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España: Regímenes de convivencia condicionada

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31/12/2015

convivencia
El dictador Francisco Franco y el rey Juan Carlos de Borbón
El régimen del 78. Ya se puede dar por supuesta esta denominación con la que hemos comenzado a referirnos a lo que hasta hace poco llamábamos transición y democracia en España. En El País Santos Juliá escribe en su tribuna un artículo que titula “Las nuevas izquierdas y el régimen del 78”. Si desde elsancta sanctorum de la historia con denominación de origen -de la historia académica y con capacidad de difusión a través de un diario tan influyente como El País– se otorga carta de naturaleza a esta expresión, ¿es porque en alguna medida se acepta la interpretación que lleva aparejada?

¿Y en qué consiste esa interpretación? Parece que el “paradigma” que la acompaña está en construcción. Empieza a haber un corpus literario sobre el asunto. Y digo bien corpus literario porque no son solo historiadores quienes escriben y ofrecen interpretaciones sobre la transición, sino que por fortuna lo hacen también escritores, ensayistas … Además de libros siempre agitadores como los de Gregorio Morán (sobre Suárez o sobre el PCE), hay disponibles desde hace tiempo otras obras críticas como La reestructuración del capitalismo en España coordinado por Miren Etxezarreta. Un libro de 1991 que ofrece una panorámica nada coindicente con las literaturas al uso al comenzar la década y que posee una calidad tan extraordinaria como un tono irrenunciablemente académico. Y libros más recientes con interpretaciones críticas comienzan a abundar en las estanterías de las librerías. (Juan Carlos Monedero,La transición contada a nuestros padres; Emmanuel Rodríguez, Por qué fracasó la democracia en España. La transición y el regimen del 78, Juan Antonio Andrade, El PCE y el PSOE en la transición, Xabier Domènech, Cambio político y movimiento obrero bajo el franquismo, Alejandro Riuz-Huerta, Los ángulos ciegos. Una perspectiva crítica de la transición española, 1976-1979). De la lectura de estos libros, incluidos más o menos deliberadamente en un mismo espacio de diálogo, se desprende que el régimen del 78 es algo radicalmente distinto a lo que se implicaba cuando se hablaba de transición democrática en España.
Yo estudié en la facultad de políticas de la UCM en los 90 y me aprendí la transición. Se trataba de algo que sucedía entre la muerte del dictador Franco, en 1975, y la aprobación de la Constitución democrática de 1978. En el corto plazo de esos años España daba un vuelco ejemplar, modélico. Y lo hacía siguiendo un esquema. Esquema que en alguna medida sirvió como referencia para comprender –y juzgar la eficacia- de otros procesos de transición democrática, particularmente en América Latina.
El estudio de las transiciones a la democracia era una subdisciplina de la ciencia política. Y tenía y tiene dos características importantes: es un análisis normativo (interesado en comprender lo sucedido desde la perspectiva del deber ser) y es un análisis taxonómico (que aspira a definir morfologías, a determinar esquemas que modulan categorías con las que analizar lo que se intenta explicar). En la ciencia política clásica –años 50, 60-, lo que interesaba principalmente era comprender qué precondiciones favorecían la emergencia y estabilidad de las democracias, o qué factores influían en su deterioro y quizá quiebra definitiva. Pero lo que caracterizaría de un modo muy definitivo el estudio de las transiciones a partir de los años 70 es el abandono de enfoques funcionalistas clásicos y sus sustitución por interpretaciones de tipo más causal. Es decir, interesaría separar la emergencia de la democracia de su estabilización, comprender el advenimiento de la democracia como un proceso. ¿Cómo se llega de una cosa a otra –generalmente de un sistema autoritario a otro democrático? Ésta era la pregunta. La democracia, como vemos, se presupone a la pregunta. Es algo así como que a la democracia se llega siempre.
Explicaciones de esta naturaleza privilegiarían por mucho tiempo el estudio de las élites y de sus estrategias en los procesos de cambio de régimen político. Poco a poco se minimizó la importancia de los factores estructurales y se postuló la autonomía explicativa de la esfera política. Y dentro de la esfera política, lo que se ha estudiado durante varias décadas es principalmente el comportamiento de los actores políticamente significativos (fuerzas armadas, partidos, …) En segundo término, se consideró preciso identificar el proceso seguido para la reproducción de sus estrategias políticas (negociación, pactos, etc.). Por último, haría falta reconocer los hechos políticos a través de los cuales los actores evidencian tanto sus estrategias políticas como los recursos de poder disponibles (constitución, elecciones, etc.). La transición se percibe como un contexto estratégico, con la presencia de diversas opciones, difícilmente predecible en cuanto al comportamiento de los actores y en donde las acciones aventuradas pueden dar lugar a resultados insólitos. Con ello aparece un nuevo elemento que define los procesos de transición política: la incertidumbre.
