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El buque España se hunde entre el sarcasmo y la desconfianza

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POLICENOS A  CIRCE[1]:

Confieso, señora, haber cometido faltas, pues soy hombre y,
además, joven.  Merezco cualquier castigo que quiera imponerme. Recuerda, no obstante, que no fui yo, sino mi instrumento, quien delinquió. 
(Petronio, El Satiricón)

  Un bochornoso número de españoles desconfía de la honradez de los políticos y de la imparcialidad de la justicia. Este espinoso erizo alcanzó su cenit y coito con la absolución de la infanta Cristina en el caso Nóos y la espléndida teatralización de su abogado Miquel Roca, quien salvó a la investigada pidiéndole que dijera: no sé, no me acuerdo, lo hice por amor.

Perplejo con todo lo que estaba ocurriendo me fui al Café Columbus, donde Arturo Pérez Reverte escribió una de sus novelas y, antes de ponerme a leer a Petronio, le pregunté al dueño del establecimiento, fundado en 1932, ¿Qué le parece lo de Urdangarin y el caso Nóos (palabra que los socialistas traducen como “No” es “No”)?

El corpulento hombre, que frisa con los setenta, me clavó la mirada como una espada y exprimió el jugo de su reflexión:

“No entiendo como un muchacho tan alto, tan guapo y, encima, casado con una princesa, no se da por satisfecho y se mete en cosas feas. ¡Qué insaciable es el hombre! ¡Ni el título de Duque le bastó!”.  

   Luego visiblemente enfadado se puso a pregonar el menú a los turistas que acababan de desembarcar en el puerto de Cartagena, ese recodo plácido de mar que inspiró a Miguel de Cervantes esta loa grabada en piedra:

Cerrado a todos
                                        vientos y encubierto
                                        se postran cuantos
                                        puertos el mar baña.

En El Satiricón de Petronio, traducido y prologado por LEON-IGNACIO[2] (Así le gustaba firmar a él), hay muchos pasajes que parece fueron escritos ayer. Veamos una muestra de la cercanía ideológica de la Roma de Calígula y Nerón con la Europa estadounidense del siglo XXI.

Cuenta Petronio, cronista de las perversiones sexuales de los hombres y mujeres del decadente imperio (aún no había triunfado el pecado de los cristianos) que el multimillonario Trimalcio apareció en brazos de sus esclavos en el salón de banquetes de su lujoso palacio y que, -al ver que ya estaban servidos todos los vinos y manjares y que todos los invitados e invitadas ya estaban reclinados en sus triclinios-, dijo: “Marte ama la igualdad”.

“En consecuencia -continua Petronio-, pidió a cada invitado e invitada que se sirvieran a sí mismos, añadiendo: “De este modo, los esclavos, que no deben quedarse aquí, nos molestarán menos”.

En su prólogo, León-Ignacio nos dice que en El Satiricón “encontramos ante todo la queja y la desconfianza continua hacia los poderes públicos, a los que acusa de preocuparse más de llenar los bolsillos que del bien común (…) Los romanos que describe Petronio carecen de convicciones pero mantienen todas las ceremonias establecidas, ya que forman parte del tinglado (…) La humanidad ha cambiado muy poco desde que comenzó la historia escrita, cosa relativamente reciente”.  

Yo, que sigo practicando “el paganismo”, creo en la inocencia de los ricos y en Hermes, dios de los ladrones. Los que nacen en cunas de oro son por naturaleza buenos. Sólo los que pasan hambre y frío odian a la humanidad y, por ende, se ponen al lado de tipos como El Ché.

Entiendo perfectamente a Pilar de Borbón, la hermana del rey emérito,  cuando acudió al kata del “no sé” cuando se descubrió que mantuvo durante cuatro décadas una sociedad opaca en Panamá para no pagar impuestos. Cuando la prensa dañina “la atacó”, la señora, oronda y feliz como un animal marino, se defendió diciendo: “no tengo ni torta idea del dinero que tengo, ni tampoco de cómo me lo mueven mis consejeros”.

Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordar una frase de un senador romano de la película “Gladiador” de Ridley Scott, que refleja muy bien la mentalidad aristocrática: “I working for the people, not with the people” (trabajo para el pueblo, no con el pueblo).

 

Notas:

[1] Cualquier similitud de Policenos con Iñaki Urdangarin y de Circe con las juezas y jueces es pura coincidencia.

[2] Jacinto León-Ignacio Ruiz de Cárdenas (Barcelona 1919-1991), fue escritor, periodista y traductor. Entre sus novelas destaca “Los años del pistolerismo en Barcelona”. Tradujo a autores tan dispares como Kierkegaard; Hemingway y Jack London; y obras como El Satiricón (Ediciones 29, año 1971); Las Mil y Una Noches y El Kamasutra.

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1 Comentario

  1. José Maria Vega Fernandez

    No solo las personas comunes somos actores de una obra teatral montada por nosotros mismos, sino que también las naciones.
    Y hay quienes se toman sus papeles muy en serio…hasta que un buen dia nos cambia el escenario, la obra, y es triste lo que queda.

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