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La pregunta acerca del “modelo de sociedad” y el zapato chino de la constitución del 80

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Si somos estrictos, a contar del momento en que entra en vigencia la constitución del año 1980, la pregunta por el “modelo de sociedad” no es una pregunta que tenga cabida en el espacio legal y político en que la sociedad chilena hasta hoy se encuentra; y quien la realiza demuestra al menos, que no ha comprendido cabalmente cuales son las reglas del juego que nos rigen.

En los programas de contenido político que se exhiben en la televisión chilena, particularmente aquellos en que se invita a candidatos a la presidencia del país y que representan a la izquierda chilena, ya resulta predecible que se solicite al candidato(a) una definición con respecto a su “modelo de sociedad” referencial, el que supuestamente actuará como su norte al momento de ejercer su mandato. También ya es recurrente que el panelista de turno señale incluso los países que a su juicio tendrían que figurar entre las preferencias del candidato, para lo cual se suele mencionar a países como Cuba, Venezuela, China e incluso Corea del Norte, etc.

Pero más allá de convertirse en un estereotipo de pregunta, llama la atención la ausencia de un análisis previo más acorde con nuestra realidad política nacional, considerando lo recurrente en que se ha convertido dicho planteamiento.

Teniendo en consideración que la única vez que en nuestro país se intentó por la vía democrática llevar a cabo un proyecto para alcanzar un modelo de sociedad socialista, el gobierno ni siquiera alcanzó a cumplir la mitad de su mandato (de 6 años en total), debido a que fue objeto de un golpe de estado en el que las fuerzas armadas optaron por atacar el palacio de gobierno, hasta el punto que el presidente de la república fue conminado a acabar con su propia vida. Más allá de la discusión acerca de las causales que desencadenaron el golpe de estado, los chilenos tenemos bastante claro la violenta y devastadora forma en que finalizó ese proyecto, para lo cual la derecha contó incluso con el apoyo de los Estados Unidos. Pero eso sólo fue el comienzo, ya que a partir de ese momento se dio inicio a una etapa que supuestamente sería un período de excepción, el que iba a permitir el retorno del país a su normalidad, pero que a la postre acabó convirtiéndose en una dictadura cívico-militar de derecha que se prolongó por 17 años, en la que se violaron de forma sistemática los derechos humanos y en la cual se impusieron las nuevas bases para una institucionalidad vigente hasta nuestros días. Entonces considerando lo traumático que significó el breve proceso de instaurar la “vía chilena al socialismo” y sobre todo el prolongado “período de excepción” que le prosiguió, situación que hasta la fecha sigue dividiendo a nuestra sociedad -entre otros factores producto de la falta de decisión (y de coraje) de los poderes del estado para resolver cabalmente aspectos fundamentales del acontecer nacional, los que habrían contribuido a mejorar considerablemente la convivencia entre los chilenos, como ha sucedido particularmente con el accionar de la justicia chilena en relación con los abusos que se cometieron en materia de derechos humanos- cabe preguntarse entonces ¿Es plausible la instauración de un régimen socialista hoy en día en Chile?

Ahora bien, si tenemos presente el marco político que nos rige en la actualidad -la constitución de 1980- cualquier ciudadano informado a estas alturas ya ha comprendido meridianamente que en nuestro país no existe posibilidad alguna de instaurar un modelo distinto al sistema social y económico neoliberal impuesto por la dictadura y que en consecuencia, a pesar de las múltiples reformas que se le han introducido –incluida la eliminación de la firma del dictador- la carta fundamental tiene un destino predeterminado, el que no será posible modificar mientras continuemos bajo ese marco regulatorio. Para ello la constitución cuenta con un elaborado sistema de blindaje preconcebido de forma tal que cualquier intento por modificarla, a la postre implica sólo la modificación del texto, pero no así el itinerario trazado desde su concepción por Guzmán y compañía. El blindaje opera incluso aunque exista consenso por parte de la mayoría del país para efectuar el cambio. A la postre, la constitución del 80 se ha convertido en una suerte de “zapato chino” en el cual no se vislumbra una salida a corto plazo. En consecuencia, hoy en Chile no existe posibilidad alguna de que el país se proyecte bajo un modelo social y económico distinto al sistema neoliberal.

Teniendo en consideración entonces lo que ha significado nuestra experiencia reciente de país, por el intento de llevar adelante el proyecto de un gobierno popular y si además se tiene conciencia de la institucionalidad heredada desde la dictadura; habiendo transcurrido ya 37 años desde la instauración de la constitución y 27 años de gobiernos elegidos en forma democrática, los que en definitiva han debido concentrar sus esfuerzos en administrar un sistema con el cual no se sienten interpretados (con la excepción de Sebastián Piñera). Cabe señalar entonces ¿Qué sentido tiene preguntar hoy por algún modelo distinto al que se nos impuso, si nuestra realidad política, social y económica no puede ser sujeta a cambio de sistema alguno? Obviamente no estamos ante una caso de ingenuidad periodística ¿Se intentará encubrir nuestra realidad política para inducir a que el espectador menos informado siga pensando que aún es posible llevar a cabo en nuestro país sus anhelos de una sociedad distinta?

Podrá ser materia de otro análisis la indagación en las razones que originan la instalación de este tipo de planteamiento en los referidos programas de nuestra televisión. También será útil para los electores cuestionarse acerca de ¿qué ocurre en el fuero interno de los propios los candidatos a la presidencia, cuando son objeto de estos planteamientos? Porque cabe señalar que los candidatos -considerando que en esta caso se trata de políticos de tendencia progresista- tienden más bien a “caer en el juego” de los panelistas, que a dejar en evidencia su falta de realismo político.

-El autor, Ricardo Riquelme Alvaro, es arquitecto

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