Otra característica de la transición, desde esta perspectiva, es la periodización. La ordenación de los tiempos del proceso conforme a las dinámicas de liberalización y democratización. Si nos fijamos un poco y sin necesidad incluso de tener un conocimiento muy exhaustivo de la transición, todos estos elementos están en su interpretación oficial. Si tomamos la serie de Victoria Prego como crónica oficial de la transición, puesto que evidentemente lo es en una medida muy importante, encontramos un relato que se ajusta a la perfección al esquema que acabamos de describir.
El asesinato de Carrero Blanco
El espíritu del 12 de febrero
La revolución de los claveles
El fín del aperturismo
La llegada de Felipe
La muerte de Franco
Juan Carlos I, rey de España
El primer gobierno de la monarquía
La dimisión de Arias Navarro
La presidencia de Adolfo Suárez
El último pleno de las cortes franquistas
El referendum para la reforma
Las primeras Cortes democráticas
Se trata de una selección de nombres, estrategias, sucesos, que inexorablemente conducen al resultado democrático. Los títulos de los capítulos de esta producción de RTVE indican cuáles son los personajes y los elementos que dirimen el proceso de transición. Ni un solo capítulo lleva por título la movilización popular, la violencia institucional, la represión de la protesta, la domesticación de la izquierda partidista … en fin, tantas otras cosas que nos podrían contar para explicar lo sucedido en esos años. Dónde estuvieron los desafíos desde un punto de vista de la construcción y representación de un imaginario ciudadano en torno a la democracia; quiénes oficiaron de subalternos; quiénes en suma quedaron exluídos. Por ejemplo.
Por otra parte si, como decía más arriba, la democracia se da por supuesta en el esquema de la transitología, también es verdad que a partir de cierto momento ha habido que afinar con lo que es democracia.
¿Cuándo se da por instituido un régimen democrático, es decir, cuándo estamos ante una democracia de verdad de la buena? Cuando las instituciones cambian, según los enfoques más minimalistas o cuando lo hace la cultura política, según las interpretaciones más exigentes. Y hasta ha habido quién, como Robert Dahl, se ha aventurado a afirmar que en realidad democracia pura, como la que teorizamos, es una utopía, y que a lo más que se puede aspirar es a poliarquías: un régimen con debate público y un alto grado de apertura.
Pero en general, la pregunta sobre cuándo estamos antes una verdadera democracia obliga a tomar en consideración un dilema fundante de la política moderna, el que opone representación a participación.  Se trata de un dilema de alto contenido intelectual. Es decir, que transcurre sobre todo en el plano del debate, y que arrastramos hasta hoy en forma de complejo (lo digo en un sentido casi psicoanálitico, como retorno de lo reprimido). Y como complejo lo sentimos irresoluble, como un callejón sin salida. Cuando llegamos ahí las miradas se tuercen, surgen las dudas, la acción política se pliega sobre sí misma, se hace mucha crítica, se profundiza en el debate …. Cuando llegamos ahí se pone de manifiesto que la participación nunca es suficiente, la representación es un artificio que aleja a los ciudadanos de la política … Cuando llegamos ahí pareciera que la democracia descansa en categorías teóricas poco satisfactorias y sin embargo no logramos imaginar que haya vida fuera de ellas.
Pero puede ser que la calidad de una democracia no dependa del modo en que se salde esa confrontación, sino que se deba buscar en otros lugares. En los lugares de la experiencia que garantiza  justicia social, igualdad, respeto a los derechos humanos. Dicho de otro modo, la calidad democrática descansa en nuestras experiencias con respecto a lo que consideramos irrenunciable en términos de justicia social, igualdad, derechos humanos.
