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Marx y la economía

Marx y la economía
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INTRODUCCIÓN

Desde hacía un tiempo a esta parte, acariciaba yo la idea de escribir algunas notas referidas a las relaciones entre Marx y la Economía, materia que muchos autores abordan sin hacer mención específica de ella, sino dando por establecido algo que sus virtuales lectores deberían saber y que, sin embargo,no lo saben muchas veces, y escasos analistas se molestan en explicarlo. Diversos acontecimientos malogran, a menudo, tales intenciones; entonces, la tarea se posterga frente a aquello que se presenta como actual o inmediato.

Este año, sin embargo, la situación ha sido diferente. El 05 de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx y, como suele suceder en esos casos, han proliferado las menciones, comentarios, artículos o análisis referidos a su vida y obra. No es fácil permanecer indiferente a tales trajines. La obra del filósofo alemán ha informado la vida política de la humanidad durante el pasado siglo y, al parecer, seguirá haciéndolo durante mucho tiempo más, por lo que tampoco yo he querido restarme a esas labores y a desperdiciar la oportunidad de referirme, en este pequeño trabajo, a ciertos aspectos que me han parecido relevantes.

ECONOMÍA MARXISTA/ECONOMIA MARXIANA

Comencemos señalando que las relaciones entre las tesis de Marx (a cuyos cultores se les llama ‘marxistas’ o ‘marxianos’) y la Economía existen y resultan imposibles de negar[1]. Y, puesto que no son pocas, inducen a establecer vínculos de dudosa veracidad entre ambas. De hecho, no faltan, incluso, quienes llegan al extremo de asimilar las obras tanto de Karl Marx como las de David Ricardo para dar por cierto que ambos fueron,

“[…] sin lugar a dudas los dos economistas más influyentes del siglo XIX”[2].

Tal vez esa forma de pensar haya sido, en gran medida, la causa que, hasta el advenimiento del régimen de la Unidad Popular, hayan proliferado los economistas ‘marxistas’ (y ´marxianos’), y que gran parte de los cargos de dirección estatal hayan quedado bajo la dirección de esos profesionales, muchos de los cuales son, hoy, prósperos hombres de negocios[3]. Es más: en esos años, constituía un verdadero axioma sostener que quien estudiaba Economía era ‘marxista’ y nadie dudaba que, paralelamente a esa ciencia, existía otra que se denominaba ‘Economía marxista’. Esta presunta disciplina era una verdad si no por entero inobjetable, al menos, sí lo era en gran parte; y, extrañamente, continúa siéndolo en nuestros días. Por lo mismo, no parece del todo inútil preguntarse hoy si, en verdad, existe o no una ‘economía marxista’ (o ‘marxiana’) y cuáles son las ideas matrices que la sostienen[4].

LOS ESTUDIOS DE KARL MARX

Paradojalmente, y a pesar de todo lo que escribió sobre economía, Marx jamás fue economista. Queremos precisar, aquí, que jamás fue el pensador alemán economista de profesión; y —me atrevería a asegurar— tampoco lo fue por propio interés, como sucede cuando una persona abraza determinado arte u oficio por sentir simple deseo o anhelo de ejercer tal desempeño. Por el contrario, su verdadera pasión fueron las letras[5], afición que le llevó a optar por una de las profesiones de mayor prestigio en esos años que era el Derecho aun cuando, al cabo de algunos años, abandonó aquellos estudios—a pesar de haberlos finalizado—, por no ver reflejados en la temática jurídica sus verdaderos anhelos e inquietudes. Según sus propias palabras:

“Aunque el objeto de mis estudios especializados fue la jurisprudencia, la consideraba sólo como una disciplina subordinada al lado de la filosofía y la historia”[6].

La circunstancia de entender que el Derecho funcionaba ‘como una disciplina subordinada al lado de la filosofía y la historia’ le hizo inclinar sus preferencias al estudio de la Filosofía, carrera que comenzó luego de abandonar el derecho, y que, al contrario de aquella, sí terminó.

Pero fueron tanto el Derecho como la Filosofía las disciplinas que le abrieron los ojos para descubrir algo más importante aún como lo fue adentrarse en el estudio del corazón de la sociedad o, lo que es igual, en la comprensión de la esencia de las estructuras sociales. Como lo expresa él mismo:

“Mis indagaciones me hicieron concluir que tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden ser comprendidas por sí mismas ni por la pretendida evolución general del espíritu humano, sino que, al contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de vida, cuyo conjunto Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII, abarca con el nombre de ‘sociedad civil’ […]”[7]

El camino, así, estaba abierto para acometer el estudio de otra disciplina que se abría a los ámbitos sociales en esos años y que parecía gravitar fuertemente dentro de la sociedad: la Economía.

