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Derechos Humanos, Historia - Memoria

El increíble caso de niña adolescente: La Ana Frank chilena: a los 15 años, presa política

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09/01/2016 |
Crudo testimonio de Mónica Alvarado quien, a los 15 años de edad, se transformó en la presa política y en la exiliada más joven de la dictadura. Hoy rompe el silencio y denuncia: “Me quitaron la inocencia, pero no la dignidad”.

Era la madrugada del domingo 21 de julio de 1974, dormía profundamente, al día siguiente tenía clases y no podía faltar al colegio. A sus 15 años, sus sueños e ilusiones de niña se rompieron abruptamente. Sin entender por qué, despertó entre gritos y tirones, un energúmeno la levantó en vilo y la arrastró a una camioneta que esperaba fuera de su casa. Esa cara le era conocida, Más tarde también reconocería su voz y su ferocidad, era el “guatón” Osvaldo Romo.
 
Violento “despertar”
Mónica Emilia Alvarado Inostroza, quince años al momento de su detención, sin militancia política entonces, comenzó así un trágico periplo, el que hoy aún no termina. “He tratado de explicarme por años qué sucedió. Por qué viví la barbarie de ver y sentir tanto dolor, de vivir tanta miseria, humana y también económica, que me hayan arrebatado mi inocencia, ser torturada, abusada y esclavizada sexualmente por desgraciados que no tuvieron compasión alguna. Salí al exilio sola, sin apoyo político, porque yo no lo era, ni siquiera la Cruz Roja atendió mi caso”, señala en voz baja.
Esa es solo parte del crudo relato que entregó Mónica a Cambio21, un testimonio que por primera vez da a conocer a un medio de comunicación.  Esta niña, hoy mujer, denota en sus palabras parte el sufrimiento que le tocó vivir. No solo sus palabras dan prueba del dolor, sus muñecas hasta hoy muestran las huellas de haber estado colgada durante horas mientras era flagelada. “Se dislocaron mis huesos”, nos dice, mientras exhibe sus delgados brazos que dejan a la vista la deformación.
Al interior de la camioneta, fue amarrada y vendada. Intentó preguntar qué sucedía, no recibió respuesta, sí un golpe seco que la hizo callar. Al bajar del vehículo, fue llevada a una sala y amarrada a una silla. “Sentía que había gente al mi alrededor, sentía lamentos, no sabía a dónde había llegado. Alguien me preguntó qué hacía ahí, no supe qué responder por que ni yo misma sabía la razón, solo sabía que quería volver a mi casa, al lado de mi madre y hermana”.
 
Moneda de cambio
No restó mucho tiempo hasta que supiera al menos cuál era el motivo aparente de su infortunio, tragedia que solo comenzaba para ella. “Un tipo entró a la sala y gritó mi nombre, me llevó a otro lugar, un segundo piso. Aún estaba vestida con mi pijama. Entre gritos e insultos me sacaron la ropa, estaba aterrada, no sabía qué sucedía, qué me harían, no sé si sentía más pánico o vergüenza de estar allí desnuda frente a aquellos hombres que luego conocería muy bien”…  “Dónde está tu padre”, fue la primera pregunta acompañada de un golpe… “No sé señor, respondí, porque de verdad no sabía dónde estaba, pues ya no vivía con nosotros, se había ido hacía algún tiempo y no supimos más de él”.
Su padre, Natalio Alvarado, era militante y dirigente del Comité Central del partido Socialista.  Pero hacía ya tiempo que se había ido del lado de ella y de su familia. “Recuerdo que tras muchas sesiones de torturas, habían dos posiciones entre mis interrogadores, unos decían “esta mina se hace la weona y sí sabe” y otros contestaban “no sabe nada, déjala”, pero no lo hicieron”, relata.
Desde luego no le creyeron y continuaron con los golpes y vituperios. “Se sumaron manoseos… conocí la parrilla”, rememora Mónica, mientras sus palabras se interrumpen y sus ojos se humedecen… “Ellos mismos reconocían que no había nada en mi contra, solo ser hija de mi padre, era una “moneda de cambio” para ellos. Así fueron los primeros días o semanas, todas iguales, solo que a lo anterior se sumó una nueva causa de interrogatorio y también que comenzaron a violarme, día tras día, uno tras otro…”
 
