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La esperanza griega

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Hace 54 años, en su discurso inaugural como presidente, el presidente John F. Kennedy declaró: «No negociemos nunca partiendo del miedo. Pero no tengamos nunca miedo de negociar». No eran las frases más elevadas de aquel breve discurso, pero estaban entre las más importantes. Pues le mostraban a la Unión Soviética, de forma deliberada e inequívoca, que podría concluirse la Guerra Fría sin llegar a una conflagración y que el mundo no tiene que vivir siempre entre bravuconerías y amenazas ni bajo la sombra de la guerra nuclear.
Hoy se enfrenta Europa a negociaciones sobre la deuda y la depresión. Por un lado estará el joven gobierno de Grecia. Del otro, los poderes financieros de Europa y del mundo. Hoy, como entonces, no puede esquivarse la cuestión del miedo.
Los poderes europeos se guardan tres bazas para cuando empiecen las negociaciones. En primer lugar, Grecia tiene deudas que vencen este año y que no puede pagar. En segundo lugar, los bancos griegos dependen de la provisión urgente de liquidez del Banco Central Europeo, que se les podría retirar. En tercer lugar, la flexibilización cuantitativa le otorga al BCE una manera nueva de aislar al resto de Europa de las agonías de Grecia. Si Europa quisiera, estas bazas pueden utilizarse para aplicar una política de amenazas, con el fin de mantener la austeridad, los desahucios y la penuria de Grecia.
Se huelen las amenazas. El diario The Daily Telegraph resumió la reunión de ministros de finanzas de la UE el 26 de enero: «La eurozona ha descartado el perdón de la deuda a Grecia y ha advertido de que su nuevo gobierno de coalición antiausteridad debe cumplir todos los acuerdos del pasado…» El portavoz del gobierno alemán, Steffen Seibert, declaró ante los oligarcas de Davos que Grecia debe «tomar medidas para que continúe la recuperación económica». Y eso significa «respetar sus compromisos anteriores y que el nuevo gobierno quede vinculado por los logros de la reforma». O, como dijo el ministro alemán de Finanzas en diciembre pasado: «Unas nuevas elecciones no cambian nada».
Para los griegos, estos comentarios deben de ser una broma cruel: ¿Qué recuperación económica? ¿Qué logros? Si las elecciones no cambian nada, ¿para qué molestarse en celebrarlas? Y, por supuesto, la premisa de que han de «respetar sus compromisos anteriores» no es más que terquedad dogmática. Lo que Syriza puso de manifiesto, sobre todo, es lo incontestable de que tienen que cambiar esas fracasadas medidas políticas.
El primer ministro británico, David Cameron, resumió el punto de vista griego con velada ironía británica: «Lo que las elecciones griegas mostrarán también es que hay algunas señales de aviso en la economía global, eurozona incluida». Bueno, sí. Cuando fracasan las medidas políticas, entra en declive la economía. Los griegos no son los únicos en contemplar al fracaso delante de sus ojos.
Tal como informaba el Telegraph, hay dos cuestiones: los acuerdos y la deuda. Respecto a la primera, Grecia propone hoy recuperar el rumbo de su destino. Se ha probado el experimento de control de la Troika. Y conocemos los resultados. Se promulgarán nuevas medidas políticas destinadas a ayudar a los indigentes y a los más vulnerables, a estabilizar la economía y a fomentar la recuperación. El pasado historial de Grecia no es bueno, eso no lo discute nadie. Pero el severo diktat que vino a continuación ha sido un desastre.
La cuestión detrás de la quita es solo parcialmente una cuestión de recursos. La alternativa de «prolongar y fingir» resulta, al fin y al cabo, una forma de transferencia fiscal. El problema estriba en que la práctica amontona deuda sobre deuda, y esta es la palanca que mantiene al país tutelado, siempre en situación de mendigar. Una quita es el medio de volver a la autonomía de la política. La forma y las condiciones precisas son, en parte, aquello de lo que trata la negociación.
Unas conversaciones con pronta fecha límite, coacción y ultimatums probablemente significaría que Europa ha tomado la decisión de impedir un debate real y dinamitar las conversaciones desde un principio. Si la decisión es ésa, entonces el peso de la Historia caerá sobre quienes la tomaron, incluyendo el caos que pueda derivarse de ello.
¿Qué capacidad de maniobra tiene Grecia? Evidentemente, no mucha; las armas pesadas están del otro lado. Pero hay algo. El primer ministro Tsipras y su equipo pueden presentar su defensa de la razón sin amenazas de ninguna clase. En ese caso, el gesto correcto y moral por la otra parte consistiría en desechar sus tres bazas y, por encima de todo, dejar espacio fiscal y garantizar la estabilidad financiera griega mientras se llevan a cabo las conversaciones.
Si es esto lo que ocurre, pueden seguir adelante las negociaciones formales. Sobre esta cuestión, los comentarios de la canciller Merkel han sido de lo más suaves. Posiblemente entienda que las opciones determinarán –muy pronto– el futuro de Europa.
En esta situación valen las dos partes del pronunciamiento de Kennedy, bosquejado, por cierto, para él por mi padre. No se debe forzar a que Grecia negocie con miedo. Y Europa, por su parte, no debe tener miedo a negociar, con tranquilidad, sin bravatas ni amenazas, de buena fe.
James K. Galbraith es profesor de la Lyndon B. Johnson School of Public Affairs de la Universidad de Texas (Austin). Entre sus últimos libros, Inequality and Instability: A Study of the World Economy Just Before the Great Crisis (2012) y The End of Normal: The Great Crisis and the Future of Growth (2014). Es coautor con Yanis Varoufakis y Stuart Holland de la Modesta Proposición para la salida de la crisis de la Eurozona.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
*Fuente: Sin Permiso

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