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Neoliberalismo y violencia

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Obra de Gabriel Assad «Gallo rojo, gallo negro»

Pensar la política democrática en este tiempo de neoliberalismo, capitalismo salvaje, exige asumir una reflexión detenida sobre la violencia. Es necesario cuestionar ese significante que inevitablemente surge como un engendramiento y retroalimentación del propio sistema. Francisco Bilbao en su lúcido análisis en “Sociabilidad chilena” reclamaba a los gobiernos de origen republicano la traición hacia la ciudadanía a partir del fortalecimiento del ejército que era presentado como garante del orden institucional. En definitiva la función del ejército consistía en asegurar el mantenimiento de la economía feudal vigente a pesar del relato republicano de los políticos. Bilbao veía la funcionalidad de las fuerzas armadas en el establecimiento del poder despótico en busca de la normalización que aseguraba privilegios sólo para una clase social. Frente a la posibilidad de cualquier acontecimiento de liberación en favor de los ciudadanos aparece la actuación de “las fuerzas de orden y seguridad” amparando la violencia institucionalizada.

En la política actual, sobre todo en aquella más propia de los políticos de derecha, la aplicación y sostenimiento del neoliberalismo que, como podemos constatar, va en contra de los intereses de la mayoría global, sólo es posible mediante un marketing basado en promesas mentirosas y la violencia. Esto último supone: la instalación de un enemigo que por lo general es el adversario político que deviene el chivo expiatorio a quien culpabilizar, y la represión a la protesta social que inevitablemente surge. La justificación que se utiliza para reprimir es que se realiza para mantener y salvaguardar el orden institucional que supuestamente es puesto en riesgo por la protesta social. En nombre de la República se instala la idea de que dicha protesta es violenta e ilegítima, desestabilizadora del gobierno, que va en contra de la democracia. Los gobiernos neoliberales realizan un gasto público inmenso para armar y capacitar a la fuerza policial en el ejercicio de control disciplinario, la persecución y cárcel a dirigentes sociales como Milagro Sala en la Argentina, Cristina, Lula, Dilma, los militantes del PT en Brasil, los mapuches, el profesorado y los estudiantes chilenos por citar algunos ejemplos recientes de la región.

En esa línea los medios de comunicación concentrados manipulan la opinión pública intentando generar un prejuicio que consiste en asociar política y violencia, sabiendo que al sistema neoliberal le conviene una despolitización de lo social, el escepticismo fundamentado en la creencia en la imposibilidad de la política, y la actitud relativista que sostiene que cualquier alternativa política da lo mismo. Ambos, el escepticismo y el relativismo producen la desconfianza hacia la política como la herramienta colectiva capaz de transformar el orden establecido.

Es necesario cuestionar el término violencia. Los gobiernos neoliberales vulneran derechos reprimen a sus pueblos, hambrean a su gente, realizan guerras y atentan contra la ecología y el medio ambiente del planeta. ¿No es eso una violencia sistémica del capitalismo salvaje? Consideramos que la violencia surge cuando fracasa la política. Siguiendo a Hanna Arendt la política supone la acción en donde cada quien pone en la escena pública su singularidad y su diferencia. La tarea del ciudadano implica hacer uso de su condición política, desplegar la democracia y radicalizarla. La condición política es el actuar libre, plural, impredecible y la raíz es el amor al mundo. Toda violencia institucional despotencializa la libertad y la capacidad de la acción humana porque pretende acallar la política y la pluralidad humana dentro de una institucionalidad que no funciona democráticamente.

Sostenemos que el problema de la violencia que engendra el sistema no se soluciona con más violencia, porque el “remedio” termina siendo un veneno. Habremos ganado mucho en relación a la batalla por la anhelada paz social si somos capaces de establecer un sistema distributivo justo, de equidad que garantice el respeto de los derechos adquiridos por los pueblos.

Nora Merlin y Alex Ibarra Peña
Grupo de Trabajo Surandina

-Artículo publicado también en Le Monde Diplomatique

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