Calvario
Poco tiempo antes de ser detenida, Mónica prestó servicios en un centro cultural de la comuna donde vivía, Pudahuel. Allí oficiaba de mensajera, pues le tocaba llevar correspondencia y libros de asistencia entre esa institución y algunas oficinas fiscales de las cuales dependía. “En ese lugar trabajaban algunos extranjeros que estaban buscando inserción laboral y también muchas mujeres que hacían manualidades, pinturas, bordados y esas cosas”, evoca.
“Quiénes eran esos extranjeros terroristas, dame sus nombres, dónde están”, fueron las nuevas preguntas acompañadas de tormentos que no paraban “y que me duele recordar y más relatar”, susurra mientras aparecen las primeras lágrimas que se deslizan por su rostro. “Qué iba a saber yo a los 15 años de terroristas, si lo único que llevaba eran libros de asistencia”, dice con amargura.
Las cercanas campanadas de una iglesia rompían la monotonía de lamentos y tragedia. Por primera vez escuchó hablar de calle Londres, que era el lugar donde algunas prisioneras aseguraban estar… Su salud empeoraba con el paso de los días, los golpes y abusos sexuales hacían mella en su débil e infantil cuerpo, “estuve casi a punto de morir, me salvó Patricia Barceló, otra presa que conocí en ese lugar, ella, Érica Henning y otras prisioneras me atendieron”, recuerda.
 
Usaron hasta un perro
En Londres 38 estuvo un largo mes y los nombres que más recuerda entre sus torturadores son los del “guatón” Osvaldo Romo y Marcelo Moren Brito. A Romo lo ubicaba en mi población, pues él era un dirigente social allí antes del golpe de Estado. Él fue uno de los que más abusó conmigo… yo creo que eso es lo que buscaban, más que información porque yo no sabía nada de política”… Desde ese lugar fue trasladada a Villa Grimaldi. “En este lugar me violó un perro negro que tenían adiestrado para esto y después estuve encerrada en una celda pequeña en donde uno estaba en posición fetal ya que no tenía más espacio…”, relata.
Allí enteró de otra detenida que era médico y a quien llamaban Michelle, luego supo que se trataba de Michelle Bachelet, la hoy Presidenta de la República a quien vio ocasionalmente. Luego de sesiones de tortura sin sentido, volvió a Londres 38. “Otro mes completo de ensañarse conmigo, de ser una verdadera esclava sexual de esos infelices”, manifiesta con una mezcla de rabia y dolor. “Tomaron mi inocencia pero no mi dignidad, resistí a pesar de todo”, dice con orgullo.
Su travesía por el horror continuó en “Cuatro Álamos”, donde la mantuvieron incomunicada y luego fue trasladada a “Tres Álamos”. “Allí, dos veces por semana el jefe de la unidad, el carabinero Conrado Pacheco Cárdenas me abusaba, violándome durante los meses que en ese lugar permanecí. Le gustaba pasearse por el campo de concentración conmigo a su lado. Yo estaba muy débil. Me quedaba en una celda con ocho otras compañeras”, menciona.
 
“Chao maldita puta”
Producto de la fuerte presión internacional, la dictadura decidió expulsar del país a varios prisioneros a principios de 1975. El 12 de febrero de ese año, a Mónica Alvarado y a otros 27 residentes de Tres Álamos se les comunicó que debían recoger sus pocas pertenencias pues serían exiliados “por traidores a la Patria”. Al día siguiente los subirían a un avión con destino al destierro. “Esa noche fue muy agitada y llena de emociones, nos despedimos de todas nuestras amigas, ellas bordaron el vestido con que partiría a lo desconocido, sola, sin nadie a quien recurrir, que no fuera la conmiseración del gobierno local”.
“Era la más pequeña de las presas políticas –sin haber militado nunca en un partido-, era la más chica”… Esa noche el comandante Pacheco la hizo llevar a su presencia, “me dio unas cachetadas y me dijo: “chao maldita puta, jamás volverás, tu vida será un infierno”. Me fui  muy serena a mi pieza, lloré toda la noche pensando ¡por fin me voy, por fin soy libre, mierda, algún día volveré de nuevo!… pero no quería irme, tampoco quería morirme, ya no aguantaba mucho más tiempo allí”… recuerda.
“Durante mi cautiverio –cuando podía-, me lavaba la cara, día y noche, me sentía sucia, sentía que ya nada sería como antes, pero tenía ganas de vivir, no quería morir, estaba asustada, extrañaba a mi mamá y hermana, ni siquiera podía dimensionar por lo que ellas estarían pasando también, pero me quería ir, salir de ese calvario”. Así pasó esa noche hasta que de madrugada fueron sacados al patio para ser formados. Los subieron a buses de carabineros y fueron trasladados al aeropuerto. “En el trayecto nos decían “que no merecíamos salir al extranjero, que debíamos estar muertos”, pero allí estábamos, ya camino a la libertad”.
 
