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La crisis democrática o el olvido de que «el bien mayor es lo que provoca la felicidad del colectivo»

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Pintura del artista Jorge Araldi

No se podrá decir que estas elecciones fueron un circo, sinceramente dan pena. El daño que la clase política le ha hecho a la democracia dada su evidencia, no requiere de complejas demostraciones estadísticas. El mensaje es claro la mayoría de los chilenos no votará por quienes quieren ser sus representantes, en otras palabras los políticos no representan a nadie. Claramente esto es una exageración retórica, ya que representan a una clase dominante, clasista, racista, egoísta y genocida, que son una minoría bastante poderosa.

La clase política es la responsable directa de la desactivación política que viene a ser responsable de nuestra crisis democrática. Los discursos inaugurales de las instituciones propias del Estado-nación en el siglo XIX asumían ideas ilustradas y revolucionarias, en donde se proclamaba que si los representantes del pueblo no cumplían con este deber de representación la revolución no sólo era necesaria sino que legítima. Amparados en Rousseau políticos ideólogos como Simón Bolívar y Fray Camilo Henríquez incluían estás demandas políticas con la intención de siempre favorecer al pueblo, cuestión fundamental de la política de la cual incluso Aristóteles era consciente cuando aceptaba que era mayor bien aquello que provocaba la felicidad del colectivo. Pero, nuestros políticos no hablan de felicidad, menos de la vocación ancestral del Sumak Kawsay o “buen vivir” que con vigencia reclaman las culturas de la tierra en su mensaje político-espiritual de transformación hacia el ayllu.

Pero, como fruto de nuestra desactivación política a manos de los dispositivos de control, no tenemos ciudadanía. Por suerte, distintos movimientos sociales creativos, generalmente acompañados de manifestaciones artísticas y comunitarias, están en las calles construyendo la ciudadanía y dignificando la vida política. No es la política que entiendan los intelectuales agorísticos forzados hoy a escribir en los medios de comunicación, opinando de lo que sea con la habitual práctica del flatus vocis.

El principal triunfo del colonialismo es su capacidad de permanecer como una estructura de dominación intacta dado nuestro escepticismo y relativismo político. El escepticismo político naturaliza el régimen de injusticia olvidando que éste tiene una explicación histórica y que por lo tanto puede ser transformado. El relativismo político que asume un voto sin ideología, o para decirlo más agresivo todavía, sin ideas, asume que el voto se le puede dar a cualquiera, ya que todo es lo mismo, es insensato ya que no todo es igual. El orden colonial ha sido efectivo en la invisibilización de los pueblos originarios, los afrodescendientes, las diversidades sexuales (mujeres, homos, trans, inter, etc), y nuestras lenguas. Todos estos sujetos son participantes-militantes en la emergencia de lo político que interpelan a una renovación intelectual y moral. Identidades que han sido clasificadas como minorías y que hoy también se encuentran como agentes políticos en la construcción de una nueva ciudadanía aparecen como posibilidades políticas alternativas.

Sabemos que la clase política no ha sabido defenderse de la seducción del dinero, además mal ganado, por lo tanto corrupta y causa de que los electores no voten por apatía. Pero, también sabemos que hay una ciudadanía activa políticamente que abandonó la vía electoral y que no votará para deslegitimar la pantomima de la política institucionalizada de los partidos. De esta ciudadanía emergente lejos se encuentra la clase política que abandonó el estudio de la realidad social y que, como hemos dicho, abandonó la vocación, reduciendo su capacidad para comprender lo político.

Es grave la situación actual para la democracia. La clase política que tanto acude a las estadísticas, no podrá ocultar, por mucho tiempo, la grave falta de representación. Una estrategia sabia, por cierto, no es negar la crisis, sino más bien comprenderla. El ejercicio de la concientización, responsabilidad del sujeto político, exige asumir la relevancia del estudio de la política. Haría bien la clase política en retirarse o tomarse un largo sabático, en el caso de que la sospecha sobre el escaso apoyo electoral que alcanzarán se cumpla. Tal vez esta evidencia crítica, frente a la escasa representatividad de la clase política, sea razón suficiente para el establecimiento de un proceso constituyente. Si es que los ganadores en las elecciones se tomarán sus derrotas en serio, tendrían la posibilidad de mostrar de que “verdaderamente piensan” en el país, declarando y asumiendo ellos mismos la falta de legitimidad política. Dicho proceso constituyente debe ser asumido por todos aquellos movimientos que han dado claras muestras de recuperar la dignidad del ser humano que no renuncia a la utopía que se adelanta a la historia.

-El autor, Alex Ibarra Peña, es miembro del Colectivo de Pensamiento Crítico “palabra encapuchada”

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