LA INCORPORACIÓN DEL CONCEPTO DE  ‘MODO DE PRODUCCIÓN’

La Economía es una disciplina que comienza con el estudio de un  fenómeno al que denomina ‘producción’; ese es su fundamento, la base sobre la cual levanta su armazón teórica. Para esta novel rama del saber, la existencia de la producción exige la concurrencia de tres supuestos fundamentales que son ‘naturaleza’[8], ‘capital’ y ‘trabajo’, materia con la cual, al parecer, comenzaron los estudios críticos del filósofo. Porque las relaciones de Marx con la Economía (especialmente, bajo su expresión de ‘Economía Política’) parecen iniciarse con los apuntes que, bajo el nombre de ‘Manuscritos Económicos y Filosóficos’ abordan un resumen de esos aspectos con graves interrogantes. ¿Se iniciaba aquella rama del saber con una simple afirmación carente de fundamento válido (‘los elementos de la producción son naturaleza, capital y trabajo’), una fuente error que, en Filosofía acostumbra a denominarse ´petición de principio’? ¿Partía la Economía estableciendo una hipótesis que era necesario comenzar por explicar? La Economía parecía dar a entender que la forma de funcionamiento adoptada por la sociedad era la única verdad; en otras palabras, la estructura social vigente se presentaba como una realidad imposible de evadir, un ordenamiento al cual no era posible sustraerse y que debía tomarse como su ‘essentia ratio’. O, mejor, como la única realidad posible a la que era necesario estudiar en el carácter de axioma social: la sociedad era así y no de otra manera. La protesta del filósofo no podía ser menos que directa:

“No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a una lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas […]”[9]

La comprensión de la sociedad en el carácter de factor dado e ineludible seguía el mismo derrotero del Derecho que estudiaba las relaciones jurídicas como un aspecto del funcionamiento social al que consideraba parte de la naturaleza del ser humano y como parte integrante del paisaje social.

Para comprender el íntimo sentido de la producción, comenzó Marx su labor poniendo en duda las categorías inventadas por los economistas. No fue una tarea fácil; pero, convencido que era aquella la ruta por la cual debía transitar, no vaciló en emprenderla. Por eso señaló que

“[…] la anatomía de la sociedad civil debe buscarse en la Economía política. Comencé el estudio de esta última en París y lo proseguí en Bruselas, adonde me trasladé en virtud de una orden de expulsión dictada por el señor Guizot”[10].

La primera tarea fue precisar los conceptos que estaban vigentes. El sustantivo abstracto ‘producción’ pasó a ser sustituido por las palabras ‘proceso productivo’; lo mismo el vocablo ‘trabajo’ (igualmente, sustantivo abstracto), que empezó a denominarse ‘proceso de trabajo’ en la terminología del filósofo. Sin embargo, su mayor aporte a esa disciplina fue la incorporación del concepto ‘modo de producción’ cuya esencia quedó reflejada en los apuntes que le sirvieron más tarde para elaborar su obra maestra ‘Das Kapital’ y que se conocen bajo el nombre de ‘Grundrissen’:

“El modo como los hombres producen sus medios de vida depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que cuentan y que tratan de reproducir. Este modo de producción no puede considerarse únicamente en el sentido de ser la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya más bien un modo determinado de la actividad de estos individuos, de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos”[11].

No obstante, si bien este concepto fue aceptado por los economistas, su definición quedó limitada solamente a la ‘forma en que los seres humanos producen’ y no como lo había expresado su creador, un ‘modo de vida’[12].

La incorporación del modo de producción a sus investigaciones permitió a Marx conocer la estructura interna de la sociedad: una base económica, una infraestructura, sobre la cual se levantaban los presupuestos jurídico/políticos de la sociedad y su propia cultura. Más adelante, lo diría expresamente de la siguiente manera:

“El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de guía a mis estudios puede formularse brevemente como sigue:

En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”[13].

CARÁCTER CIENTÍFICO DE LAS INVESTIGACIONES DE KARL MARX

Marx, en consecuencia, no aceptó las bases sobre las cuales se levantaba la nueva disciplina que comenzaba a imponer sus reales sobre la sociedad. Por el contrario: fueron los presupuestos de esa disciplina los que le impulsaron a escribir una crítica a aquella, una crítica demoledora que le ha permitido estar permanentemente presente a través de la historia. Su  queja es amarga:

“La Economía Política parte del hecho de la propiedad privada, pero no lo explica […] La Economía Política no nos proporciona ninguna explicación sobre el fundamento de la división de trabajo y capital, de capital y tierra”[14].

Esta forma de proceder, en virtud de la cual se formulan afirmaciones cuyo fundamento tampoco se explica y que en Filosofía se denominan ‘peticiones de principio’, es usada a menudo en el ámbito académico, para salir al paso de tesis que podrían desvirtuar aquellas que contrarían al ‘paradigma’ vigente. Fue el método que, en un artículo publicado en un medio digital, emplearon Juan Pablo Cárdenas y Gerardo Vidal en donde, implícitamente, deslizaron, incluso, un velado reproche a Marx por no haber conocido los avances actuales de la Física y Matemática en materia de sistemas complejos[15] y que, con acierto, desnuda Alfonso Pizarro cuando señala que, con tales argumentos, ambos autores

“[…] eliminan aquello que buscan explicar y exageran su poder explicativo […] el marxismo que decían enseñar proviene de una interpretación particular del materialismo histórico, y cuyo error fundamental sigue vigente en su propuesta: deshumanizan la explicación y la hacen depender de principios opacos a la humanidad —salvo para expertos en política o en modelamiento de sistemas complejos”[16].

