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¿Crisis terminal del capitalismo? Un pronóstico sensato

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12 diciembre 2016

¿Crisis terminal del capitalismo? Un pronóstico sensato

Es evidente la incapacidad del capitalismo para derrotar la pobreza y la desigualdad. Tras la persistencia y agudización de los problemas sociales, en todos lados se discuten caminos de construcción de nuevos “contratos sociales”, de democracias más equitativas e inclusivas. Su historia de los últimos dos siglos, y en particular su etapa neoliberal de las últimas décadas, nos da cuenta de que esta no será una civilización que a futuro la humanidad eche de menos.

A ratos parece que hacemos política solo de la sorpresa. Como creer que los campeones de ajedrez ganan cuando sorprenden al rival. Y, efectivamente, eso puede desequilibrar una partida pareja, pero para llegar a eso se debe jugar la partida y llegar a la expectativa de ganar.

  1. El crack del 2008 ha sido estructural en el capitalismo, equivalente a las anteriores grandes depresiones del sistema, que antecedieron a la primera y la segunda guerras mundiales.

Ha sido una debacle económica cuyas consecuencias nos perseguirán por décadas. El capitalismo, reorganizado tras la Segunda Guerra en Bretton Woods, está llegando a su fin. Revisar lo ocurrido desde entonces, a ratos, parece innecesario a la luz de una aparente tranquilidad. Pero debemos comprender las causas de este quiebre dramático para mirar hacia adelante.

Podemos rastrear las causas en el origen del sistema. Adam Smith decía, respecto de los capitalistas, que “cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga [de ellos,…] debe siempre ser considerada con la máxima precaución (…) porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad”.

Pero también debemos considerar la historia del capitalismo hasta hoy día, pues la conferencia de Bretton Woods se realiza después de una guerra que costó millones de vidas, consecuencia de la depresión del 29. Y esta crisis se detona cuando el mundo aun vivía las consecuencias de la Gran Depresión de fines del siglo XIX y daba la impresión de que las primeras décadas del siglo XX serían de una tranquila aceptación del nuevo equilibrio capitalista.

Sin embargo, se enfrentaba una profunda crisis, y los pueblos herederos de las revoluciones norteamericana y francesa, y tras los levantamientos populares del 48 y del 71 en París, se reorganizaron. En toda Europa participaron de los procesos parlamentarios y, en las primeras décadas del siglo XX, distintas Izquierdas tenían ya votaciones relevantes y numerosos parlamentarios. Sin embargo, la tranquilidad republicana era aparente, pues la crisis capitalista no se detiene. La primera reacción de masas fue el fracasado levantamiento del pueblo ruso en 1905.

En la periferia de los grandes centros capitalistas los procesos sociales tenían otra dinámica. Cinco años después, tras la convocatoria de Francisco Madero, el 20 de noviembre de 1910, el pueblo mexicano inició una victoriosa revolución, derrocando al dictador Porfirio Díaz y proclamando la República en México. Menos de un año después, se levanta el pueblo chino contra la dinastía Manchú de los Quing, naciendo la República China. En 1914 comienza la Primera Guerra Mundial y en febrero de 1917 (pronto se cumplirán cien años) se vuelve a levantar el pueblo ruso, es derrocado el Zar Nicolás II…y en octubre triunfa la Revolución Rusa…

Sus enemigos declarados fueron los intereses imperiales alemanes, que estaban siendo derrotados en esa Primera Guerra Mundial, y los intereses de la Entente victoriosa de franceses, ingleses y norteamericanos. Todos ellos alimentaron una guerra civil que costó ocho millones de muertos rusos, entre víctimas de la guerra y de la hambruna. Sin embargo, estas victorias populares también fueron criticadas ásperamente por todos los sectores políticos: gran parte de la izquierda consideraba que una nación campesina no estaba preparada para estas transformaciones. No solo ellos, pues los Villa, Zapata o Carranza no fueron reconocidos como revolucionarios por gran parte de la izquierda latinoamericana hasta muchos años después, y la misma suerte corrió el proceso político chino. Los rígidos presupuestos teóricos son frecuentemente aplastados por la realidad, y cuesta reconocerlo.

Pero, en medio del ajuste capitalista de entonces, estos acontecimientos abrieron la mente de quienes luchaban por los cambios sociales. Y una seguidilla de procesos revolucionarios encendió el planeta, produciéndose los levantamientos en Alemania, Austria, Italia y Hungría. Y estos culminarían en la Guerra Civil española (1936-39), como preludio trágico de la Segunda Guerra Mundial.

