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Interludio de paz en medio de la guerra. Reflexiones sobre la película “La batalla por Sebastopol”

Interludio de paz en medio de la guerra. Reflexiones sobre la película “La batalla por Sebastopol”
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En el contexto del enfrentamiento actual entre Ucrania y Rusia, la película titulada La Batalla por Sebastopol, tiene –como lo declaró su realizador Sergueï Mokritskï que creció en Ucrania y vive en Rusia–, la ambición de re-unir, al menos por un par de horas, esos dos pueblos que, hace pocas décadas, compartían la misma historia[1] y el mismo gobierno central. Su estreno, en el año 2015, no podía ser más oportuno, sobre todo si se considera que la película goza del consenso tanto de Rusia como de Ucrania en cuanto a su contenido y difusión.

Mokritskï logra su objetivo al reproducir de una manera apolítica la trayectoria de la tiradora de élite ucraniana, Ludmila Pavlitchenko, y la percepción que ésta tiene del camino profesional y sentimental que recorre. Ello es una verdadera hazaña, si uno considera que la guerra es un asunto sustancialmente político y que el famoso axioma de Carl Von Clausewitz, según el cual «la guerra es la continuación de la política por otros medios», no ha perdido nada de su vigencia.

 “La Batalla por Sebastopol” se abre sobre un cielo azul límpido atravesado por un avión que parece dirigirse hacia la pantalla y estar a punto de estrellarse en ella. Las dos banderas fijadas en la parte delantera del carro diplomático que espera en un aeropuerto nos indican que se trata de la visita en la Unión soviética de un alto dignatario en proveniencia de Estados Unidos. La segunda toma nos traslada prácticamente hacia el interior del vehículo oficial estacionado cerca del avión que acaba de aterrizar en el aeropuerto de Vnukovo en Moscú, en el año 1957. El alto dignatario es, en realidad, una dama de edad, con un aire decidido y de porte erguido. Ocupa el asiento trasero al lado de su secretario. Se trata de la señora Eleanor Roosevelt. El presidente Nikita Khrushchev la espera en ocasión de su llegada en el territorio soviético. La cita en la película coincide con la entrevista que la ex primera dama estadounidense le realizó en la vida real a Khrushchev, en Yalta, para el New York World-Telegram[2].

La estructura narrativa de la película está fundamentada en el relato que hace Eleanor Roosevelt de su encuentro con la heroína soviética, Ljudmila Pavlichenko. Por lo tanto, sigue un proceso cronológico no-lineal jalonado de flashbacks que revelan cómo las diferentes etapas que marcan la trayectoria profesional de la protagonista principal del film, Ljudmila, se entremezclan con la actividad humanitario-política de Eleanor Roosevelt a partir del año 1942.

La trama de la película es simple: en una época anterior al desencadenamiento de la Segunda Guerra mundial, Ludmila se distingue de sus colegas al evidenciar talentos espectaculares en el campo de experimentación de tiro, lo cual la llevó a graduarse en un programa militar de puntería. Mientras Ljudmila estudiaba historia en la universidad, Hitler lanzó una ofensiva militar en dirección de Sebastopol en el Mar Negro (Crimea) debido a la importancia estratégica que tiene este puerto, una operación que durará desde octubre 1941 hasta julio 1942.

La película enfoca este episodio de la vida real, que correspondía, para Ljudmila, a su incorporación a la 25ª División de Infantería del Ejército Rojo y a su pertenencia al conjunto de las dos mil francotiradoras soviéticas, de las cuales tan sólo quinientas sobrevivieron a la conflagración[3]. Durante la Gran Guerra Patria –como llaman en Rusia a la Segunda Guerra mundial– ella fue un modelo de rectitud y de profesionalismo para los soldados soviéticos. De hecho, convertida ya en los primeros años del conflicto en una leyenda, Ljudmila sirvió a la campaña de mejoramiento de la moral de las tropas ideada por las altas autoridades militares soviéticas. Asimismo, estas últimas dieron la orden expresa de que esta joven de apenas veinticinco años, símbolo de la defensa de la Patria, de la “Rodina Mat’ ”, fuera protegida por sus superiores ante cualquier evento susceptible de hacer peligrar su vida. Mientras algunos velaban por su integridad, allende las fronteras soviéticas, deseaban aniquilar a este mito viviente. Más de una vez, la máquina propagandística nazi instrumentalizó su notoriedad al difundir la falsa noticia de su muerte. Se procuraba con ello alentar a los soldados de la Wehrmacht y confundir al adversario.

