19.06.2018
Una institución llamada G-7 celebró su reunión anual el 12-13 de junio en Charlevoix (Quebec, Canadá). El presidente Trump asistió al principio pero se marchó pronto. Debido a que los puntos de vista de ambos lados eran tan incompatibles, el grupo de seis miembros negoció con Trump la emisión de una declaración bastante anodina para la declaración conjunta habitual.
Trump cambió de idea y se negó a firmar ninguna declaración. Los Seis redactaron entonces una declaración que reflejaba sus puntos de vista. Trump se enfadó e insultó a los protagonistas de la firma de la declaración.
Esto fue interpretado por la prensa mundial como un desaire político recíproco por parte de Trump y de los otros seis jefes de Estado y gobierno que asistieron. La mayoría de los comentaristas defendieron también que esta batalla política señalaba el final del G-7 como actor significativo en la política mundial.
Pero ¿qué es el G-7? ¿Quién inventó la idea? ¿Y con qué propósito? No hay nada menos claro. El nombre mismo de la institución ha cambiado constantemente, igual que el número de miembros. Y muchos afirman que han surgido reuniones más importantes, tales como la del G-20 o el G-2. También está la Organización para la Cooperación de Shanghái, que se fundó en oposición al G-7, y que excluye tanto a los Estados Unidos como a los países occidentales europeos.
En cierto sentido tenemos suerte de que Donald Trump sea tan necio como para herir a su propio bando con un enorme golpe.
La primera clave de los orígenes del G-7 como concepto es la fecha del nacimiento de la idea del G-7. Fue a principios de la década de los 70. Antes de ese momento, no había ninguna institución en la que Estados Unidos jugara un papel como participante igual a otras naciones.
Recuerden que tras el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta los años 60 los Estados Unidos habían sido el poder hegemónico del sistema-mundo moderno. Invitaba a encuentros internacionales a quien deseaba por motivos propios. El propósito de tales encuentros era principalmente para implementar políticas que los Estados Unidos consideraban inteligentes o útiles —para sí mismos.
Para los 60 los Estados Unidos ya no podían actuar de esa manera tan arbitraria. Había empezado a haber resistencia a los acuerdos unilaterales. Esta resistencia era la evidencia de que el declive de los Estados Unidos como poder hegemónico había empezado.
Para mantener su rol central, en consecuencia, los Estados Unidos cambiaron su estrategia. Buscó vías con las que por lo menos pudiera frenar este declive. Una de las vías fue ofrecer a determinadas grandes potencias industrializadas el estatus de “socio” en la toma de decisiones mundial. Esto iba a ser un intercambio. A cambio de la promoción al estatus de socios, los socios accederían a limitar el grado en el que se apartarían de las políticas que los Estados Unidos preferían.
Uno podría, por lo tanto, argumentar que la idea del G-7 fue algo inventado por los Estados Unidos como parte de este nuevo acuerdo de asociación. Por otro lado, un momento clave en el desarrollo histórico de la idea del G-7 fue el momento de la primera cumbre anual de los altos dirigentes, frente a las reuniones de figuras de rango inferior como los ministros de finanzas. La iniciativa para esto no vino de Estados Unidos sino de Francia.
Fue Valéry Giscard d’Estaing, entonces presidente de Francia, quien convocó el primer encuentro anual de los altos dirigentes en Rambouillet (Francia) en 1975. ¿Por qué pensó que era tan importante que hubiera un encuentro de los altos mandatarios? Una posible explicación era que él lo veía como una forma de limitar más el poder estadounidense. Enfrentados a negociar con el conjunto de los demás líderes, cada uno de los cuales con prioridades diferentes, Estados Unidos estaría obligado a negociar. Y ya que eran los altos mandatarios quienes cerraban el trato, sería más difícil para cualquiera de ellos repudiarlo posteriormente.
A todos los efectos, el G-7 está acabado. Pero ¿deberíamos lamentarnos por ello?
Rambouillet comenzó una lucha entre Estados Unidos y diversas potencias europeas (pero especialmente Francia) respecto a los principales temas mundiales. Fue una lucha en la que a Estados Unidos cada vez le fue menos bien. Fue seriamente rechazado en 2003, cuando se vio incapaz, por primera vez en la historia, de ganar siquiera una mayoría de votos en el Consejo de Seguridad de la ONU cuando iban a votar sobre la invasión de Iraq por Estados Unidos. Y este año, en Charlevoix, se vio incapaz de acordar siquiera una declaración conjunta banal con los otros seis miembros del G-7.
A todos los efectos, el G-7 está acabado. Pero ¿deberíamos lamentarnos por ello? La lucha por el poder entre Estados Unidos y los otros era básicamente una lucha por la primacía en la opresión del resto de naciones del mundo. ¿Estarían mejor estas fuerzas más pequeñas si se impusiera el modo europeo de hacerlo? ¿Le importa a un animal pequeño qué elefante le aplasta? Creo que no.
¡Salve Charlevoix! Trump puede habernos hecho a todos el favor de destruir este vestigio de la era de la dominación occidental del sistema-mundo. Por supuesto, la muerte del G-7 no significa que la lucha por un mundo mejor haya acabado. En absoluto. Aquellos que respaldan un sistema de explotación y jerarquía simplemente buscarán otras formas de hacerlo.
Esto me recuerda lo que ahora es mi tema central. Estamos en una crisis estructural del sistema-mundo moderno. Se está dando una batalla respecto a qué versión de un sistema heredero veremos. Todo es muy volátil en este momento. Cada bando está arriba un día, abajo el siguiente. En cierto sentido tenemos suerte de que Donald Trump sea tan necio como para herir a su propio bando con un enorme golpe. Pero no caigamos en animar a Pierre Trudeau [Justin Trudeau, primer ministro canadiense] o Emmanuel Macron, cuya versión más inteligente de opresión está peleando con Trump.
Fuente original: https://zcomm.org/znetarticle/the-g-7-a-demise-to-celebrate/
*Fuente: El Salto
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