7 de noviembre de 2016
«La misma estrategia macartista la usan con las personas que opinan distinto en ciertos temas. El mejor ejemplo es Venezuela, el coro de demolición que se alza hacia la gente que tiene una explicación distinta a la diariamente difundida por la mayoría de los medios de comunicación es de terror»
69,280 peruanos y peruanas muertas. 15,731 personas desaparecidas. 4,289 mujeres víctimas de violencia sexual. Miles y miles de afectados de las formas más terribles e inverosímiles en el conflicto armado interno. Sin embargo, a algunos este sufrimiento del pueblo peruano les parece poco y quieren más guerra.
El odio y el miedo les resulta un buen negocio político y buscan eternizar el tiempo de la violencia que fracturó al país. Paradójicamente, aparecen como los mejores propagandistas de organizaciones armadas que en la práctica ya no existen como lo que fueron. Sería cómico, sino fuera porque en ese proceso rebajan la ciudadanía despertando las reacciones más irracionales y disociadoras entre nosotros.
Los cargamontones mediáticos en que se especializan son una especie de caza de brujas furibunda que llega a chantajear incluso a ciertas figuras liberales que terminan sumándose a esta dinámica profundamente antidemocrática, ya que niega el fundamento del respeto y el debate argumentado de ideas, aunque estemos en desacuerdo con ellas. Su objetivo, también, es negar la ciudadanía de quienes son propuestos como candidatos a la hoguera. Así ha ocurrido recientemente con Alberto Gálvez, un exemerretista que cumplió una condena carcelaria, a quien un impresentable Aldo Mariátegui pretende, por encima y en contra de la ley, negarle el derecho a participar en una revista de corte político ¿Acaso lo democrático no es precisamente que las personas puedan reintegrarse a la sociedad cuando han pagado su deuda con ella?
La misma estrategia macartista la usan con las personas que opinan distinto en ciertos temas. El mejor ejemplo es Venezuela, el coro de demolición que se alza hacia la gente que tiene una explicación distinta a la diariamente difundida por la mayoría de los medios de comunicación es de terror. La satanización llega a límites espeluznantes. Me pregunto si acaso esto no es una forma también de violentarnos, si esta desesperación porque los peruanos tengamos un discurso único no es destruir la democracia.
No podemos callar o ceder ante esto por miedo al linchamiento mediático o por cálculos políticos pequeños. Se trata de principios básicos y elementales que si los tranzamos, todos, sin excepción, perdemos un poco nuestra ciudadanía.
Pertenezco a una generación que no tuvo responsabilidad en la violenta fractura del país, por eso no puedo aceptar que los guardianes del odio fabriquen impunemente antagonismos que pueden generar nuevas violencias. Que nos obliguen a adoptar la intolerancia como respuesta a la diferencia, eso solo pasa en dictaduras. Queremos un país nuevo, democrático y unido y eso no se construye con odio.
Fuente: Diario UNO
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