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Cultura, Historia - Memoria

Las voces de los vencidos en el teatro iquiqueño

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A propósito del próximo estreno de la obra “Las Voces de los Callados”, del Teatro Universitario Expresión, en su XXXX Temporada artística, me permito en estas líneas realizar una escueta reflexión sobre la temática asociada con la memoria histórica de nuestra región.

Pensamos que el teatro da la posibilidad de acceder a una serie de narrativas vinculadas con un acontecimiento histórico determinado, y por medio de ellas podemos construir representaciones que den cuenta de los conflictos y situaciones vividas dentro de un período, como el que en esta pieza se considera, por parte de los sujetos que hipotéticamente estuvieron involucrados en la masacre de la Escuela Santa María (21 de diciembre de 1907). Sin duda, este caso emblemático sirve de sustento para volcar una pesquisa que se construya entre las nociones de “memoria”. “dramaturgia” y “teatralidad”, entendida esta última como el artificio o el artefacto construido colectivamente.

Para mayor claridad, manifestamos que existen algunas directrices en la configuración de la materia y la estructura dramática que se aluden en este trabajo escritural y escénico, a las cuales se les concede una valoración sustantiva: la recuperación, resignificación y proyección de aquellas memorias, hechos, personajes, hitos, acontecimientos, crisis y tragedias sociales, que – tal como dice la letra de la Cantata de Luis Advis – “la historia no quiere recordar”, dado que si estas tramas fuesen “desenterradas”, examinadas y divulgadas, darían luces a las causales de los conflictos sociales, la inequidad y la pobreza que opera en la sociedad actual; situación que, a la postre, como es lógico, podría amenazar los intereses de ciertos sectores de poder.

En ese marco, no podemos soslayar que una de las constantes de los grupos dominantes en todas las latitudes y tiempos ha sido el tender un manto de olvido a los traumas políticos y a la violación de los Derechos Humanos. No obstante, frente a esa acción manipuladora, siempre se ha generado una fuerza alternativa y opositora. En efecto, gracias a la intervención de la memoria colectiva, a la prensa democrática y pluralista, a la labor eficiente de ciertos cientistas sociales, a los testigos de los horrores que hablan por los que no ya no pueden hablar, a las declaraciones de las víctimas y al tesón de artistas y literatos, se ha podido develar muchos hechos luctuosos perpetrados en contra de los más débiles y desposeídos.

De cualquier modo, frente a las tragedias políticas arquetípicas e indignantes, juzgamos que al artista involucrado con la memoria histórica, le corresponde situarse – sin ambigüedades – en el camino que han demandado las víctimas: exigir justicia y compensación. Por ende, sustentamos que en ninguna circunstancia el perdón y el olvido podrían sostenerse como argumentos para cerrar las heridas, y menos para que el arte los promueva, debido que ellos constituyen acciones amorales, en la medida en que eliminan la relación de responsabilidad que une al victimario con su crimen.

Es menester estipular que esta inventiva basada en un escenario doloroso y perturbador, como tantos otros vividos cíclicamente en Latinoamérica, se suma a la realización de numerosos proyectos artísticos, museísticos, documentales y pedagógicos que se han convertido en verdaderas plataformas alternativas de educación y reflexión que luchan contra el olvido y la reparación artística.

Inferimos que todas esas propuestas están guiadas por el ánimo de establecer un enfoque educativo sobre los peligros de la intolerancia, la violación de los derechos básicos de los ciudadanos, el poder y los quiebres institucionales. A la vez, procuran relevar a las víctimas de la historia, poniendo en valor sus luchas y utopías. En efecto, estas empresas, obligatoriamente, precisan de la movilización de los afectos, de los imaginarios y de todos los actores sociales; con mayor razón cuando en la actualidad vivimos engañados por el discurso de la cultura mediática que enfatiza sobre la espectacularidad de la guerra y la muerte violenta, sometiéndonos a un clima alienante, escéptico, adormecido y brutal. En esa circunstancia, se hace necesario desplegar estos conflictos dramáticos que den protagonismo a las voces silenciadas, convertidas en culpables y sepultadas por el olvido y la indolencia.

En síntesis, y en líneas generales, la experiencia teatral, en este escenario, aflora como un área favorable para poner en claro la realidad, los imaginarios de la época, las pugnas sociales y políticas que tuvieron lugar en el interior del ciclo de la expansión salitrera. Puntualizamos que no solamente mediante la revisión del texto literario y la puesta en escena podemos averiguar sobre la realidad histórica, acaso, simultáneamente, por medio de la representación de las tensiones de aquellas voces que no fueron legitimadas en su momento por el discurso institucional y que, a partir de estos ejercicios escénicos significativos, pueden construir o reconstruir relatos comunicables, memorias narrativas que revelen las luchas que los asalariados llevaron adelante por esos años.

A esta altura, es posible que surja la pregunta ¿cuál el valor político que este estilo teatral pudiera tener en el panorama presente? La respuesta la podemos tener a partir del vínculo que se pueda establecer entre la reescritura con el concepto de memoria. Como hemos explicitado, en “Las Voces de los Callados” la reescritura se pone en el lado de la memoria de las víctimas, de los vencidos, decisión que se contrapone a una de las estrategias que utilizan los vencedores: borrar todos los vestigios de identidad y sentido de pertenencia, tanto desde el ángulo individual como colectivo del oprimido.

Según y conforme, este es un ejemplo de Teatro de la Memoria que se asocia con los conflictos presentes. Y aunque estamos conscientes que la creación artística no puede por sí sola cambiar las condiciones materiales de la historia; con todo, suponemos que sí podría posibilitar la toma de conciencia de la gente que se encuentra en la vereda de los desposeídos y de las víctimas, lo que coadyuvaría a dar los primeros pasos de la transformación social.

Imaginamos que este abrir los ojos desde el interior para hacer consciente lo inconsciente sobre la politicidad del teatro, merecería también ser utilizada de alguna forma por las instituciones orientadas a la tutela y protección de los derechos esenciales del hombre y la mujer, para revertir algunas derivaciones traumáticas de los métodos ilegítimos aplicados por parte de los gobiernos dictatoriales.

Dada así las cosas, nos moviliza el profundo convencimiento que el teatro sería un efectivo método para fomentar la reflexión, discusión y significación de la memoria de la época; movilizándola, ejerciéndola, construyéndola entre todos y todas. Ello implica, una perspectiva de trabajo pluridisciplinario para la comprensión de estos acontecimientos siniestros ocurridos en nuestra historia. Tanto artistas como a antropólogos, sociólogos y psiquiatras, entre otros, pueden aportar su concurso, no solamente a la interpretación de las masacres contra civiles, sino también para pensar sobre los efectos a largo plazo de las laceraciones físicas y psicológicas sufridas por las víctimas. Por mucho que nos pese, tenemos una vasta cantera que puede ser rastreada para generar estudios y artefactos artísticos que contribuyan a la instalación de un currículo basado en los Derechos Humanos y la Paz.

El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Cientista Social, pedagogo y escritor

 

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