 La crítica de Marx a la Economía (y, más directamente, a la Economía Política) no fue un acto emocional suyo sino de la más completa racionalidad. Para realizar tal misión, Marx estudió toda la producción científica que llegó a sus manos y que podía ayudarle en tal empeño. Su amistad con Wolfgang Goethe, uno de los más destacados científicos de la época, fue crucial[17]. Odiaba la ignorancia y procuraba conocer todo adelanto científico que le permitiese perfeccionar su obra. Carlos Illades cuenta, en una de sus obras que, en cierta oportunidad, perdió Marx la compostura para reaccionar en forma violenta contra un dirigente que, implícitamente, parecía no valorar las investigaciones teóricas[18]. Según lo narrara más tarde Pavel Vasilevic Annenkov —testigo presencial de los hechos—, la situación se produjo cuando, en una reunión donde Marx participara, Wilhem Weitling dirigente obrero de la época (de profesión sastre) sostuvo la necesidad de alzarse contra los opresores para poner fin a la explotación, sin pronunciarse sobre lo que podría suceder de lograrse tal objetivo. Pavel Vasilevic Annenkov sostiene que Marx, tras escucharlo, en un ‘sarcástico discurso’ intentó refutar sus livianas afirmaciones, manifestando que

“[…] agitar a la población sin proporcionarle ninguna base sólida […] para la acción equivalía […] al juego vacío y deshonesto de los predicadores […]”

Westling se indignó ante tales palabras y, reaccionando en forma visceral, en una clara alusión al trabajo intelectual del filósofo, sostuvo que sus ideas eran más provechosas

“[…] para la causa común que la crítica y los análisis de gabinete de doctrinas muy alejadas del mundo sufriente y de las miserias del pueblo […]”

Según Annenkov, Marx, que se encontraba sentado junto a una mesa, se puso de pie, furioso, al tiempo que golpeaba la cubierta del mueble con tal fuerza que hizo caer la lámpara allí depositada, mientras gritaba al sastre:

“¡La ignorancia nunca ha servido para nada!”[19]

 “MODO DE PRODUCCIÓN Y ‘UNIDAD ORIGINARIA’

El modo de producción con sus tres regiones (económica, jurídico/política e ideológica),es, en consecuencia, un conjunto que integran dos elementos que deben guardar extraordinaria correspondencia entre sí, y que son las ‘fuerzas productivas’ y las ‘relaciones de producción’[20].Cuando estos elementos no se corresponden entre sí y se desestabilizan, la sociedad se conmueve profundamente. Ello ocurre cuando las relaciones de producción (RP), que habían sido el motor en el desarrollo de las fuerzas productivas (FP), ya no lo son, convirtiéndose, por esa sola circunstancia en su elemento disociador. Como bien lo expresa Marx:

“De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”[21].

El concepto de modo de producción, someramente enunciado, no puede comprenderse a cabalidad sin otro concepto igualmente relevante en los estudios de Marx: la ‘unidad originaria’[22].

La unidad originaria es una noción que no se encuentra tratada en su obra más importante (‘Das Kapital’) sino en un pequeño estudio que su yerno, Edward Aveling, subtituló y publicó después de su muerte y que lleva por título ‘Salario, precio y ganancia’. Puede definirse como el conjunto natural que integra el productor directo con el objeto de su trabajo, su instrumento (o medio de trabajo) y su producto final o resultado del cual tendría pleno derecho a disponer libremente. Este concepto es tan importante que, en las tesis de Marx, los diferentes modos de producción habidos a lo largo de la historia pueden ser diferenciados en la forma cómo esos factores que componen la unidad originaria, poco a poco, se fueron apartando del productor directo o trabajador hasta hacerlo devenir en lo que es en la actualidad, es decir, un sujeto desprovisto de todo bien material a excepción de su propia fuerza o energía corporal. ‘Trabajador desnudo’, lo llamaba, también, Marx. Se trata, entonces, del sujeto que se arrienda por horas a su patrón para poder vivir, alejado de todo aquello que, en un principio, le perteneció: su instrumento de trabajo, el objeto de su trabajo y el producto que pudo obtener del mismo[23].

Así, pues, modo de producción y unidad originaria conforman una estrecha hermandad sin la cual resultaría imposible hoy entender la historia de la evolución del ser humano. Ambos conceptos fueron la base para que Marx escribiese sus ideas en torno a los estrechos márgenes sobre los cuales se movía la Economía. En conclusión: fueron esos estudios los que le permitieron criticar ácidamente aquella disciplina a través de un trabajo que se transformaría en su obra monumental y cuyo verdadero título es ‘Kritik der politischen Ökonomie’ (‘Crítica a la Economía Política’) pero que se acostumbra a llamar ‘Das Kapital’ (‘El Capital’).

Podemos concluir, en esta parte, diciendo que la economía, si bien es cierto no informa la obra de Marx, constituye, en gran medida, el centro de su atención, un verdadero ‘personaje ineludible’ que se le presenta a cada instante en su camino.