Sus calidades personales y su dedicación a la Patria incitaron al Ejército Rojo a confiarle la misión de ir a Estados Unidos y convencer a sus dirigentes de contribuir de manera proactiva a la formación de un Segundo Frente en Europa para repeler al enemigo nazi. Es en el marco de esta exitosa campaña de persuasión en Estados Unidos que Ljudmila conoció, en el año 1942, a Eleanor Roosevelt, la cual quedó impresionada por la personalidad de la joven soviética.

La película descubre aspectos interesantes, propios a la línea ideológica soviética, como el hecho de integrar a las mujeres en la jerarquía militar, asignarles misiones similares a las de los soldados, y poniéndolas, en la práctica, en pie de igualdad en materia de género y derechos con los hombres. Y, aunque el rol que asumían hubiera podido eclipsar su lado femenino dado que remite a un ethos cargado de masculinidad y virilidad, Sergueï Mokritskï se empeña en mostrarnos a Luzmila reivindicando su feminidad.

Otro tema que la película resalta es aquel de los valores familiares e individuales. La voluntad de amar es una constante vivificadora en la historia de la guerra, pese a que esta puede matar al ser amado. Cuando la vida se ha convertido en una simple prórroga, el amor se vuelve más intenso. Significa sobrevivir a través del otro y por el otro, trascenderse a sí mismo y sentirse inmune frente a la irracionalidad e incertidumbre de la situación. El amor en la guerra es el anhelo de dar en un momento en que la guerra quita. Es la mayor prueba de desprendimiento y de confianza en la vida que uno pueda ofrecer.

Ljudmila, no obstante su objetivo de matar a los nazis y la posibilidad de ser igualmente víctima de los tiros del enemigo, no renuncia a su deseo de amar, ser amada, convertirse en madre. La guerra es muerte, pero también es vida: la vida que uno otorga a sus prójimos al garantizar su defensa matando al enemigo; la vida propia que uno trata de preservar en un entorno mortífero; la vida que viene de los fuertes vínculos de amistad que se forjan cuando uno pelea al lado del otro. Todo eso, lo experimenta Ljudmila gracias a su segundo amor, Leonid Kitsenko.

Esta dualidad vida-muerte es evidenciada a través de momentos desgarradores como aquel en que su amado, Leonid, la salva de la muerte en medio de un campo totalmente minado. Como a veces ocurre en la guerra (y en las películas), la salvación de uno significa la muerte del otro. Única en su género es esta escena en que, mientras corrían a través del terreno rebosante de explosivos, él la agarró por detrás para tirarla contra la tierra y abrigarla con su cuerpo. Murió con su cabeza sangrando en la nuca de Ljudmila y sus brazos protectores ciñéndole los hombros. Inmediatamente después, vemos a la actriz que avanza a duras penas en el terreno devastado por las minas. Carga al hombre que más amó sobre la espalda, en la misma posición en que él había fallecido. Huelga decir que él se sacrificó por ella en nombre de un amor que, quizás, se da solamente cuando uno vive rozando la muerte.

Estamos ahora en el año 1957, en plena representación de una obra de música clásica. Nuestra heroína se encuentra en compañía de su hijo (cuyo padre, sin duda, es Leonid) y de Eleanor Roosevelt. Su rostro y caballera son marcados por el envejecimiento prematuro, producto de la dura prueba a la que el destino la sometió ella y su país durante la invasión nazi. En esta sala de conciertos, donde, sucesivamente, cada uno de nuestros protagonistas mira al otro con ojos llenos de confianza, todo respira la paz y la serenidad. La música, uno de los elementos fundamentales del universo, según Pitágoras, proporciona una sensación de armonía.

El objetivo de esta última escena, que cierra el relato de la señora Roosevelt, es recordarnos que, por encima del odio que nace de la guerra, de las situaciones adversas y del extremo sufrimiento que uno puede sentir a causa de ellas, predominan los valores fundadores como: la creencia en lo sagrado de la existencia, la amistad que va más allá de las fronteras, y la lucha para que subsistan lo vivo, el amor, y sus frutos, que son el futuro.

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