactamente hace 74 años, la Humanidad vivió el día más aciago de su historia. El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos (EE UU) lanzó la infernal arma atómica contra la populosa ciudad japonesa Hiroshima, en que en sólo un par de segundos murieron 100.000 personas.¿Era realmente necesario hacerlo. Demostraremos que desde el punto de vista bélico este acto fue tan inútil como evitable, como lo prueban los hechos históricos. En verdad, no hay explicación racional posible para este horrendo crimen, excepto la ambición y la inescrupulosidad política.

Cuando terminaba la II Guerra Mundial en agosto de 1945, cientos de ciudades habían sido arrasadas en Europa y Asia, y 40 millones de seres humanos habían perdido la vida, de los cuales sólo 2 millones habían sido soldados. La destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, con la muerte inmediata (en su mayoría por evaporación) de más de 200.000 personas, y por lo menos de un millón que siguieron muriendo meses y años después del bombardeo, más otro millón de seres humanos que quedaron mutilados y ciegos hasta su muerte, vino solamente a hacer más brutal la tragedia que fue aquella guerra. Era el uso de una fuerza monstruosa, la más destructiva concebida por la inteligencia del hombre con el fin de matar a sus semejantes. .

Lo primero que debe quedar en claro es que el fin único que tenía la construcción de la bomba atómica era el ser lanzada por una sola vez, en un lugar no poblado sobre Alemania, con el fin de impedir que los nazis terminaran por exterminar por completo al pueblo judío, como así lo declaró enfáticamente el jefe del equipo de científicos que la construyó,  Julius Robert Oppenheimer, físico judío, al igual que todos los miembros del equipo.

En mayo de 1945, ocho divisiones ruso-soviéticas ocuparon Berlín, y con ello, Alemania se rindió ante la URSS. Por lo tanto, a partir de entonces, salvados los judíos que sobrevivieron a la matanza de los nazis, el objetivo de construir y lanzar la bomba sobre Alemania era nulo. La bomba atómica terminó de construirse a mediados de julio de 1945, cuando la Alemania nazi-fascista y aniquiladora del pueblo judío ya no existía. Luego de la derrota de Alemania, en reuniones secretas que sostuvo Oppenheimer y su equipo con al presidente norteamericano Harry Truman, quedó meridianamente establecido que la bomba terminaría de construirse, pero sólo sería considerada como un disuasivo; es decir, como un formidable recurso psicológico contra potencias que pudieran atacar a EE UU. Sin embargo, a sólo días de terminada, fue lanzada sobre dos inmensas ciudades de Japón, con la excusa que el bombardeo atómico se ordenó “para evitar la pérdida de más vidas estadounidenses” (sólo de soldados, obviamente). La verdad es otra:

En julio de 1945, las tres potencias del Eje, Alemania, Italia y Japón, estaban completamente derrotadas. Sólo faltaba la rendición formal de Japón, que en ese mes de julio ya no tenía marina ni aviación. Por cierto, se resistía a rendirse ante su archi-enemigo, Estados Unidos, en razón del irracional ultra- nacionalismo que caracteriza al fascismo.

Documentos oficiales japoneses de la época, dan cuenta que el gobierno de Japón se rendiría a los rusos, que ya habían entrado al país por el norte, ocupando el grupo de islas Kuriles, como también por el noroeste de China en la región del Manchu Kuo (Manchuria), ocupada hasta entonces por Japón.  El estado mayor militar nipón concentró sus fuerzas de tierra en Manchuria, contemplando dos alternativas finales: conservar esa rica región como japonesa si conseguían derrotar la invasión soviética en Manchuria, o, en caso de ser derrotados, rendirse a los rusos. Si bien el mayor esfuerzo de guerra de los aliados (Estados Unidos, la Unión Soviética y, con menor peso, Inglaterra) contra Japón lo realizó EEUU, su aliada, la Unión Soviética, lo había hecho contra Alemania. Ello ameritaba un  “trato entre caballeros,» que fue firmado en Yalta, en la URSS, en febrero de 1943, cuando la derrota del Eje ya era segura. El trato consistía en repartirse Alemania y Japón, luego que se rindieran. La victoria rusa sobre Alemania, con la rendición oficial de ésta ante la URSS, se había producido el  2 de mayo de 1945, tres meses antes del bombardeo atómico de Hiroshima.

