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Las democracias también mueren democráticamente

Las democracias también mueren democráticamente
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22 de octubre de 2018

El sociólogo portugués Sousa Santos y el probable presidente de Brasil Bolsonaro

Un artículo de Boaventura Sousa Santos, publicado el 21 de octubre de 2018 en Brasil274.com y recomendado por Manolo Santos, que sigue siendo para ATRIO un válido mentor: “Su contenido enormemente esclarecedor bien merece hacer un esfuerzo de lectura”. Efectivamente. a mí me ha resultado muy esclarecedor el artículo de Boaventura en esta espera de la segunda ronda en Brasil. Y esa pregunta, de cómo puede perder en los votos una revolución cuajada desde el pueblo, me lo estoy preguntando desde que el FSLN, tras su costosa victoria, perdiera la primera elección presidencial en 1990. AD.

        Nos hemos habituado a pensar que los regímenes políticos se dividen en dos grandes tipos: democracia y dictadura. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989, la democracia (liberal) pasó a ser casi consensualmente considerada como el único régimen político legítimo. A pesar de la diversidad interna de cada uno, son dos tipos antagónicos, no pueden coexistir en la misma sociedad y la opción por uno u otro implica siempre lucha política que implica la ruptura con la legalidad existente.

        A lo largo del siglo pasado se fue consolidando la idea de que las democracias sólo colapsaban por la interrupción brusca y casi siempre violenta de la legalidad constitucional, a través de golpes de Estado dirigidos por militares o civiles con el objetivo de imponer la dictadura. Esta narración, era en gran medida, verdadera. Ya no lo es. Siguen siendo posibles rupturas violentas y golpes de Estado, pero es cada vez más evidente que los peligros que la democracia hoy corre son otros, y se desprenden paradójicamente del normal funcionamiento de las instituciones democráticas. Las fuerzas políticas antidemocráticas se van infiltrando dentro del régimen democrático, lo van capturando, descaracterizando, de manera más o menos disfrazada y gradual, dentro de la legalidad y sin alteraciones constitucionales, hasta que en un momento dado el régimen político vigente, sin haber formalmente dejado de ser una democracia, surge como totalmente vaciado de contenido democrático, tanto en lo que se refiere a la vida de las personas como de las organizaciones políticas. Unas y otras pasan a comportarse como si estuvieran en dictadura. Menciono a continuación los cuatro componentes principales de este proceso.

  • La elección de autócratas.

        De los Estados Unidos a Filipinas, de Turquía a Rusia, de Hungría a Polonia se han elegido democráticamente políticos autoritarios que, aunque son producto del establecimiento político y económico, se presentan como anti-sistema y anti-política, insultan a los adversarios que consideran corruptos y ven como enemigos a eliminar, rechazan las reglas de juego democrático, hacen llamamientos intimidatorios a la resolución de los problemas sociales por la violencia, muestran desprecio por la libertad de prensa y se proponen revocar las leyes que garantizan los derechos sociales de los trabajadores y de las poblaciones discriminadas por vía etno-racial, sexual, o religión. En suma, se presentan a elecciones con una ideología anti-democrática y, aún así, consiguen obtener la mayoría de los votos. Los políticos autocráticos siempre existieron.

  • El virus plutocrata.

        La forma en que el dinero ha venido a descartar los procesos electorales y las deliberaciones democráticas es alarmante. Al punto de preguntarse si, en muchas situaciones, las elecciones son libres y limpias y si los responsables políticos son movidos por convicciones o por el dinero que reciben. La democracia liberal se basa en la idea de que los ciudadanos tienen acceso a una opinión pública informada y, sobre la base de ella, elegir libremente a los gobernantes y evaluar su rendimiento. Para que esto sea mínimamente posible, es necesario que el mercado de las ideas políticas (es decir, de los valores que no tienen precio, porque son convicciones) esté totalmente separado del mercado de los bienes económicos (es decir, de los valores que tienen precio y sobre esta base se compran y venden). En tiempos recientes, estos dos mercados se han fundido bajo la égida del mercado económico, a tal punto que hoy, en política, todo se compra y todo se vende. La corrupción se volvió endémica. La financiación de las campañas electorales de partidos o de candidatos, los grupos de presión (o lobbies) ante los parlamentos y los gobiernos tienen hoy en muchos países un poder decisivo en la vida política. En 2010, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, en la decisión Citizens United v. Federal Election Commission, dio un golpe faltal en la democracia norteamericana al permitir el financiamiento irrestricto y privado de las elecciones y decisiones políticas por parte de grandes empresas y de super ricos. Se desarrolló así el llamado “Dark Money”, que no es otra cosa que corrupción legalizada.

  • Los fake news y los algoritmos.

