Historia de una familia nortina
por Julio Cámara C. (Iquique, Chile)
7 años atrás 5 min lectura
Mi abuelo Timoteo nació en 1867, en la salitrera Catalina, al norte del pueblo de Huara. Mi abuela Sebastiana, su esposa, vino al mundo un año después, en 1868, en el pueblo de La Noria, al sur de Pozo Almonte. Por entonces, la provincia de Tarapacá era territorio peruano, y una zona, al igual que Antofagasta, poseedora de ricos yacimientos de caliche, apetecido por empresarios de distinto pelaje, que quizá ya tramaban planes para acceder con ventajas a esas valiosas pampas.
Del abuelo tenemos un antecedente que es toda una leyenda en la historia familiar, y es que en mayo de 1879, contando con 12 años, se encontraba en Iquique y vivía en el sector de El Colorado. Fue así que el día 21, según contaba posteriormente a sus hijos y éstos con el tiempo a los suyos, su curiosidad de niño lo llevó a encaramarse en el techo de su vivienda para observar a lo lejos, como privilegiado testigo, el histórico y desigual enfrentamiento naval entre una modesta corbeta chilena y un acorazado peruano. Una experiencia suficientemente impactante que bien valía recordarla y contarla durante una vida entera.
En diciembre de 1907, lo sabemos por herencia oral, el abuelo, ya con numerosa prole a cuestas, se encontraba laborando en las duras faenas del salitre en la oficina Buen Retiro, próxima a Pozo Almonte. Desde allí, y animado de principios solidarios se sumó también al movimiento huelguístico de los obreros de la pampa, bajando a Iquique, a la fatídica escuela Santa María, y estuvo entre los que tuvieron la fortuna de sobrevivir a la cruel matanza perpetrada, vaya triste coincidencia, otro funesto día 21. No hay dudas que el abuelo Timoteo tenía buenas historias para contar, y lamento no haberlo conocido y disfrutado de una amena conversación con él.
De la abuela Sebastiana, no hay muchas luces acerca de lo que fue su infancia en La Noria. Tampoco en qué circunstancias salió de dicho pueblo, ni en qué momento su vida se cruzó con la del abuelo Timoteo, pero, de seguro que eso ocurrió en alguno de los numerosos campamentos salitreros de la época. Era el mismo territorio, pero que ahora pertenecía a Chile como resultado del conflicto bélico contra peruanos y bolivianos.
Debo reconocer, que el reciente 28 de julio, aniversario patrio de nuestros vecinos peruanos, conmemoración que cada año adquiere más notoriedad en Iquique, me impulsó a internarme por derroteros del pasado familiar, para intentar recrear la infancia peruana de mis abuelos en la pampa, y posteriormente, imaginarlos organizar sus vidas de temprana adolescencia en esas mismas pampas, pero ahora de soberanía chilena, un estatus que ellos probablemente asumieron sin complejos ni mayores dramatismos, inmersos en la odisea de vivir el día a día en el vasto y salobre desierto nortino.
Pienso que aparte de un nuevo emblema patrio, el nuevo estatus asumido no significó gran cosa. La subsistencia siguió siendo dura y difícil, y las condiciones laborales ligadas a la producción del salitre, en manos de voraces capitales privados, continuaron siendo miserables, lo que gatilló inevitablemente el despertar de la conciencia de clase y la organización de los obreros de la pampa.
La tendencia casi natural a la unidad y un sólido sentimiento de solidaridad entre los asalariados, se impuso por sobre fronteras administrativas y políticas, porque la lucha por el pan y la represión que ésta acarrea no hace distingos de nacionalidades a la hora de proteger los privilegios de los detentadores del poder económico y político. “Con los hermanos chilenos vinimos y con ellos morimos”, dicen que respondieron obreros bolivianos en la escuela Santa María, conminados por sus autoridades a hacer abandono de la escuela, previo a la masacre.
Los obreros de la pampa, hombres y mujeres, hermanados solidariamente ante las vicisitudes de la vida, tenían buenas razones para conmemorar como suyos los aniversarios patrios de Perú y Bolivia, principalmente, en claro reconocimiento a los ancestros de muchos que permanecieron en el territorio más allá de la denominada “guerra del salitre”. Dichas conmemoraciones solían culminar en grande con las fiestas patrias dieciocheras. Mi propia infancia pampina puede dar fe de ello.
Para quienes tenemos raíces vitales de larga data en esta zona, y una proximidad cotidiana con los países vecinos, las ideas de integración y colaboración mutua, tienen una valoración y connotación distinta a como seguramente la perciben nuestros compatriotas del sur, y en especial, de quienes tienen injerencia en instancias de decisión gubernamental. Los tiempos han cambiado, hoy hablamos de globalización y discutimos sobre el problema de las migraciones, un fenómeno casi mundial, que incluye también a Chile, y que particularmente en el norte, se expresa con matices propios, derivado de nuestra historia construida con valiosos aportes de migraciones, tanto en la pampa como en la costa.
Asumo que no deben ser pocas las familias de raigambre iquiqueña y pampina que tienen en sus historias familiares, ligazones con la época peruana, y personajes casi míticos como los abuelos Timoteo y Sebastiana.
El autor, Julio Cámara C., es Consejero Regional CNCA – Tarapacá
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Hermoso relato Julio……me identifiqué con tu abuelo cuando presenció con ojos de niño aquel histórico combate desde el techo de la casa, recuerdo muchas historias desde mis techos en Pudahuel…….un abrazo desde el sur!!
Fernando Trujillo L.