MARX NO FUE NI DEBE SER CONSIDERADO ECONOMISTA

Que una persona desarrolle conceptos privativos de una disciplina que no ejerce y que jamás tendría mayor interés en ejercer, no autoriza en modo alguno para considerarlo uno de sus exponentes; menos, aún, como uno de los más importantes, aún cuando algunos de sus conceptos hayan sido empleados por otros representantes de dicha disciplina. Una actitud de esa naturaleza despierta sospechas: da a entender que se pretende cooptar a un elemento que, fuera de la comunidad, podría ser peligroso. Es preferible tenerlo dentro, participando de una disciplina a la que se adjudica el carácter de ciencia y se le rinde culto y respeto.

En el caso de Marx, la situación adquiere mayor notoriedad toda vez que sus escritos jamás fueron hechos para desarrollar la disciplina que estudió sino, precisamente, para criticarla, para destruir sus cimientos, para demostrar que, tras su establecimiento como ‘ciencia’, sólo existían intereses subalternos que exigían su instalación y posterior permanencia. Por lo mismo, no se puede hablar, en modo alguno, de una ‘economía marxista’ en circunstancias que jamás el filosofo alemán tuvo la posibilidad de crear una economía alternativa a la que existía en su época por razones de tiempo. Por lo  demás, como ya se ha señalado, su único interés radicaba en revelar las veleidades de una disciplina que pretendía elevarse al carácter de ciencia y que él consideraba una verdadera burla. Veamos algunas de sus expresiones al respecto.

En su obra ‘Manuscritos Económicos y Filosóficos’, que está dedicada casi por entero a criticar tanto a la Economía (Política) como a los economistas, expone Marx sobre la primera sugerentes conceptos entre los cuales podemos citar:

“[…] la Economía Política sólo conoce al obrero en cuanto animal de trabajo, como una bestia reducida a las más estrictas necesidades vitales”[24].

“Se comprende fácilmente que en la Economía Política el proletario es decir, aquel que, desprovisto de capital y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un trabajo unilateral y abstracto, y es considerado únicamente como obrero. Por esto puede la Economía asentar la tesis de que aquél, como un caballo cualquiera, debe ganar lo suficiente para poder trabajar. No lo considera en sus momentos de descanso como hombre, sino que deja este cuidado a la justicia, a los médicos, a la religión, a los cuadros estadísticos, a la policía y al alguacil de pobres”[25].

Y, en otra parte de la misma obra, citando a Buret en uno de sus ensayos (‘De la misére’):

“La Economía Política considera el trabajo abstractamente, como una cosa; le travail est une marchandise; si el precio es alto, es que la mercancía es muy demanda; si es bajo, es que es muy ofrecida; comme marchandise, le travail doit de plus en plus baisser de prix; en parte la competencia entre capitalista y obrero, en parte la competencia entre obreros, obligan a ello. «La popullation ouvrière, marchande de travail, est forcément réduite à la plus faible part du produit… la theorie du travail marchandise est—elle aultre chose qu’une theorie de servitude déguisée?» (1. c., pág.. 43)[26].

En la obra mencionada, citando a David Ricardo:

“Las naciones son sólo talleres de producción, el hombre es una máquina de consumir y producir la vida humana un capital; las leyes económicas rigen ciegamente al mundo. Para Ricardo los hombres no son nada, el producto todo. En el título 26 de la traducción francesa se dice (65): «Il serait tout—à—fait indifférent pour une persone qui sur un capital de 20.000£ ferait 2.900£ par an de profit, que son capital employât cent hommes ou mille… L’intéret reel d’une nation n’est—il pas le même? Pour vu que son revenu net et réel, et que ser fermages et profits soient les mêmes, qu’importe qu’elle se compose de dix ou de douze millions d’individus?» (t. II, págs. 194—195)”[27].

Marx no sólo fue un crítico de la  Economía sino sentía tan absoluto desprecio por la misma al extremo que, de haberlo alguien considerado ‘economista’, bien pudo considerar tal calificativo como una injuria dirigida en contra suya. Muchos de sus escritos revelan, precisamente, ese profundo rechazo a una disciplina que consideraba el fundamento de las más viles miserias del ser humano. En su obra ‘Manuscritos económicos y filosóficos’, los economistas aparecen definidos como ‘la expresión científica del hombre de negocios’ o, también, ‘el hombre de negocios empírico’. Así, por ejemplo, leemos en uno de sus acápites finales:

“El economista (y el capitalista; en general hablamos siempre de los hombres de negocio empíricos cuando nos referimos a los economistas, que son su manifestación y existencia científicas) prueba cómo la multiplicación de las necesidades y de los medios engendra la carencia de necesidades y de medios […]”[28]

En esa misma obra, insiste sobre el particular:

“El economista nos dice que todo se compra con trabajo y que el capital no es otra cosa que trabajo acumulado, pero al mismo tiempo nos dice que el obrero, muy lejos de poder comprarlo todo, tiene que venderse a sí mismo y a su humanidad”[29].