  1. A diferencia de las depresiones económicas anteriores, en este caso, hoy se trata de una crisis que puede ser terminal, ya que el balance general del sistema es de desigualdad y miseria. Pero no sabemos cómo se resolverá ni qué sistema económico se establecerá.

Sí sabemos que los cambios científicos y tecnológicos han abierto las puertas a la integración de los individuos en grandes comunidades, que la tendencia general es a la socialización de los conocimientos, y a la reducción de las ganancias capitalistas y de la jornada laboral. En esta depresión los países periféricos del capitalismo están siendo golpeados por la crisis con retraso, en la medida que han bajado los precios de las materias primas.

Cuando a comienzos del siglo pasado Europa se convulsionaba, nadie fue indiferente, pero los árboles no dejaban ver el bosque y no se proponían soluciones que consideraran la nueva situación. Los efectos de las depresiones se dejan caer sobre el pueblo, y cuando todos, incluidos quienes aspiraban a la conquista republicana de la justicia social, seguían su camino, fueron ellos mismos sorprendidos.

Un siglo después, tras el fracaso de los llamados socialismos reales, podemos reconocer que en ese momento, probablemente, tenían razón Jean Juarèz y Rosa Luxemburgo en sus llamados de atención respecto a las limitaciones del parlamentarismo en cuanto a la olla a presión que se sentía en el pueblo europeo. Él fue asesinado en 1914 y ella en 1919.

Pero los hechos son que Bretton Woods significó el inicio de un reordenamiento capitalista; que la organización social en Europa y el temor a que se asociara la justicia social con el socialismo, abrió las puertas a los gobiernos de Bienestar en Europa durante varias décadas; que el triunfo de la Revolución Cubana trasladó a nuestro continente estos temores y significó un impulso relevante para lograr cambios sociales y gobiernos de mayor justicia social. Todos, elementos que fueron parte de un inestable equilibrio que se derrumbó el 2008.

El fracaso de los socialismos reales y la brutal ofensiva contra los trabajadores organizados permitió la implementación de un capitalismo desregulado, llamado neoliberalismo en tiempos del Consenso de Washington, que ha traído consigo miseria y niveles de desigualdad que los pueblos han rechazado masivamente en las jornadas de los indignados de todo el mundo.

El problema de quienes aspiran a una mayor justicia social es que deben intentar incidir, en este momento histórico de quiebre, a favor de conseguir un nuevo modelo de desarrollo social que termine con las injusticias y desigualdades, y asegure a las futuras generaciones la vida en un planeta mejor o a lo menos igual que el que disfrutaron las actuales.

El quiebre dramático del 2008 no es una crisis más, es estructural y no cíclica, no solo eliminó de un paraguazo el 13% de la producción global y un 20% del comercio internacional, sino que dejará una huella duradera en el sistema capitalista y en particular en los EE.UU., principal responsable y beneficiario, desde la conferencia del 44, de los equilibrios capitalistas. De este camino no queda más que pobreza y desigualdad. Pero los enemigos de la justicia social siguen en pie; como decía Adam Smith, “la máxima vil de los poderosos parece haber sido siempre: todo para nosotros, nada para los demás”.

Estamos sometidos a la dominación de las elites económicas globales, como consecuencia de mercados ferozmente oligopolizados y en manos de grupos con privilegios desmedidos, en una economía alimentada por grandes poderes privados; los que están ajenos al orden y control civil común de los ciudadanos. Estas transnacionales comparten intereses, y también nos debemos defender del despotismo de grupos económicos y financieros locales; privilegio en Chile de no más de 300 familias, y con cuatro de ellas que representan cerca de 12,5% del PIB, incontrolables fiduciariamente por los trabajadores, por los consumidores y por el conjunto de la ciudadanía.

Como contrapartida, tenemos todos los lastres que nos deja este sistema. Un Estado incontrolable fiduciariamente por la ciudadanía; no lo son sus parlamentarios ni las propias instituciones controladas por los gobiernos de turno. Una situación de desigualdad que nos deja con los peores indicadores de Latinoamérica, con la particular condición de discriminación y pobreza del pueblo Mapuche.

Es evidente la incapacidad del capitalismo para derrotar la pobreza y la desigualdad. Tras la persistencia y agudización de los problemas sociales, en todos lados se discuten caminos de construcción de nuevos “contratos sociales”, de democracias más equitativas e inclusivas. Su historia de los últimos dos siglos, y en particular su etapa neoliberal de las últimas décadas, nos da cuenta de que esta no será una civilización que a futuro la humanidad eche de menos.