        La Internet y las redes sociales que ella ha hecho posible han sido durante algún tiempo vistas como posibilitando una expansión sin precedentes de la participación ciudadana en la democracia. Hoy, a la luz de lo que pasa en los Estados Unidos y en Brasil, podemos decir que ellas serán las coveiras de la democracia, si no se regulan. Me refiero en particular a dos instrumentos. Las noticias falsas siempre existieron en sociedades atravesadas por fuertes clivajes y, sobre todo, en períodos de rivalidad política. Hoy, sin embargo, es alarmante su potencial destructivo a través de la desinformación y la mentira que se esparcen. Esto es especialmente grave en países como la India y Brasil, en que las redes sociales, sobre todo el Whatsapp (el contenido menos controlable por ser encriptado), son ampliamente usadas, a punto de ser la grande, o incluso la única, fuente de información de los ciudadanos (en Brasil, 120 millones usan el Whatsapp). Los grupos de investigación brasileños denunciaron en el New York Times (17 de octubre) que de las 50 imágenes más difundidas (virales) de los 347 grupos públicos del Whatsapp en apoyo de Bolsonaro sólo 4 eran verdaderas. Una de ellas era una foto de Dilma Rousseff, candidata al Senado, con Fidel Castro en la Revolución Cubana. Se trata, de hecho, de un montaje hecho a partir del registro de John Duprey para el diario NY Daily News en 1959. En ese año Dilma Rousseff era una niña de 11 años. Apoyado por grandes empresas internacionales y por servicios de contra-inteligencia militar nacionales y extranjeros, la campaña de Bolsonaro constituye un monstruoso montaje de mentiras a las que difícilmente sobrevivirá la democracia brasileña.

        Este efecto destructivo es potenciado por otro instrumento: el algoritmo. Este término, de origen árabe, designa el cálculo matemático que permite definir prioridades y tomar decisiones rápidas a partir de grandes series de datos (big data) y de variables teniendo en cuenta ciertos resultados (el éxito en una empresa o en una elección). A pesar de su apariencia neutra y objetiva, el algoritmo contiene opiniones subjetivas (¿qué es tener éxito? ¿Cómo se define el mejor candidato?) que permanecen ocultas en los cálculos. Cuando las empresas se ven obligadas a revelar los criterios, se defienden con el secreto empresarial. En el campo político, el algoritmo permite retroalimentar y ampliar la divulgación de un tema que está en alza en las redes y que, por eso, el algoritmo considera ser relevante porque es popular. Acontece que lo que está en alza puede ser producto de una gigantesca manipulación informacional llevada a cabo por redes de robots y de perfiles automatizados que difunden a millones de personas noticias falsas y comentarios a favor o contra un candidato, haciendo el tema artificialmente popular y así en el caso de que se produzca un error. Este no tiene condiciones para distinguir lo verdadero de lo falso y el efecto es tanto más destructivo cuanto más vulnerable es la población a la mentira. Fue así que en 17 países se manipularon recientemente las preferencias electorales, entre ellos Estados Unidos (a favor de Trump) y ahora, en Brasil (a favor de Bolsonaro) en una proporción que puede ser fatal para la democracia. ¿Sobrevivirá la opinión pública a este tóxico informacional? ¿Tendrá la información verdadera alguna oportunidad de resistir a esta avalancha de falsedades? He defendido que en situaciones de inundación lo que hace más falta es el agua potable. Con la preocupación paralela acerca de la extensión de la manipulación informática de nuestras opiniones, gustos y decisiones, la científica de computación Cathy O’Neil designa los big data y los algoritmos como armas de destrucción matemática (Weapons of Math Destruction, 2016).

  • La captura de las instituciones.

        El impacto de las prácticas autoritarias y anti-democráticas en las instituciones ocurre paulatinamente. Presidentes y parlamentos elegidos por los nuevos tipos de fraude (fraude 2.0) a que acabo de aludir tienen el camino abierto para instrumentalizar las instituciones democráticas, y pueden hacerlo supuestamente dentro de la legalidad, por más evidentes que sean los atropellos e interpretaciones sesgadas de la ley o de la Constitución. En tiempos recientes, Brasil se ha convertido en un laboratorio inmenso de manipulación autoritaria de la legalidad. Fue esta captura que hizo posible la llegada a la segunda vuelta del neo-fascista Bolsonaro y su eventual elección. Como ha ocurrido en otros países, la primera institución que se va a capturar es el sistema judicial. Por dos razones: por ser la institución con poder político más distante de la política electoral y por constitucionalmente ser el órgano de soberanía concebido como “árbitro neutro”. En otra ocasión analizaré este proceso de captura. ¿Qué será de la democracia brasileña si esta captura se concreta, seguida de las otras que ella haga posible? ¿Será todavía una democracia?

*Fuente: Atrio

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