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Jorge Burgos: ¿se descarriló la Democracia Cristiana?

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La relación de conflictos entre las Democracias Cristianas y los Partidos Comunistas marcaron la post segunda guerra mundial: en Europa, especialmente en Italia y Alemania, derrotadas en la guerra, los partidos democratacristianos tenían el papel de evitar que el comunismo se apropiara de esos países. Y, para lograrlo, la Democracia Cristiana italiana no dudó en pactar con la mafia.

En los distintos partidos democratacristianos siempre existieron tendencias, desde la derecha anticomunista hasta el Acuerdo histórico que intentó Aldo Moro – secuestrado y asesinado por las Brigadas Rojas – abandonado a su suerte por la derecha de ese Partido, dirigido por Giulio Andreotti. En el caso de Francia, el Movimiento Republicano Popular,  (MRP), formó parte importe de la Cuarta República; en España, la Democracia Cristiana no prosperó, pues hizo parte del franquismo con Ruiz Jiménez, y antes de la guerra civil española, José María Gil Robles que lideró a las derechas (1936).

Después de la destrucción del Muro de Berlín, (1989), los partidos  democratacristianos en el mundo carecen de sentido y de lugar histórico, por ejemplo, en Francia murieron con la V República. En Italia, debido a la corrupción reinante en la clase política italiana, el Partido se dividió en múltiples fracciones y, prácticamente, desapareció del mapa político. En Alemania, en cambio, aún continúa un fuerte Partido, la CDU, aliado a los socialistas – la Canciller Ángela Merkel pertenece a este Partido -. Por otra parte, los otrora poderosos Partidos Comunistas de Italia y Francia, ahora están reducidos a su mínima expresión electoral.

En América Latina sólo hubo dos partidos democratacristianos importantes: el Comité de Organización Política Electoral Independiente, (COPEI), en Venezuela, y el Partido Demócrata Cristiano, en Chile, cuyos líderes principales fueron Rafael Caldera y Eduardo Frei Montalva, respectivamente. El partido democratacristiano venezolano murió con la V República, presidida por Hugo Chávez Frías, mientras que el chileno se ha salvado gracias a las sucesivas alianzas con el Partido Socialista y al reparto del botín del Estado, que permite sobrevivir a cualquier partido político – incluso, más que la jalea real -.

En el caso de los Partidos Comunistas, salvo el cubano, en su mayoría están reducidos actualmente a una mínima representación electoral.

En la historia de la Democracia Cristiana chilena y su relación con el Partido Comunista siempre han existido sendas fracciones. En un comienzo, un sector de la Democracia Cristiana, encabezado por Jaime Castillo Velasco, se definía como vanguardia que superaría al comunismo y al capitalismo y que, por consiguiente, rechazaba todo tipo de alianzas, tanto con los partidos de derecha, como con el Partido Comunista. Aquí se encuentra la raíz de las distintas tesis de camino propio, que siempre han existido en la Democracia Cristiana.

Posteriormente, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), el dilema se presentaba en elegir entre el camino propio o formar parte de la Unidad Popular, que tenía el eje comunista-socialista como actor principal de esta combinación. En el fondo, el camino propio siempre ha disimulado el deseo de ser la vanguardia de la derecha, sometiendo a los ridículos partidos oligárquicos chilenos,  muy retrógrados, conservadores y apolillados.

La Democracia Cristiana chilena, al igual que sus congéneres mundiales, ya no tiene ningún espacio histórico: la vía no capitalista de desarrollo, el socialismo comunitario, el personalismo cristiano – de Emmanuel Mounier – y hasta su “vuelo de cóndor”, como símbolo de mesianismo, ha perdido todo sentido y que, prácticamente, ha muerto.

Las antiguas fracciones de la Democracia Cristiana actualmente son grupos personalistas y clientelistas, que se reparten el botín del Estado, sobre todo la jefatura de las empresas públicas, entre sus ya pocos seguidores. La mafia, por ejemplo, de los Walker, se autodenominan “los príncipes”, recalcando su prosapia “nobiliaria”; generalmente, se alían con los antiguos “guatones” y los freístas; otro  bando está formado por los “chascones”, que son pocos y representan a los nostálgicos del progresismo social-cristiano.

Lo mismo que en el caso de los ex Mapu, ser democratacristiano y no tener pega, es signo de ser muy tonto o ingenuo, lo cual equivale a creer que la política chilena consiste en un servicio a la ciudadanía y no servirse de ella.

Como en todos los partidos políticos de los distintos países, las directivas burocráticas se hallan separados por brechas profundas con respecto a sus militantes – la ley de Michels es tan cierta como la de la gravedad -, pero aún hay en la Democracia Cristiana personas respetables, como Jaime Hales o Ricardo Hormazábal, entre muchos otros, que mantienen presentes los ideales que dieron nacimiento a la Falange Nacional.

La Nueva Mayoría, a mi modo de ver, está pegada con moco: es una alianza cuyo objetivo principal fue hacerse del poder, aprovechando el enorme apoyo popular que Michelle Bachelet tenía en las encuestas de opinión. Desde el comienzo, los Walker, los Martínez-Alvear, Mariana Aylwin, Edmundo Pérez Yoma, y ahora, Jorge Burgos, han colocado en el camino todo tipo de palos y piedras para dificultar la alianza entre comunistas y democratacristianos.

En la Democracia Cristiana siempre ha existido un sector anticomunista,  son,  aun cuando no les agrade que se les moteje con ese triste apelativo. Lo fue Eduardo Frei Montalva, junto a la mafia de la revista Política y Espíritu, y lo son hoy los sucesores, los “príncipes y los guatones”.

La Democracia Cristiana es una excrecencia burocrática y no puede sobrevivir sin chupar del dinero del Estado, por consiguiente, al “matar” a la alianza Nueva Mayoría, no le queda más camino que pretender resucitar a vieja la Concertación de Partidos por la Democracia, donde siempre tuvieron un rol fundamental al formar un eje con los traidores socialistas, hoy convertidos en neoliberales.

La verdad es que la Concertación fue enterrada aún con vida y, ahora, quieren reanimarla con el añoso profeta de la decadencia, Ricardo Lagos Escobar, quien no sólo anuncia la “salvación de Chile”, sino también la redención de la Democracia Cristiana. Nada más terrible que los partidos muertos en vida, ya huelen a podrido, pero siguen corrompiendo al sistema político.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

09/08/2016

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