El poder corruptor del dinero en Chile
por Marco A. Velásquez (Chile)
9 años atrás 5 min lectura
25 de febrero de 2015
El premio nobel de economía 1976, Milton Friedman, en su célebre libro “La teoría de los precios” establece un axioma fundamental de su teoría: “Todo tiene precio”. Una frase tan desconcertante como la de otro gran economista chileno de la escuela de Chicago, el profesor Ernesto Fontaine, quien para imbuir a sus discípulos en el arte del pensamiento económico repetía: “Dime cuánto tienes y te diré que piensas”.
Friedman y Fontaine revelan, sin denominarlo, que el fundamento del pensamiento económico neoliberal radica en la codicia. Paralelamente, para estructurar todo el andamiaje analítico se despoja a la persona humana de toda referencia valórica moral, de manera que, estableciendo principios de racionalidad, la conducta humana termina moviéndose irresistiblemente hacia impulsos elementales como: tener más que menos, pagar menos que más, potenciar el ocio por sobre el trabajo, competir, asignar recursos a quien más paga, sustituir empleo por tecnología, etc.
Y para doblegar la conciencia humana de cualquier arraigo ético, Fontaine sustituía el concepto de trabajador por el de “bestia”, con lo que buscaba igualar el trabajo humano con el de cualquier factor productivo, sea tecnología o capital.
Estos son los elementos filosóficos que subyacen en el pensamiento económico imperante, que desde Adam Smith hasta el presente ha evolucionado gracias a un enorme contingente de economistas, entre los que han sido determinantes los seguidores de la escuela neoliberal de Chicago.
La influencia de la escuela de Chicago tuvo especial arraigo en Chile, porque ahí se perfeccionó un grupo de economistas chilenos, que luego se acuarteló en la facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, desde donde sentaron las bases del modelo económico chileno impuesto en la dictadura.
Chile se convirtió así en un gran laboratorio económico mundial, donde el modelo neoliberal fue aplicado sin ningún contrapeso. Producto de ello, Chile llegó a tener la economía más liberal del planeta en las décadas del 80 y 90.
Un liberalismo económico a ultranza unido a la mayor conculcación de libertades ciudadanas de que se tenga memoria, provocaron un cambio drástico del alma de Chile. Los valores de la solidaridad cedieron a la competencia, de la sobriedad a la opulencia, de la sencillez a la prepotencia, de la colaboración a la rivalidad, de la austeridad a la ostentación, de la promoción humana al arribismo, de la colaboración al individualismo, del esfuerzo a la ambición. Chile pasó de la cultura del ahorro al consumismo, de ser un pueblo integrado a ser un país segregado y amurallado, mientras la educación era infiltrada por la publicidad y el marketing.
Más allá de los logros en materia de crecimiento económico, quien haya vivido en Chile antes de los 70 sabrá testimoniar con honestidad que los chilenos después de los 80 se volvieron más competitivos y ambiciosos. Así, fue como el sistema económico neoliberal corrompió el alma de Chile.
En los últimos días pareciera que Chile comienza a despertar con horror e indignación a ese cáncer de la corrupción que todo lo invade. La lista es interminable y alarmante: “El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno”; el “negocio del siglo” conocido también como caso Chispas; los “pinocheques”; el caso MOP- GATE; Publicam; el caso coimas; Inverlink; la compra de acciones de LAN a precio de ganga; la colusión de las farmacias, de las avícolas, de las navieras, de las empresas de asfalto; el escándalo de las comisiones de la tarjeta de Cencosud; la estafa de La Polar; el lucro ilegal de algunas universidades privadas; el caso Cascadas; el caso Bilbao; el Penta Gate, el caso SQM, el escándalo HSBC o el caso Dávalos, por señalar sólo algunos.
Siendo el común denominador de todos ellos la codicia, los casos SQM y Penta Gate tienen un agravante letal, cual es la intención premeditada de subordinar la política al poder del dinero. Esto, en la escala siempre nefasta de la corrupción, es un nuevo peldaño que infiltra el sistema político en su origen, en las campañas electorales, generando el mayor poder corrosivo del sistema democrático. De esta manera, la democracia queda cautiva del poder de grupos económicos que, en la práctica, son quienes gobiernan al país desde las penumbras de la codicia humana, generando el imperio de la mammoncracia.
Entonces, no es extraño que los gestores del modelo neoliberal chileno, sean quienes llevaron a su máxima expresión lo aprendido en las escuelas de Chicago y en la Pontificia Universidad Católica de Chile, que “todo tiene precio”. Demuestran con ello que el motor de la economía neoliberal radica precisamente en una de las más oscuras debilidades humanas, en el pecado capital de la codicia; germen de un nuevo capitalismo que no distingue partidos políticos ni condición social.
En efecto, que nadie se sienta libre de caer en las fauces de la codicia, ya sea en lo pequeño como en lo sideral. No en vano, el papa Francisco advirtiendo contra “la nueva idolatría del dinero”, alerta: “Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades.” Evangelii gaudium 55.
Alienta saber que entre los ciudadanos decentes de Chile surge un clamor moral que exige sanciones ejemplares para los responsables, así como que la Ley sea perfeccionada con la mayor severidad para los corruptos.
– El autor, Marco Antonio Velásquez Uribe, es Ing. Agrónomo, Mg. en Economía Agraria PUC
*Fuente: Reflexión y Liberación
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