De cualquier manera, no parece que hayan sido las interpretaciones más exigentes sino las más condescendientes las que se han interesado por la transición española hasta hace bien poco. El proceso se daba por cerrado en 1978. La democracia por consolidada en 1982 tras producirse  la victoria electoral del PSOE. Esta es la historia de un éxito en ausencia de una interpretación verdaderamente histórica. Porque en este relato no hay prospección y no hay una pregunta sobre el cambio histórico sino una constatación ad hoc de un hecho que se presupone, junto con una interpretación cargada e interesada de lo que es la democracia: un sistema representativo con un cierto grado de participación ciudadana. La incertidumbre es tomada como un elemento más de la historia, y sus resoluciones posibles violentadas por las rutas que estos esquemas pretendidamente neutrales y científicos prefiguran. Ésta es la cuestión. En la transitología todo está prefigurado. Es un cuento sobre cómo se llega de un punto a otro, siendo el segundo punto la arcadia democrática. Lo que ahora llamamos el régimen del 78 viene a confrontar  el mito de la arcadia democrática sostenido por la transitología.
El mito de la transición y el mito de la democracia van juntos. Se reconfortan mutuamente. En la década de los 80 se va asentando la idea de que la democracia es un sistema político que pertenece a los ciudadanos porque ellos la han construido. Es un bien privado (porque satisface las aspiraciones de los individuos) y, a un tiempo, colectivo (porque les conecta en un entramado social, les invita a desarrollar sueños compartidos). Esta lógica en apariencia contradictoria opera desde entonces en España y se basa en la sacralización de la democracia como mito. La democracia no resuelve nuestros problemas cotidianos (corrupción, paro …) y sin embargo no se cuestiona porque eso solo puede hacerlo su oponente histórico en España: el terrorismo, la violencia separatista, las tinieblas que amenazaban con ensombrecer la arcadia democrática (“habla pueblo habla para que calle la violencia”). Mientras la democracia tenga un enemigo de tan extraordinaria potencia, nadie se atreverá a denunciar que su alma, su sustancia, no son verdaderamente democráticas.
Para comenzar a escuchar críticas de este calibre ha habido que esperar hasta prácticamente 2011, hasta el 15 M. Para poner en solfa la interpretación que de la historia de España en la década de los 80 arrojaba inadvertidamente la transitología, también. Y es entonces cuando hemos comenzado a escuchar la expresión régimen del 78. ¿Por qué al sobrevenir esta situación de conflictividad social se reabre el melón de la historia? En su libro Por qué fracasó la democracia en España, Emmanuel Rodríguez afirma que sucede en épocas de crisis políticas que la historia se convierte en un escenario de combate. Y que esto mismo ocurrió en la España de los 60 con el periodo de la República y la Guerra Civil. Bueno, es una explicación a lo Walter Benjamin. La historia sirve para reflexionar sobre posibles encrucijadas y los caminos que se tomaron y cómo esas decisiones nos trajeron hasta aquí. El aquí que representa una auténtica cesura en los últimos años es el 15M. Nos acostamos una noche de primavera de 2011 creyendo que éramos una cosa y nos levantamos al día siguiente comprendiendo que quizá éramos otra y que había que tomarse el trabajo de explicar lo que nos había sucedido, lo que nos venía sucediendo: las continuidades y discontinuidades que atravesaban esos treinta y tantos años de gloriosa democracia. Había que dejarse de aprioris y mirar a la cara al “régimen del 78”. Desbloquear su interpretación. Para eso es muy necesario volver a contar la historia, imaginar juntos un trabajo en el mito de la transición.
En 1977 Tierno Galván se refirió al franquismo como un régimen de convivencia condicionada (Informe General, Pere Portabella). Y lo dijo probablemente consciente de que de ese modo no neutralizaba el pasado (que el franquismo era un régimen totalitario lo sabía perfectamente bien Tierno Galván en 1977) sino que abría el camino a un presente con muchas opciones disponibles. Yo creo que se equivocó. Que hay que poder nombrar con rigor dónde se está para poder decidir un curso de acción óptimo. Lo otro conduce a la desmemoria, tan disolvente desde un punto de vista social. Si quisiéramos o tuviéramos la posibilidad de replicar a Tierno podríamos decir que nosotros venimos también de un régimen de convivencia condicionada. De lo que se trata ahora es de revisar esos condicionantes y participar en la construcción de unos nuevos. Se trata de darnos la oportunidad de imaginar colectivamente bajo qué condiciones es aceptable la convivencia en democracia, más que qué democracia queremos o en cuál pensamos que cabemos todas. Se trata de tener claro a qué experiencias de justicia social, igualdad y derechos humanos aspiramos.
Noelia Adánez: De mi intervención en “Las bases sociales del Regímen del 78 y su desbordamiento”, en la Universidad de Verano de Podemos organizada por el Instituto 25M (25 de julio de 2015)
En la misma mesa participaban Germán Labrador y Pablo Sánchez León.
*Fuente: Contratiempo Historia y Memoria

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