Recién hoy estamos sintiendo en Chile los mayores efectos del crack del 2008. Tuvo que ocurrir que nuestros principales clientes de materias primas –porque no hemos dejado de ser meros productores de materias primas–, frente a la imposibilidad norteamericana y europea de seguir comprando su producción excedente, intentaron aumentar su consumo interno y, finalmente, redujeron su demanda bajando los precios internacionales de las materias primas, como nuestro cobre. Los valores de nuestro principal producto de exportación se mantendrán en los actuales por mucho tiempo, y ello ha obligado a sincerar las cifras del probable crecimiento de nuestra economía, de nuestra capacidad de gasto e inversión.

  1. El problema de quienes quieren resolver esta –y las– crisis a favor de los más pobres es siempre buscar caminos que los favorezcan, que a cada generación permita una mejor vida.

¿Qué es lo sensato para la izquierda? Hay muchas izquierdas. Algunas claramente asociadas a tradiciones distintas a la de la Revolución Francesa. El punto de partida son las injusticias y la lucha incansable por la justicia social, ¿podemos diferenciar el uso que damos a las palabras socialismo y justicia social? Creo que no, y quienes luchan junto a los pobres, como decía Aristóteles, pueden tener distintos caminos… y los tienen.

No hay recetas, todo indica que el camino parlamentarista siempre será eficaz para lograr la justicia social, porque el éxito de la vida republicana está vinculado al logro de la virtud humana. Por tanto, con justicia, Rosa Luxemburgo le enrostró a Trotsky que, cuando disolvieron el Parlamento ruso, debieron llamar a nuevas elecciones, en vez de disolverlo. En cualquier caso, y más allá de los errores, aciertos o jugadas audaces de sus líderes, los pueblos tienen el derecho a intervenir en el camino de solución de esta y todas las crisis del sistema.

Por cierto, los hechos hoy confirman el valor estratégico que ha tenido la última Reforma Tributaria. Los países del continente tendrán menos recursos económicos en los próximos años y, como siempre, los pobres pagarán los mayores costos. Pero, en Chile, gracias a esta Reforma Tributaria, a lo menos los costos de la reforma de Educación la pagarán los más ricos. Sus efectos son redistributivos y se concentran en el 1 por ciento de más altos ingresos. Para ser más precisos, el 73% de recaudación provendrá del 0,1% de chilenos más ricos, y el aporte al PIB de los tributos del 1% más rico aumentará del 2,4% al 3,5%, lo que confirma el logro de este objetivo.

Esto también valida las reformas tributarias como herramientasredistributivas, en condiciones específicas de alianzas políticas, y como parte de un plan de transformaciones apoyadas por el pueblo, que en este caso permitió su aprobación parlamentaria. Sin embargo, ese 0,1% de los chilenos recurrió a todo su poder para impedir el éxito de la reforma. Fue un paso que nadie creía posible. Pero los actos audaces, la sorpresa, cuando no son al final de la partida, arriesgan reacciones, y los costos políticos de este atrevimiento los ha pagado el Gobierno, y no solo el ministro que la impulsó, hasta hoy día. Alguien que ocupa con frecuencia la metáfora del ajedrez, me recordaba a un jugador que en un campeonato mundial comenzó la partida moviendo el Peón a la casilla a3, lo que no le garantizó ganarla (Jaime Fuentealba Fischer).

Las izquierdas en el gobierno, que prometen mayor justicia social, asumen todas las debilidades de las alianzas que administran el poder del Estado. ¿Puede solo administrarlo? De hecho, en los últimos veinticinco años han logrado avanzar en la democratización del servicio público. ¿Ha sido suficiente?

El ex presidente uruguayo José Mujica, dando cuenta de su experiencia a la cabeza de un Estado Progresista, ha señalado que la ineficiencia del Estado también se produce por la falta de control y estímulos reales de su burocracia, y propuso que se limite la renovación de los contratos de los funcionarios públicos: “(…) Un funcionario público no debiera durar más de 10 o 15 años en su puesto. Y que venga otro y otro, rotando”, pues así se les da a todos los ciudadanos el derecho a tener cargos inamovibles por un plazo determinado. Nadie dijo nada en la Izquierda, y comprendieron porque solo dijo esto en los últimos días de su mandato…

Se ha dicho que los comunistas sufrieron el mismo fenómeno que a todos los que entran en alianzas de gobierno: la pérdida del apoyo popular. Se ha argumentado, que estos gobiernos no tienen un diseño que permita desarrollar políticas públicas de manera integrada y participativa con los actores sociales. Por lo que no se puede ser parte del Gobierno y al mismo tiempo ser representativo de los movimientos sociales. Al PC le estaría pasando lo mismo que le pasó desde los años 90 al Partido Socialista, a la Democracia Cristiana, y a Revolución Democrática en los dos años que participó del Gobierno, y es que se vaciaron socialmente (Ernesto Águila).

