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Eduardo Artés y José Antonio Kast

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08/11/2017
Si las elecciones pusieran en peligro el poder de la plutocracia, hace mucho tiempo que hubieran sido suprimidas. La conquista del sufragio universal y, posteriormente, la instauración del voto femenino, costó el derramamiento de mucha sangre; pasado el tiempo la plutocracia aprendió a que el sufragio universal era muy superior al derecho divino de los reyes, pues para terminar con la monarquía bastaba con decapitar a uno de ellos. En la república la responsabilidad se reparte entre varios mandatarios sucesivos, sin que se le pueda culpar a uno de ellos en particular, por ejemplo, por muy muy corrupto y, hasta delincuente, que sea un Presidente de la República o plutócrata parlamentario se hace casi imposible enviarlo a la cárcel – mucho menos decapitarlo -.

Los politólogos se espantan por el alto número de ciudadanos que se hastiaron de concurrir a las urnas – Chile y Colombia ostentan el récord sudamericano en abstención: más del 60% de los electores inscritos que no concurre a las urnas -. Si revisáramos la historia de la democracia desde Grecia hasta nuestros días esta actitud de los “mal llamados ciudadanos” no nos debería extrañar, (en la antigua Atenas costaba mucho que los helénicos concurrieran al sorteo para ocupar algún cargo en el gobierno).

Las elecciones, sabemos, constituyen una trampa para engañar a cándidos y legitimar a pillos, por lo tanto, lo mejor sería ofrecer a los electores una góndola que contenga todos los productos, (candidatos), desde la A hasta la Z : en los comicios de 2013 había una gama desde Evelyn Matthei, por la derecha dura, hasta Marcel Claude, por la izquierda más radical; para las elecciones del 19 de noviembre tenemos desde el pinochetista José Antonio Kast hasta el ultraizquierdista Eduardo Artés.

Si por si acaso, alguien creía que el pinochetismo estaba erradicado definitivamente y que, además quedaban muy pocos imbéciles conciudadanos que aún lo quieren y lo admiran, podrá comprobar que el “Tata” y la “Lucía”, incluidos sus variados modelos de sombreros, siguen vivitos y coleando.

José Antonio Kast no tiene ningún tipo de censura ética, moral y/o psicológica para repetir las monsergas y pseudo-valores y creencias trasnochadas del típico ultraderechista latinoamericano. En primer lugar, es un pechoño fanático que deja chico a Fernando Karadima y el cismático clérigo Lefrevre. En el foro del 6 de noviembre se extendió sobre la propuesta de obligatoriedad de clases de religión -no sólo católica, sino también protestante – que debe impartirse en las escuelas y liceos que recibieran aportes del Estado.

Kast, al referirse a los mal llamados “temas valóricos”, se pronuncia con vehemencia por derogar la ley del aborto en tres causales, recientemente aprobada por el Congreso; también sobre la inconveniencia del matrimonio igualitario pues, según él, sólo puede darse ese vínculo entre un hombre y una mujer.

En cuando a la planificación familiar, aunque no es contrario a los anticonceptivos, contó que de acuerdo con su mujer se comprometieron, desde el inicio de su unión, a usar sólo métodos naturales para planificar la familia, la que ya suma nueve hijos – los mayores recordamos que la iglesia católica hace bastante tiempo prohibía la pastilla anticonceptiva y únicamente permitía los métodos naturales, es decir el Ogino-Knaus. (Eduardo Frei Montalva católico de misa diaria tuvo el valor de hacer de la planificación familiar el núcleo de su gobierno)

En ocasión reciente Kast expresó que si un ladrón entrara a su casa le dispararía con su pistola, lo cual significa que es partidario del uso de armas como defensa propia, y la existencia de un polígono de tiro para enseñar el uso de las armas.

En otro tema sensible en nuestro país, Kast sostiene que en la Araucanía existe el terrorismo y que debe emplearse la fuerza y el ejército para “pacificar” a los indómitos mapuches, (los racistas, como el argentino Bartolomé Mitre y el chileno, Cornelio Saavedra, le quedan chicos a este fascista a la chilena).

No hay que mirar en menos a este candidato: en la mayoría de las encuestas se ubica entre el 4% y el 6%. En el análisis de menciones en Facebook Kast subió al más alto nivel entre los ocho candidatos al referirse al tema de la planificación familiar por el empleo de métodos naturales.

En otro plano, hay que dar por supuesto que en Chile aún existen muchos ciudadanos reaccionarios: no en vano Pinochet – claro que en otra época – obtuvo el 40% de los votos en el plebiscito de 1988 y que, hasta ahora, la UDI es el Partido más numeroso del país.

El otro candidato, Eduardo Artés, es un profesor de enseñanza básica y también un antiguo dirigente político que perteneció, en la época de Salvador Allende, al Partido Comunista Revolucionario, una rama muy radical que criticaba el reformismo de la Unidad Popular. En épocas anteriores, la izquierda se había dividido entre los partidarios de Mao y los comunistas ortodoxos pro-soviéticos, famosos por el caso del doctor Jaime Barros, diputado por Valparaíso, llamado el médico de los pobres, que renunció al Partido Comunista para seguir a los maoístas.

No se podría acusar a Artés de inconsecuencia o de ambigüedad, pues su programa político es muy claro y contundente acorde al ideal marxista-leninista. Plantea refundar el país, nacionalizar la Banca y las materias primas, convocar a una Asamblea Constituyente y movilizar a los sindicatos y demás organizaciones ciudadanas a fin de presionar al Congreso por la aprobación, no sólo de una nueva Constitución, sino también de cambios radicales en el país, en que el pueblo sea el protagonista principal.

Artés, muy consecuente con sus ideas y programa de gobierno, no está dispuesto a transar, como tampoco apoyar a ninguno de los demás candidatos, pues para él Alejandro Guillier, Marco Enríquez, Beatriz Sánchez, Carolina Goic y hasta Alejandro Navarro son versiones reformistas de la derecha.

A los hipócritas en la gama de los editores de pasquines les encanta resaltar la honestidad y franqueza de estos dos candidatos de los extremos – derecha e izquierda -, pues saben bien que están sólo para sazonar las próximas elecciones.

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