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¡Palmira, mon amour! O las pirámides de mármol que vio la Reina Zenobia

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Los guerreros del EI entraron en la mítica ciudad de Palmira (Siria), destruyeron “el templo pagano” del dios Baal y decapitaron al arqueólogo Jaled al Asaad, de 82 años, porque se negó a revelar el paradero de “varios tesoros” que buscaban afanosamente esos “tenebrosos heraldos” que tanto se parecen a los verdugos de la Santa Inquisición.
El cuerpo de Jaled al Assad[2], ejecutado en la plaza pública de Palmira el pasado 18 de agosto, fue colgado  de un poste, -junto al que se colocó la cabeza-, para escarmiento de los idólatras. Los yihadistas previamente destruyeron a martillazos un hermoso león de piedra que custodiaba el museo de la vieja urbe grecorromana de dos mil años de antigüedad.
La destrucción y decapitación de Palmira coinciden con la destrucción y decapitación de Siria, convertida hoy en un auténtico infierno[3] cuyas llamas han provocado un éxodo, de proporciones bíblicas, hacia una Europa ciega donde los mercaderes se preocupan más de las subidas y bajadas de Wall Street, que de monstruosos “problemas iceberg”[4] que pueden causar, en pocas décadas, una herida mortal a “nuestra civilización”.
Cuando la religión todavía no se había convertido en una máquina de matar herejes, infieles, brujas, endemoniados, razas inferiores, etc., nació Zenobia de Palmira en el 245 d.C. quien siendo una joven de poco más de veinte años se rebeló contra Roma y fundó un efímero Imperio (267-272), que se extendía desde Asia Menor hasta el País de El Nilo.
Siendo reina de Egipto contempló maravillada las pirámides de Ghiza (Keos, Kefrén, Mikherinos), que estaban totalmente cubiertas de mármol blanco, a excepción del pináculo, que había sido revestido con mármol rosa. Dicen que los destellos del Sol sobre esas paredes talladas con nieve y suave rubí, producían un espectáculo jamás visto sobre la tierra. Como era lógico, Zenobia bebió y gozó de su belleza.
Tras ser derrotada y capturada, Zenobia fue encadenada con cadenas de oro y obligada a tirar de un carro por las calles de Roma. Dicen que el emperador Aurelio, impresionado por su belleza, coraje e inteligencia, la perdonó y la regaló una villa en  Tívoli, donde la reina rebelde se convirtió en una destacada y admirada filósofa.
Pioneros en descubrimientos y aplastamientos fueron los cristianos quienes, tras salir de las catacumbas, emprendieron la caza de todo bicho viviente que no escuchara la voz de Dios, que no era otra que la del Torquemada de turno y de hombrecitos convertidos repentinamente en reyezuelos. La Cruz y la Espada inauguraron la Era del Terror.
Los árabes que conquistaron Egipto en el 642 d.C. borraron todas las viñetas que hacían alusión explícita al sexo, como las portentosas demostraciones de virilidad de dioses itifálicos[5], y quemaron los miles de pergaminos que aun quedaban en la Biblioteca de Alejandría.
Es cierto que estaban poseídos por la fiebre del oro, y desvalijaron todo palacio, templo y santuario donde hubiera ese metal, plata o piedras preciosas, pero, en general, respetaron gran parte del legado de la civilización faraónica, incluyendo multitud de esculturas y representaciones del riquísimo panteón egipcio.
En una de mis visitas a las pirámides a finales de la década de los setenta me quedé profundamente impresionado al ver las descomunales piedras que parecen haber sido colocadas por titanes[6]. A mi regreso a El Cairo, pregunté a mi amigo y profesor de árabe Abderrahmán al Alfil[7]: ¿Qué pasó con los bloques de mármol rosa y blanco que recubrían su superficie?
Aberrahmán, musulmán practicante que repudia la violencia, me dijo lacónicamente:  Fueron arrancadas para construir las mezquitas. ¡Ah! –exclamé ensimismado.
En los siglos XV y XVI, se produce la hazaña de la conquista de América y los españoles arrasan la capital del Imperio azteca, Tenochtitlán. Sobre el Templo Mayor, los esclavos construyen la Catedral Metropolitana y sobre la residencia del emperador azteca, Cuahtémoc, levantan el Palacio del Virrey (ahora sede gubernamental).
Ambas maravillas se encuentran en la actual Plaza de la Constitución, llamada coloquialmente El Zoco. En su construcción Hernán Cortés -que mandó ahorcar a Cuahtémoc-, empleó a unos 400.000 indígenas[8], que morían como moscas trabajando para un rey y una Iglesia de una “civilización muy superior” fascinada por el oro.
Dicen los aedos que tras la destrucción de Tenochtitlán cayó un diluvio. No era lluvia ácida como en Hiroshima y Nagasaki, eran lágrimas. “El Dios de la lluvia lloraba sobre México” por tantas muertes[9] a golpes de espada, látigo y cruz. ¿Hasta cuándo, en nombre de la religión, los Hunos y los Otros cabalgarán las  sombras de los Tiempos de la Oscuridad?
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordarnos a José Saramago, quien termina así su obra “El Evangelio según Jesucristo”: El Nazareno dice desde la cruz: ¡Hombres! ¡Perdonad a Mi Padre porque no sabe lo que hace!
Notas:
[1] Era el arqueólogo más prestigioso de Siria. Fue el máximo responsable de la preservación de Palmira (Patrimonio Cultural de la Humanidad) desde 1963 al 2003.
[2] Era el arqueólogo más prestigioso de Siria. Fue el máximo responsable de la preservación de Palmira (Patrimonio Cultural de la Humanidad) desde 1963 al 2003.
[3] Siria lleva cuatro años de guerra civil, a lo que hay que añadir el avance del EI, que pretende instalar un califato en la región. El conflicto ha causado más de 240.000 muertos, 7,6 millones de desplazados y casi cuatro millones de refugiados. La mayoría de éstos ha sido acogida por Turquía, El Líbano, Jordania e Irán. En la UE han conseguido asilo unos 150.000. Siria, con una población de 24 millones de habitantes, está viviendo la mayor emigración del siglo XXI.
[4] Éxodos bíblicos; guerras interminables; tremendas y crecientes desigualdades sociales que aumentan proporcionalmente a la riqueza de una minoría; 124 millones de europeos al borde de la pobreza o en riesgo de exclusión social, según Eurostat, Tasa Arope (At Risk of Poverty and/or Exclusion); pobreza energética; precariedad laboral; salarios irrisorios; desahucios; rescates amorales de la banca; especulación criminal; insolidaridad: tráfico humano; desprecio al Sur que enriqueció a Occidente con la aniquilación de millones de esclavos y la explotación de sus recursos naturales, etc.
[5] Itifálico: Falo erecto.
[6] Esclavos o campesinos que, terminada la siembra o recolección, empleaban su fervor religioso en poner piedras.
[7] La familia de Abderrahmán está emparentada con el último rey de Egipto, Faruk. En El Cairo hay una calle dedicada a los “Alfil”, palabra que significa “el elefante”.
[8] Cifra que da Galeano en su obra “Las Venas abiertas de América”.
[9] Antes de la llegada de Colón., había más de 70 millones de habitantes en América. Siglo y medio después, quedaban unos 3,5 millones de indígenas.  Galeano. Op. Cit.

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