Por lo mismo, y en este mismo orden de cosas, constituye un error de proporciones (como lo hace otro economista) aseverar que

“[…] Marx y Engels no desarrollaron una teoría economía alternativa, sino completaron el grandioso edificio de la economía clásica”[30].

No hay tal ‘grandioso edificio de la economía clásica’; ni tampoco ambos amigos completaron obra alguna de David Ricardo y Adam Smith. Jamás se les hubiere ocurrido a Marx y Engels afilar el hacha del verdugo que había de decapitar al movimiento obrero.

DOS RAZONES POR LAS CUALES SE ATACA A MARX

Marx fue duramente atacado no sólo en vida sino también después de muerto. Pero, fuerza es decirlo, existía una razón de peso para ello porque era temido, circunstancia que podemos constatar, entre otras cosas, en una entrevista que el periodista R. Landor le hiciera en Londres para el diario estadounidense “The New York World”, publicada el 18 de julio de 1871. Comienza el referido periodista diciendo estas reveladoras palabras:

“Me encargaron escribir algo de la Asociación Internacional y he tratado de hacerlo. La empresa resulta particularmente difícil en este momento. Indiscutiblemente, Londres es el cuartel general de la Asociación, pero los ingleses están asustados, y huelen a Internacional en todas partes, igual como el rey Jacobo I creía sentir por doquier olor a pólvora después del famoso complot”[31].

Este temor explica que la persecución tanto a su obra como a su persona se extienda a través del tiempo hasta el día de hoy. Dice Horacio Tarcus, sobre el particular:

“[…] el espectro de Marx […] nunca dejó de ser una obsesión para el capitalismo”.

Y, agrega, refiriéndose a las expresiones de Jacques Derrida, que dicha obsesión no cesó

“Ni siquiera en los años de hegemonía neoliberal  […]”[32]

Dos formas ha adoptado ese ataque, formas que podemos resumir como se sigue: una es a través de ignorarlo en los ámbitos académicos; la otra es descalificarlo con el uso de la crítica directa.

Sobre la primera, y a diferencia de Europa que sí lo incorpora, nos señala Paula Vidal que

“[…] el estudio profundo de la obra de Marx, en el Chile neoliberal y su academia, casi no tiene espacio o posee una muy baja posibilidad de ser cultivada, dejando fuera contadas excepciones”[33].

Los pocos  esfuerzos que se han realizado en ese sentido

“[…] generalmente responden a los de grupos de militantes, a estudiantes o a uno que otro profesor-académico (o grupo de estos), lejos de un curriculum o una agenda de investigación financiada por organismos científicos […]”[34]

No debe sorprender que así suceda: quien devela los secretos del poder se hace reo de la sociedad en que vive. Lo dijo claramente Friedrich Engels al momento de despedir a su amigo cuando, luego de exponer los grandes descubrimientos de Marx y su pasión por la ciencia, señaló:

“[…] se explica que Marx fuese el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Todos los gobiernos, los absolutistas como los republicanos, lo desterraban, y no había burgués, desde el campo conservador al de la extrema democracia, que no le cubriese de calumnias, en un verdadero torneo de insultos”[35].

El capital no perdona a quien desnude sus veleidades o ponga al descubierto su más íntima esencia. Explica, también, esa circunstancia, que hasta el día de hoy no cesen los ataques en contra de Marx, circunstancia lógica hasta cierto punto pues las únicas experiencias revolucionarias de impacto mundial que han puesto en jaque a las clases dominantes (a pesar de haber terminado en fracasos), han sido hechas en su nombre.

Sin embargo, hay otra circunstancia igualmente importante en el campo de los ataques en contra del filósofo de Tréveris: pocas son las personas que se atreven a leer ‘Das Kapital’. Más pocas, aún, quienes se osan estudiarlo. El porcentaje se reduce ostensiblemente respecto de quienes no sólo estudian aquella obra sino intentan concordarla con los otros trabajos suyos. Por el contrario: muchos de quienes han intentado hacerlo terminan distinguiendo entre el ‘joven Marx’ y el ‘Marx maduro’, separación ociosa que, a nuestro entender, poco o nada ayuda al estudio del sistema capitalista.

En este orden de situaciones, uno de los hechos significativos de este último tiempo lo ha protagonizado el economista francés Thomas Piketty con su libro ‘El Capital en el siglo XXI’, obra que cualquiera podría suponer tuvo como modelo la de Karl Marx. Craso error. El conocido economista, que ha batido el record de ventas con la publicación de su obra, no puede evitar hablar con entera soltura sobre ‘Das Kapital’, como si dominara por entero su vasta geografía. Sin embargo, lo cierto es que jamás acometió su lectura. Así lo confesó en una memorable entrevista que le hiciera en 2014 el periodista Issac Chotiner para la publicación ‘New Republic’:

“IC: ¿Puedes hablar un poco sobre el efecto de Marx en su pensamiento y cómo pudiste empezar a leerlo?

TP: ¿Marx?

IC: Si.

TP: Yo nunca conseguí realmente leerlo. Quiero decir que yo no sé si usted ha tratado de leerlo. ¿Has probado?

