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El control social, las inundaciones y la solidaridad de clase

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El control que el capitalismo ejerce a través del régimen político puede ser distinto y hasta variar en aspectos importantes siempre que en lo esencial el poder permanezca en manos del capital. Así, poco le importará a la élite que en términos de sometimiento exista el sufragio restringido, uno pluralista u otro mecanismo electoral; no le interesa que haya una república democrática aunque cuanto más autoritaria sea ésta, tanto más grosera es la dominación del patrón sobre los trabajadores. La característica distintiva del neoliberalismo es esa: que el poder de la minoría se ejerce con tan descarada impunidad que deslegitima los propios intereses de los dueños del mundo.
El capital, una vez que existe, dominará la sociedad en su conjunto. En estas circunstancias ninguna república democrática cambia la esencia del asunto porque bajo este régimen las garantías de la Constitución son formales. Debemos crear conciencia sobre el hecho de que cualquiera que sea la manera en que políticamente se disfrace el neoliberalismo, aunque incluso pudiera tratarse de un sistema más o menos racional, lo que en todo caso es absurdo, si el régimen sigue siendo capitalista, si en él continúa existiendo la acumulación privada a expensas del bienestar común y si la élite mantiene en esclavitud asalariada al trabajador, tal sistema es una máquina opresora. Entonces la libertad, la igualdad y la solidaridad son falsas, a pesar de ser los valores que reivindica la derecha.
Hay que rechazar esa ética que el capitalismo dice defender porque su «democracia» es un engaño, es una forma subliminal de control social y explotación: mientras exista este abuso no habrá igualdad, solidaridad ni justicia. Los grandes propietarios, los Luksic o Angellini, no son iguales a nosotros, a los trabajadores digo. Esa maquinaria- llamada hipócritamente como «democracia de los acuerdos» ante la cual muchos todavía se detienen con respeto supersticioso, dando fe a los viejos relatos de que es el poder del pueblo- debemos combatirla sabiendo que es irracional y violenta.
Al respecto impresiona la ineficiencia de la derecha duopólica mostrada ante la catástrofe nortina y frente a cualquier situación que signifique resolver las demandas del pueblo. Esa falta de lógica está amparada por un discurso neoliberal dominante que siempre nos ha despreciado. Lo hace de manera sutil, como por ejemplo cuando nos trata como una «masa». Desde su óptica tienen razón: los trabajadores somos una masa amorfa pero amoldable a los intereses de la élite. También seríamos ignorantes, fracasados, resentidos e incluso terroristas si la situación lo amerita.
Pero existe otra verdad: la del pueblo, la que reafirma la persistencia de los empleados de OHL de la faena del nuevo hospital Gustavo Fricke que llevan más de dos semanas en paro en respuesta a los sueldos de miseria y a las pésimas condiciones laborales. También está esa realidad que nos muestra a los estudiantes, bomberos y voluntarios movilizados para llevar ayuda y esperanza a los damnificados, a esos chilenos que también son víctimas de un modelo de país que insiste en mercantilizar nuestras vidas en favor de la usura y del despotismo. A los trabajadores nos corresponde liberarnos de los opresores seculares, de los capitalistas delincuentes y abusadores. Somos la mayoría y los que generamos la riqueza, por eso nuestra es la responsabilidad de definir el futuro del país.

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