Ahora bien, la repartición de Japón entre EEUU y Rusia, tenía que producirse sólo si los rusos, de acuerdo al artículo Nº 8 del Tratado de Yalta, después de vencer a los alemanes, acudieran al Este en apoyo de EEUU contra los nipones y terminar la guerra, lo que, efectivamente, hicieron los rusos, cumpliendo rigurosamente su parte en el compromiso. El plan “B” de Japón (rendirse a la URSS) salvaría en parte el honor nacional, aunque sabían que la derrota significaba la división del país, tal como ocurrió con Alemania meses antes.  Los rusos, que ya habían aceptado la división de Alemania aunque ésta se rindió sólo ante ellos, había demostrado con ello una inmensa lealtad política (unos 20 millones de rusos murieron tras la invasión de Alemania a su país), se repartirían Japón con  EE UU, aunque los nipones se rindieran ante ellos.

La cosas tuvieron un trágico epílogo. EEUU, ya en posesión del arma atómica, decidió no cumplir con el Tratado de Yalta. Su decisión fue ocupar Japón entero, y para ello, le serviría el arma nuclear,  obligando a los japoneses a una rendición total y unilateral sólo ante EE UU. El 6 de agosto, lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica. Esto ocurrió, repito, aunque los rusos habían cumplido con el Tratado de Yalta en sus dos partes fundamentales: la repartición de Alemania y la invasión de Manchuria y el norte de Japón, con la ocupación de territorios insulares que hasta hoy Rusia controla.

Después del bombardeo atómico de Hiroshima, ocurrió, sin embargo, un hecho que EE UU no esperaba: Japón no se le rindió inmediatamente,  pensando que EE UU cumpliría el Tratado de Yalta, lo que significaba la posibilidad de conseguir una rendición honorable, si no ante un país que no fuera EE UU, por lo menos ante la URSS y EE UU. Trágica fue esa vacilación. Después de Hiroshima, EE UU, lanzó una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki, otra gran ciudad, con el fin de forzar la rendición de Japón. Obviamente, Japón terminó por rendirse ante los norteamericanos.

La URSS, desde luego, reclamó formalmente la parte del botín de guerra que le correspondía como lo estipulaba el Tratado de Yalta; i. e., por haber cumplido su compromiso de aceptar la división de Alemania, y de dar el golpe de gracia a los japoneses en Manchuria.  Pero no podía insistir  más. EE UU, era ahora el «matón del barrio,»  en tanto único posesor del arma nuclear.

Por años, Oppenheimer, el constructor de la bomba, horrorizado, condenó ante todo el mundo el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Su protesta por poco le llevó a la cárcel.  Como la víctima más ilustre de la naciente Guerra Fría entre EE UU y la URSS, fue acusado de “comunista,” y hasta de agente encubierto de los soviéticos en los marcos de la naciente Guerra Fría y las persecuciones del “macarthismo,” término derivado del nombre del senador Joseph Mc Carthy, el célebre   “cazador de brujas” anti-comunista  que hizo encarcelar y hasta ejecutar (como a los esposos Rosenberg) a miles de personas sospechosas de “comunistas” y colaboradores de la URSS.

Esta es la verdad histórica, y la única y trágica razón del holocausto atómico.  Con sus bases militares en Japón, EE UU podría impedir que los comunistas chinos finalmente ganaran la guerra civil que venía arrastrándose desde los inicios de los años 30, así como impedir también el triunfo de los comunistas en Corea y en Indochina (Vietnam), ocupada como colonia por Francia hasta 1954. De todo ello, apenas consiguió la división de Corea en 1953, y de Vietnam en 1954.

En resumen, el holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki no tuvo jamás justificación, ni militar, ni política ni moral.

El autor, Haroldo Quinteros Bugueño, es Doctor en Administración Educacional de la Universidad de Tubinga, Alemania. Académico de la UNAP, Iquique, Chile

*Fuente: Edición Cero

Compartir:

Artículos Relacionados

Deja una respuesta

WordPress Theme built by Shufflehound. piensaChile © Copyright 2021. All rights reserved.