IC: Algunos de sus ensayos, pero no el trabajo de la economía.

TP: El Manifiesto Comunista de 1848 es una pieza corta y fuerte. Das Kapital, creo, es muy difícil de leer y para mí no era muy influyente.

IC: Debido a que su libro, obviamente con el título, parecía que estabas inclinando su sombrero hacia él en algunos aspectos.

TP: ¡No, en absoluto, en absoluto! La gran diferencia es que mi libro es un libro sobre la historia del capital. En los libros de Marx no hay datos”[36].

Criticar a Marx sin leer su obra es una tónica que se repite en todas las sociedades y en numerosos estamentos académicos y dirigentes de las mismas; no ocurre de manera diferente con los que, leyéndolo como si fuera una novela, hacen algo similar. Pero estas reacciones tampoco difieren de la actitud de quienes lo defienden sin, tampoco, haberlo leído. Porque un porcentaje no despreciable de investigadores o analistas, que se autodenominan ‘marxistas’, jamás han tenido en sus manos las obras del filósofo sino basan sus impresiones en los escritos de otros personajes que sí lo han hecho y, a menudo, con poca prolijidad. Hay, en esta actitud, un aspecto de religiosidad, de culto a la creencia, imposible de ocultar: se ‘cree’ en lo que otros dicen del autor investigado, y no se vacila en aceptar tan discutible metodología y criticar a aquel. Gran parte de la militancia de los partidos de la ‘denominada ‘izquierda’ se nutren de los análisis que hacen sus dirigentes, pero no investigan la obra de Marx como primera fuente.

POR QUÉ OCURRE ESE FENÓMENO

Criticar a un autor sin tomarse el trabajo de examinar su obra constituye una forma de expresión que adopta la llamada ‘ley del mínimo esfuerzo’. Eso es lo normal. La proliferación de nuevos autores agobia; sus trabajos desplazan a los antiguos. Porque también en los ámbitos de la investigación opera la obsolescencia: la moda es uno de sus agentes que transforma en ‘anticuados’ los trabajos intelectuales de autores que vivieron en otras épocas. En el caso de Karl Marx, sin embargo, la situación es un tanto más compleja aún.

Como lo señalamos en un comienzo, es creencia generalizada que a Marx debe considerársele economista o, al menos, como una persona cuyo trabajo central fue construir una propuesta económica diferente a la que existe y que, por su extrema peligrosidad, debe rebatirse con todo el rigor de las ciencias académicas. Por eso, se le critica desde la perspectiva económica, desde el punto de vista de las llamadas ‘ciencias económicas’. Por supuesto que la Economía se fortalece con esa práctica porque emplea su propio patrimonio conceptual para atacar con ese discutible arsenal a quien se atreva a poner en duda su calidad de ciencia; y lo hace, precisamente, de esa manera porque lo asimila a los suyos. Es un ‘circulo vicioso’ que rinde frutos. Lo cierto es que, en el debate académico (y, por supuesto, político), existe el convencimiento que la labor del filósofo alemán se limitó a levantar una alternativa a las tesis enarboladas por los economistas clásicos, afirmación entera carente de fundamento. En tal condición, lo critican como economista lo que explica los ataques a la llamada ‘ley de la tasa decreciente de ganancia’, entre otras materias.

Criticar, igualmente, a Marx acerca de sus pretendidas ‘predicciones’ sobre el fin del sistema capitalista resulta hasta ridículo. Marx, si planteó esa posibilidad, no hizo otra cosa que aplicar a dicho sistema las mismas normas que han gobernado la existencia de aquellos modos de producción que han precedido al actual y que, fatalmente, llegaron a su término sin que nadie discutiera o pusiera en duda tal axioma. Y es que todos los sistemas nacen, viven y mueren; como lo hacen los seres humanos, como lo hacen todos los seres vivos.

El concepto de desigualdad que, de acuerdo a Picketty, debería decrecer y no aumentar, mantiene las mismas tendencias que mostraba hace algunos años, es decir, a aumentar y profundizar las brechas que mostraba anteriormente, por lo menos, en el caso de Chile. Es Picketty quien se equivoca, no Marx. Y para muestra un botón que localizamos en nuestro país: a mediados del mes de junio, denunciaba a la opinión pública Francisco Vidal, uno de los panelistas del programa de TVN ’Estado Nacional’, ex ministro de Estado y militante del PPD, basándose en informaciones extraídas de ‘El Mercurio’ de esa semana, que mil personas de entre las más ricas de Chile, eran propietarias de 135 mil millones de dólares, cifra monstruosa, increíble, equivalente al doble del presupuesto nacional[37]. Riquezas como las mencionadas frente a la remuneración mensual promedio del chileno (600.000 pesos) confirman el vertiginoso aumento de la desigualdad. No olvidemos que este promedio es un promedio: no refleja la realidad del precio de la fuerza de trabajo que no alcanza más allá de 400 mil pesos. Sin embargo, esta materia se aleja de los verdaderos objetivos que tuvo en mente Marx para escribir ‘Das Kapital’.

