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Capitalismo del desastre: la doctrina de choque que los tories se mueren por lanzar

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Uno de los aspectos más alarmantes del debate del Brexit es la rapidez con la que los conservadores lo han dejado atrás. A las pocas horas del resultado, apareció David Cameron en los escalones del 10 de Downing Street y describió esa escueta mayoría como un “resultado muy claro” proponiendo pasos irrevocables para ponerlo en movimiento. A los pocos días, su ministro de Economía, que había amenazado con unos presupuestos de castigo sólo semanas antes, se ceñía a la línea.
El referéndum se ganó de manera manifiesta sobre la base de la desinformación, coloca al Reino Unido en una situación extremadamente peligrosa y hay varios escenarios plausibles para evitarlo. Pero entre los candidatos a suceder a Cameron, hasta los antiguos partidarios de permanecer votan hoy por marcharse. “Brexit quiere decir Brexit”, declaró Theresa May al sumarse a la carrera el jueves pasado [30 de junio]. “No debe haber intentos de permanecer dentro de la UE, ni intentos de reingresar por la puerta de atrás, ni un segundo referéndum”. Toda la sangre vertida en la contienda por el liderazgo conservador enmascara un consenso subyacente: están todos decididos a bloquear cualquier salida del Brexit.
Dados los enormes peligros y el ánimo de la opinión pública en general, se trata de un hecho sorprendente que exige una explicación. Se puede encontrar una explicación extrapolando un patrón evidente en la privatización que se remonta a decenios atrás.
Cuando se privatizaron los ferrocarriles, el argumento a favor no consistía solamente en que la privatización ahorraría dinero, sino en que transformaría nuestra red por medio de un sistema de señalización de última generación como el mundo no había visto jamás. Los expertos declararon que no se podía hacer, pero el gobierno presionó para seguir delante de todos modos. Resultó que los expertos tenían razón. Pero el argumento superoptimista había servido a su propósito: los ferrocarriles estaban en manos privadas.
Cuando se privatizaron las finanzas universitarias después de 2010, la táctica utilizada fue la misma. Para que funcione el mercado de la educación superior, los consumidores necesitan medidas fiables de calidad en la enseñanza. Esas medidas, apuntaron los expertos repetidas veces, son imposibles por principio, y delegar podría dañar en realidad la calidad de la enseñanza distorsionando las prioridades institucionales. Pero el gobierno siguió presionando resuelto a seguir adelante, porque el verdadero objetivo no consistía en mejorar las universidades: consistía en proseguir el proceso de privatizarlas.
Algo semejante fue lo que se intentó aún más recientemente en la política escolar. El año pasado el Gobierno propuso obligar a todos los colegios de Inglaterra a abandonar las instancias de control local para ponerlas en manos de consorcios privados. Tampoco, una vez más, se ofrecieron pruebas, porque el ostensible objetivo – como siempre, elevar los níveles – era simplemente un contrapunto del objetivo subyacente: arrebatar el conjunto del sistema escolar a la supervisión pública y ponerlo en manos privadas.
Muchos creyeron que el colapso casi completo del sistema financiero global provocaría una reflexión totalizadora de los principios que subyacen al capitalismo. En cambio, lo que se ha hecho es explotarlo para desproveer de fondos la provision de bienestar social a gran escala, provocando con ello buena parte de la ira que hoy se ha desatado contra los inmigrantes durante el referéndum.
¿Qué pasa entonces con el Brexit? Los partidarios de abandonar Europa han afirmado siempre que sería cosa fácil y, tras un breve periodo de turbulencia, algo positivamente productivo. Un inmenso coro de expertos estuvo en desacuerdo. La decisión de marcharse desencadenó una enorme conmoción económica y política en Inglaterra, Escocia, la UE y la economía global. ¿Por qué no hace todo lo posible el Gobierno por mitigar esa conmoción?