Pero eso significaría que solo podrían participar del Gobierno en uno con las características del de la Unidad Popular. Lo que no parece razonable, pues hay otros países del mundo con alianzas equivalentes en el Gobierno donde no ocurre lo mismo. No parece un buen argumento.

Es importante recordar que no se tiene el poder por acceder a una alianza gubernamental. Pareciera que no es lo mismo participar del Gobierno, aceptando una forma de gobernar, que hacerlo comprometidos con el programa pero con independencia ideológica. ¿Se puede en un sistema tan presidencialista? No veo por qué no.

¿Es lo mismo participar de los gobiernos que apalancaron el neoliberalismo en los noventa, que participar de los proyectos reformistas de este siglo? Creo que no. Lo que podría considerarse otra ventaja para lograr incidir en el poder, aunque sea transitoriamente.

Esta tarea puede ser aun más transitoria, considerando que ya estamos en la etapa posterior al crack del 2008, otra etapa de la historia del capitalismo, y debemos mirar el problema en el contexto de las definiciones que hoy debe tomar nuestra sociedad: no solo hay que asumir que los próximos gobiernos tendrán menos recursos, sino que deben proyectar un nuevo diseño económico del país para las futuras generaciones. En ese sentido, una parte de la izquierda, siguiendo a otras del planeta, como algunas europeas, puede centrar su rol en esa tarea y tener éxito en beneficio de los pobres y los trabajadores.

No hay recetas. Lo importante es comprender que, si no lo logran, si lo previsto por todos los actores que buscan la justicia social no ocurre, el pueblo buscará otros caminos y otros liderazgos políticos.

  1. El problema de quienes aspiran a una mayor justicia social es que deben intentar incidir, en este momento histórico de quiebre, a favor de conseguir un nuevo modelo de desarrollo social que termine con las injusticias y desigualdades, y asegure a las futuras generaciones la vida en un planeta mejor o a lo menos igual que el que disfrutaron las actuales.

Más allá de lograr la reforma educacional, que sigue siendo una tarea pendiente, el futuro de Chile está vinculado a la solución que tenga esta crisis estructural del capitalismo. Este desenlace no es evidente, ni necesariamente de corto plazo. Es cosa de mirar la primera mitad del siglo pasado. Se habla del postcapitalismo a hombros de las redes y los cambios tecnológicos, del derrumbe definitivo de los márgenes de utilidad capitalista y la reducción de la jornada de trabajo; mientras continúa la febril organización social y se validan las formas de producción comunitaria.

Nadie ha propuesto que estas reformas, tal como fueron presentadas en el programa, e impulsadas por el actual Gobierno, sean más que reformas imprescindibles, básicas, un punto de partida para el desarrollo social y económico en el marco del capitalismo. Pero es relevante que estemos conscientes de que no sabemos de “cuál capitalismo”.

En nuestra América, quienes prometieron economías mixtas, nunca explicaron qué significaba la palabra “mixta”, pero se suponía que era un cambio en la matriz económica; lo que no ha ocurrido en ningún país latinoamericano y todos seguimos siendo productores de materias primas. Por cierto, también se consideraba parte de esta tarea el enfrentar los problemas de participación de la democracia republicana y el control fiduciario de sus representantes, tanto de los parlamentarios como de las instituciones del Estado; lo que sí ha tenido avances en varios países que lo prometieron, como en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, y otros que no lo prometieron pero que tienen economías mixtas, como Chile. ¿Es suficiente?

La tesis del postcapitalismo es un camino que incorpora el mundo de las redes, la información y los cambios tecnológicos que impactarán en los procesos productivos. Pero no nos dice nada de qué sistema económico se impondrá, que clase triunfará o si un sistema republicano logrará inhibir el poder de los ricos, cual creía Aristóteles como alternativa necesaria.

Quienes creen en la justicia social tienen la obligación de intentar incidir en el futuro de nuestras sociedades, y el proceso constituyente que Chile está viviendo será una gran oportunidad para mostrar las herramientas teóricas con que contamos. Pero los hechos de las anteriores depresiones, de los siglos XIX y XX, muestran que las cosas ocurren frecuentemente de otras formas y que pasan por sobre las mejores herramientas teóricas.

Creer que la gente va a quedarse tranquila en este camino, no habiendo cambios importantes, es no querer asumir la historia; ni la gigantesca abstención en las últimas elecciones, ni la elección del ciudadano Jorge Sharp en Valparaíso.

Como hace cien años, podemos creer que estos son hechos transitorios, que todo está tranquilo… pero no parece sensato creer que lo está.

*Fuente: El Mostrador

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