NO HAY ECONOMÍA ALTERNATIVA

Si bien es cierto pudo Marx desnudar la más íntima esencia del sistema capitalista que se imponía predominantemente en su época, no es menos cierto que jamás alcanzó a construir la base económica de la sociedad comunista que postulaba: la muerte lo sorprendió cuando debía hacerlo. Y, a nuestro entender, en esta simple circunstancia ha de encontrarse una de las explicaciones más ciertas del fracaso de los regímenes revolucionarios que, en nombre suyo y de sus ideas, se trataron de instalar en las diversas regiones del planeta. Horacio Tarcus nos recuerda que fue el economista británico Alec Nove quien, luego de varios estudios,

“[…] demostró que Marx escribió poco y nada sobre la futura sociedad comunista, de modo que aquello que los bolcheviques llamaron pomposamente «teoría marxista de la transición del capitalismo al socialismo» no fue otra cosa que una serie de ensayos y errores experimentados sobre la marcha”[38].

Sin embargo, aquello no fue todo. Tanto países como gobernantes y organizaciones políticas intentaron, por  otro lado, apropiarse de las ideas de Marx y erigirse en los únicos exégetas autorizados de su obra. Como lo señala Tarcus,

“La extraordinaria historia del marxismo que dirigió Eric Hobsbawm, con un prestigioso elenco internacional de colaboradores vino, a reponer las diversas apropiaciones que el siglo XX hizo del legado de Marx. La historia del marxismo era, en verdad, la historia de los marxismos. La leninista fue apenas una de esas apropiaciones, incluso una de las más heréticas, pero que devino hegemónica con el triunfo de la Revolución de Octubre. El mundo comunista tendió desde entonces a monopolizar el marxismo, que pasó a llamarse «marxismo-leninismo», y luego «marxismo-leninismo-estalinismo»”[39].

Construidos aquellos ‘modelos’ de sociedad sin esa racionalidad tan propia del filósofo alemán sino con la pasión y la emotividad que caracteriza al deseo revolucionario, era casi natural que todos ellos colapsaran o derivaran a una especie de caricatura de las tesis de Marx. Un simple deseo, por poderoso que sea, no basta para construir una nueva sociedad. Pero sí puede conducir a la más abyecta de las tiranías.

Marx entregó lo mejor de sí para ayudarnos a comprender la miseria del régimen bajo el cual vivimos; murió sin poder entregarnos su modelo de sociedad del futuro. Murió sin, siquiera, explicarnos su visión acerca de la naturaleza del Estado ni regalarnos el estatuto teórico de las clases sociales[40]. Como dramáticamente lo expresa Althusser cuando afirma: en el tomo III de ‘Das Kapital’ hay un capítulo que lleva por título ‘Las clases sociales’ en el cual existe solamente un simple enunciado; luego…, silencio. Porque un 14 de marzo, pero del año 1883, a las dos cuarenta y cinco minutos exactas de la tarde, había dejado

“[…] de pensar el más grande pensador viviente”[41].

A pesar de lo dicho, a pesar de no existir en los escritos suyos una referencia más o menos exacta de lo que debería entenderse por ‘nueva sociedad’, coincidimos con Wolfgang Leonhard en el sentido que tal afirmación

“[…] no es cierta […]”[42],

pues pueden deducirse de aquellos conclusiones tremendamente interesantes. Es una tarea inmensa, sin lugar a dudas, que está pendiente; pero existe y se encuentra plenamente vigente. Nadie la ha acometido. Nadie ha tomado en sus manos, tampoco, la labor de realizarla a futuro. Y parece difícil que alguien de la actual generación lo haga, por lo que pasa a ser un hecho indesmentible que corresponderá a otras llevar a cabo tan importante tarea. Pero lo cierto, repetimos, es que la tarea está pendiente.

Santiago, junio de 2018

Notas:

[1]La distinción entre ‘marxistas’ y ‘marxianos’ la emplea también Paula Vidal Molina en su artículo “Marx, sus continuadores y la izquierda”, ‘El Ciudadano, 28 de enero de 2013, edición digital.

[2]Piketty, Thomas: “El capital en el siglo XXI”, Fondo de Cultura Económica”, Santiago, 2014, pág. 19.

[3] Esto no se ha limitado al periodo de la Unidad Popular sino que se han extendido a varios otros períodos en la historia de nuestra República: se considera poco menos que un crimen entregar el desempeño de un cargo estatal a quien no es economista. Más, aún, si no es un académico: un sembrador de papas no puede ejercer un cargo de dirección estatal. La estructura vertical de la sociedad se impone como una necesidad.

[4] No deja de ser irónica la circunstancia que, habiendo un periodista consultado a Marx su opinión sobre el ‘marxismo’, según lo narra el propio Friedrich Engels, en carta dirigida el 5 de agosto de 1890 a Konrad Schmidt, el filósofo no vaciló en llamar agriamente la atención de quienes así se autocalificaban en Francia, expresándoles: “Tout ce que je sais c’est que je ne suis pas marxiste”.

[5]La pasión de Marx por las letras se manifiesta, incluso, en sus incursiones por el mundo de la poesía y del relato.