Tal como sostuvo Naomi Klein en La doctrina del shock [Paidós, Barcelona, 2007], el capitalismo del desastre funciona propinando tremendas conmociones al sistema y utilizando luego el periodo consiguiente de anarquía, miedo y confusión para volver a armar las piezas de lo que se ha roto con una nueva configuración. Fue esto lo que se llevó a cabo como consecuencia de la crisis financiera y esto es en última instancia lo que está en juego en el Brexit. El ala derecha del Partido Conservador ha tenido éxito al arrojar los asuntos del Reino Unido a una completa confusión. Las pérdidas pueden enormes: la preservación del Reino Unido en su forma actual dista de ser segura. Las ganancias pueden a primera vista parecer modestas: no estarán disponibles los 350 millones semanales para salvar el NHS [promesa hecha por los partidarios del Brexit durante la campaña]; tendrá que aceptarse el libre movimiento de trabajadores y Gran Bretaña perderá su lugar en la mesa negociadora de la UE. Pero las ganancias potenciales para los políticos despiadados son con todo, enormes: el premio consiste en refundir un abanico casi infinito de acuerdos detallados tanto dentro como fuera del Reino Unido, de redibujar a una velocidad vertiginosa el marco legal que gobernará todos los aspectos de nuestras vidas.
“Si lo rompes, te lo quedas” es un lema norteamericano (difundido por una cadena de tiendas de porcelana). El ala derecha del Partido Conservador ha roto la relación de Gran Bretaña con el mundo entero. Su objetivo es hoy apoderarse del proceso de reconstrucción de esa relación.
Tal como apuntaba Andy Beckett en el Guardian el pasado viernes [24 de junio], a los pocos minutos de que la BBC declarase la victoria del Brexit, el laboratorio de ideas de libre mercado que lleva el nombre de Centre for Policy Studies (CPS) revelaba el plan B que hasta ahora había estado oculto a la luz. “La debilidad del Partido Laborista y la resolución de la cuestión de la UE han creado una oportunidad política única para acometer una revolución de amplio espectro…a una escala similar a la de  los años 80”. “Esto ha de incluir la supresión de la carga reguladora innecesaria sobre las empresas, igual que de lo relacionado con las directivas sobre cambio climático y fondos de inversión”.
Una semana más tarde esta posibilidad ya no es simplemente teórica: George Osborne ha propuesto ya recortar el impuesto de sociedades del 20% a menos del 15% para contener la hemorragia de inversiones. En los próximos meses o años, la crisis que se está desarrollando proporcionará incontables pretextos para medidas de emergencia semejantes que beneficien a las empresas y hagan retroceder al Estado. Así que no habrá votación en el Parlamento ni segundo referéndum ni nuevas elecciones: sólo el programa legislativo más ingente de la historia en el actual Parlamento, en el que los conservadores ostentan una mayoría absoluta que se sostiene sobre el 37% de los votos recogidos en las últimas elecciones generals. Lo mismo vale por lo que respecta a recuperar el control democrático.
La necesidad primordial es tener una oposición preparada para hacer su trabajo: oponerse a este proyecto de destrozo de las disposiciones de acuerdo existentes con vistas a reconstruirlos con una configuración todavía más insoportable para la gente trabajadora corriente. Si, tal como mantiene  Michael Heseltine [antiguo ministro de Thatcher], el Brexit ha provocado “la mayor crisis constitucional de los tiempos modernos”, entonces lo que hace verdaderamente falta es un gobierno de unidad nacional. A falta de eso, necesitamos una oposición de unidad nacional, formada por todos aquellos que no quieran dejar mano libre a los derechistas tories.
-El autor, Howard Hotson, es profesor de Historia Moderna en la Universidad de Oxford, fellow del St Anne’s College y presidente de la International Society for Intellectual History. Asimismo, preside el Comité Directivo del Consejo para la Defensa de las Universidades Británicas.
Fuente original: The Guardian, 4 de julio de 2016
Traducción: Lucas Antón
*Fuente para piensaChile : Sin Permiso

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