Callejón oscuro de despedida
“El día cuando fui expulsada, en el aeropuerto estaban mis familiares y algunos vecinos, nos dieron algunos minutos para despedirnos, pude abrazarlos, fueron instantes muy emotivos hasta que nos llamaron por parlantes para embarcarnos, aún no sabíamos hacia dónde saldríamos expulsados. Luego nos hicieron formarnos. Desde el aeropuerto hasta la escalerilla del avión Iberia habría unos 200 metros. En la pista había vehículos blindados, con ametralladoras, y carabineros y militares fuertemente armados”.
“Formaron un callejón y nos ordenaron ir al trote a través de él, mientras decenas de uniformados nos escupían y golpeaban con puños, pies y culatas, mientras nos insultaban. Así llegamos a duras penas al avión, golpeados y con las ropas destrozadas, pero felices porque salíamos de ese infierno”. Al subir al avión hubo un gesto de humanidad, el primero tras ocho meses de horror.  Parados al lado de la escalerilla, el capitán de la nave de Iberia y su tripulación, los saludaron y dieron la bienvenida, “lloraban al ver ese triste espectáculo”, recuerda emocionada.
El destino fue Caracas, Venezuela, en ese lugar se les hizo entrega de sus pasaportes. “Estaban sellados y fechados 12 de febrero de 1975 por el Registro Civil chileno. Los documentos tenían un sello que decía “Solo válido para salir del país, no renovable” y tenían una letra “L” muy grande. Era un destierro forzoso con prohibición de retornar”, relata Mónica.
“En Venezuela, fuimos acogidos por el gobierno que nos asignó unas piezas en un hotel y luego viví en un sótano, conocido como “la cueva del Guacharo”, era una pieza donde dormíamos 8 personas, en dos camarotes de cuatro literas”. No eran presos políticos conocidos, quedaron literalmente a su suerte señala. Mónica, con sus 15 años y sin contacto alguno en ese país, padeció la miseria. “Como nadie me daba trabajo por mi edad, perdí ese lugar donde vivir. Durante meses deambulé entre casas de exiliados que podían acogerme, viví como gitana, de casa en casa”.
 
Año Nuevo, miserias nuevas
Nunca olvidará como un Año Nuevo, en Caracas, “sentada en una banca, podía ver las luces y sentir las risas de alegría de la gente, mientras yo tenía hambre y frío. A nadie parecía importarle, terminé comiendo las sobras que arrojaron en un restaurant”. Con todo, esta niña se fue haciendo mujer, realizó trabajos y estudió como pudo, salió adelante, tuvo dos hijos hasta que pudo retornar a la patria. Sufrió en Venezuela, es cierto, pero igual guarda agradecimiento a ese país que la acogió tras su desgracia.
Ya en Chile, pasaron años antes de que pudiera retornar a Londres 38… regresar, fue una experiencia brutal, recuerda a Lumi Videla antes de ser asesinada. “Sentí nuevamente los gritos de dolor, vi las caras de quienes allí estuvieron conmigo”… No ha podido volver aún a Villa Grimaldi… “me estoy armando de fuerzas para hacerlo este fin de semana”, nos cuenta emocionada… es parte de su duelo, el que necesita superar y ha decidido hacerlo.
Los sufrimientos no acabaron con la prisión o el abandono en tierras extrañas, la persiguieron también a su vuelta a Chile. “Por años no relaté a mis hijos por lo que yo viví. Lo que sufrí… solo lo hice una vez, les conté por todo lo que pasé”… el impacto causado fue tremendo, reconoce. Dos años después, el mayor de sus hijos “un hombre maravilloso, trabajador, soñador”, terminaría suicidándose. “Él también fue víctima de todo esto”, asegura.
Mónica ha decidido romper el silencio y asumir lo que por años había ocultado, los abusos de que fue víctima siendo solo una niña. Prepara una nueva querella por las torturas y violaciones pedófilas, un necesario testimonio para que ello nunca más ocurra en Chile. Perseguirá la responsabilidad de los agentes del Estado, necesita verdad pero también justicia y reparación. Es cierto que Romo y otros han muerto y ya no podrán responder, pero hay muchos otros, los interrogadores de los centros de tortura y exterminio por donde pasó, los celadores, quienes la transportaron entre los distintos lugares, los cómplices pasivos.
*Fuente: Cambio21
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