[6] Marx, Karl:“Contribución a la crítica de la Economía Política”, Editorial Progreso, Moscú, 1989, pág. 6.

[7] Marx, Karl: Id. (6), pág. 7.

[8] Véase, al respecto, el clásico libro ‘Economía’ de Paul Samuelson y Paul Nordhaus. En los textos antiguos de Economía, el vocablo ‘naturaleza’ aparecía reemplazado por la palabra ‘tierra’.

[9]Marx, Karl:“Manuscritos Económicos y filosóficos”, Biblioteca virtual ‘Espartaco’, 2001, Primer manuscrito, sin indicación de página.

[10]Marx, Karl: Id. (6) pág. 7.

[11] Marx, Karl: “Formaciones económicas precapitalistas”, Editorial Ciencia Nueva S.L., Madrid, 1967, pág, 185. Este libro corresponde a una parte de la Introducción a los ‘Grundrissen’ que se refiere, precisamente a ese tema.

[12] Sobre el particular, recomendamos la lectura del libro de Eduardo Fioravanti ‘El concepto de modo de producción’ que nos parece la obra más rigurosa escrita hasta el momento para comprender la naturaleza de ese concepto.

[13]Marx, Karl: Obra citada en (6), pág. 7.

[14]Marx, Karl: “Manuscritos Económicos y Filosóficos”, Biblioteca de Autores Socialistas, en el sitio de INTERNET  que se indica a continuación: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/44mp/ (1 of 2) [27/12/2002 19:44:59], sin numeración de página.

[15] Cárdenas, Juan Pablo y Vidal, Gerardo: “¿Tenía Marx razón?”, ‘El Mostrador’, 01 de febrero de 2017.

[16] Pizarro, Alfonso: “Las razones para volver al proyecto de Marx”, ‘El Mostrador’, 11 de febrero de 2017.

[17] Wolfgang Goethe no es conocido en América como uno de los más grandes científicos europeos sino como el autor de dos extraordinarias obras literarias que fueron ‘Las desventuras del joven Werther’ y ‘Doctor Fausto’ en donde aborda problemas del amor juvenil y el drama de los hombres de edad que se niegan a envejecer. La novela de Goethe sobre Werther fue prohibida por la Iglesia pues provocó una ola de suicidios en toda Europa.

[18]Véase de Carlos Illades el libro ‘El Futuro es nuestro. Una historia de la izquierda mexicana’. El libro se encuentra disponible en INTERNET.

[19] Id. (18). Véase, además, las citas de Annenkov en varios sitios de INTERNET.

[20] Las ‘fuerzas productivas’ no son sino lo que hoy se conoce con los vagos conceptos  de ‘tecnología’, ‘investigación y desarrollo’ o, simplemente, ‘adelantos científicos y tecnológicos’.

[21] Marx, Karl: Obra citada en (6), pág. 8.

[22]Véase, para una mejor comprensión, nuestro trabajo ‘El concepto de unidad originaria’, publicado hace ya varios años en varios sitios de la red INTERNET y que resulta bastante fácil de ubicar.

[23] Para constatar esta realidad basta solamente observar a los trabajadores que se dirigen a su lugar de trabajo. No portan otra cosa que no sea su merienda. El objeto de su trabajo se encuentra en la fábrica; también su instrumento de trabajo. El producto de su trabajo pertenece al patrón.

[24]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[25]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[26]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[27]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[28]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[29]Marx, Karl: Obra citada en (9).

[30] Riesco, Manuel: “Marx no vio los peores demonios de la era moderna”, ‘El Mostrador’, 04 de junio de 2018.

[31] Marx, Karl: “Entrevista”, contenido en el tomo 1 de la colección ‘Grandes entrevistas’, Kontenut, Santiago, 2015, pág. 32.

[32]Tarcus, Horacio: “La vuelta de Marx en el siglo XXI”, ‘Nueva Sociedad’, mayo 2018, versión digital.

[33]Vidal, Paula: “200 años de Karl Marx: un gigante del pensamiento que  sacudió al mundo”, ‘El Mostrador’, 05 de mayo de 2018.

[34]Vidal, Paula: Obra citada en (33).

[35]Engels, Friedrich: “Discurso ante la tumba de Marx”, disponible en varios sitios de INTERNET.

[36]Entrevista a Thomas Picketty en ‘New Republic’, traducción de Julio Ortega Tous para la revista ‘Vanguardia del Pueblo’, 12 de mayo de 2014.

[37]El Presupuesto Nacional para 2018, aprobado en 2017, es decir, el monto del dinero que se necesita para mantener a todo el país funcionando durante todo ese año, es de 60 mil millones de dólares.

[38]Tarcus, Horacio: Art. citado en (32).

[39]Tarcus, Horacio: Art. citado en (32).

[40] En su reemplazo, lo han hecho NikosPoulantzas (‘Poder político y clases en el Estado Capitalista’) y su discípulo Bob Jessop (‘Statetheory’).

[41] Engels, Friedrich: Obra citada en (35).

[42] Leonhard, Wolfgang: “La triple división del marxismo”, Guadiana de Publicaciones S.A., Madrid, 1971, pág. 64.

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