El economista macho chileno
por Fernando Balcells Daniels (Chile)
8 años atrás 5 min lectura
19 agosto 2016
No hay animal más maloliente y desagradable que el economista macho chileno. Es el tipo que aparece en la foto, satisfecho de sí mismo, después de haber afirmado el notable hallazgo de que la propuesta de aporte patronal a las pensiones constituye un «impuesto al trabajo». Nada hace más feliz a un economista macho que amenazar con la desinversión y la cesantía.
Todo sucede como si las fuerzas de polarización funcionaran de una manera incontrarrestable. Pasados los impactos de la primera marcha contra las AFP, se ha producido una resucitación de los reflejos del pensamiento único que, desde la agudeza que lo caracteriza, acusa a la reforma previsional de instituir un nuevo ‘impuesto al trabajo’.
Una consigna lapidaria, lanzada al unísono por la tropa gremial desde su lógica abrumadora: si los costos laborales suben, el trabajo se encarece. A tropezones entre la lengua y la dentadura crispada –como pueden crisparse los dientes– la implacable lógica económica suelta un último aliento, indicando que esta imposición de un costo adicional, es también una contribución a beneficio del insondable bolsillo fiscal.
Este breve episodio condensa el currículo de tautologías y banalidades ventiladas por la profesión dominante en el país. La memoria de esos economistas no tiene recuerdo del origen de su modelo. Olvidan que las AFP fueron posibles porque, a la variable laboral, se le suprimió cualquier conflictividad y las externalidades sociales fueron simplemente suprimidas; como quien decreta el fin del mal tiempo y orina contra el viento creyendo doblegar a la naturaleza.
Carlos Marx, historiador de la teoría económica, decía que desde el punto de vista de la economía liberal, el monto correcto del salario a pagar es el que permita mantener con vida al trabajador y reproducir la fuerza de trabajo. Siempre es mejor evitar asumir un costo adicional, sobre todo, cuando el costo no puede responder de vuelta. Pero en la obligación de hacerlo, la remuneración correcta es el mínimo que determina la biología, corregido por el mercado y defendido –ese punto de equilibrio– de la deplorable intromisión moralista de la sociedad.
Obnubilados, los economistas parecen no advertir que los fondos de pensiones desmienten sus puntos de vista e invierten su definición disciplinaria de la economía: «Ciencia de la asignación de recursos escasos a fines infinitos». Esto no aplica por acá.
La economía chilena no ha sido capaz de generar proyectos suficientes para ocupar esos recursos. Los medios sobran aquí donde, en nombre de la libertad, se ha sido exitoso en reprimir la imaginación, la responsabilidad y el arrojo. Las pensiones muestran que lo contrario de la economía no es el gasto, ni la emoción, ni el Estado; es el arte. La creatividad es la disciplina del exceso; el júbilo de la economía, el rescate de las sobras y de los viejos.
Este es el tipo de intervenciones que desnuda desde lo terrible a lo irrisorio de las aproximaciones ideológico-técnicas a los problemas de la política. Recuerdo que, a poco de ser instaurada la autonomía del Banco Central, se argumentaba que su misión era una y única: controlar la inflación. Se decía que introducir una segunda tarea en los objetivos del Banco solo llevaría a desperfilar su misión. Lo que algunos querían incorporar era la preocupación por el empleo. No fue sino hasta el año 98 que el Banco se abrió a analizar la situación del empleo en el país.El presidente del Banco Central ha anunciado que habrá un pronunciamiento del Consejo del Banco sobre la reforma a las pensiones. Dijo que si «lo que queremos es mejorar las pensiones de la clase media», una parte importante del aporte empresarial debe ir a las cuentas de capitalización individual.
Era la época en que Felipe Larraín escribía que no había que ocuparse del desempleo: «El empleo depende de la inversión, la inversión depende de la demanda y la demanda depende de las expectativas». No era necesario cerrar el círculo y decir que las expectativas dependen del empleo. Se habría roto la magia de la tautología y la sugerencia que afirma que la mejor política es abstenerse de la política.
En la actualidad, la institución monetaria se ha relajado respecto a sus contracturas iniciales y el Banco opina sobre cualquier cosa que afecte al orden público monopólico. Desde la importancia de que los bancos puedan cobrar las comisiones que quieran, hasta la definición del objetivo deseable de la reforma previsional. Tal vez sería conveniente que redefinieran sus competencias y volvieran a trabajar en lo suyo.
Si el Banco Central desea cumplir con el papel de cuidar los equilibrios macroeconómicos, dar confianza a la comunidad financiera y mantener el respeto de la población, su presidente haría bien en no involucrar la dignidad de su cargo en la liviandad de sus opiniones personales. No le corresponde a él ni al Banco Central definir los objetivos de la reforma previsional.
El señor Vergara no puede hacerse parte de la refriega callejera y, además de suplantar funciones, equivocarse de problema. Alguien debería informarle que no queremos mejorar las pensiones de la clase media sino las pensiones de la «clase baja», junto con las de la clase media. Para el tipo de economistas que aparece cada día desde hace tres décadas en la prensa, defendiendo intereses monopólicos y amenazando con elevar la cesantía, la reforma debería incluir un programa de enjuagues bucales sanitizados.
*Fuente: El Mostrador
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