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Las escandalosas pretensiones empresariales

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Domingo 9 de noviembre 2014
Con su consabido desparpajo, las cúpulas empresariales del país protestan por la forma en que se estigmatiza su actividad, sugiriendo que la política no los deja “trabajar tranquilos”. Se trata, evidentemente, de una de las argucias de la clase patronal para inhibir las reformas sociales respaldadas abrumadoramente por una población convencida de que el crecimiento sostenido de los últimos años no se ha traducido en bienestar real para los trabajadores, ni para la inmensa mayoría de los chilenos. Cuando lo que se observa es la más pronunciada concentración de la riqueza de nuestra historia, el creciente deterioro del salario y la carencia de una institucionalidad democrática que garantice los derechos sindicales.

Presumen los dirigentes patronales de su aporte a la economía del país y hablan de una prosperidad que, a todas luces, no se traduce en el poder adquisitivo de los trabajadores pero que, en pleno desaceleramiento, arroja más utilidades todavía a las grandes empresas, cuando se sabe que éstas a lo que más se dedican es a especular con los recursos ajenos, Con las cotizaciones previsionales y de la salud de los obreros y empleados, por ejemplo. O, como en el caso de los bancos y grandes tiendas, con el crédito que administran en uno de los países en que sus habitantes están más severamente endeudados. En este sentido, parece completamente absurdo que los más vociferantes empresarios ser arroguen el título de “emprendedores”, cuando lo que más hacen es practicar constantemente la usura. Los verdaderos emprendedores son, en realidad, esos cientos de miles de pequeños y medianos empresarios, que ofrecen infinitamente más trabajo y son corrientemente víctimas de los grandes empresarios que tercerizan sus operaciones y les pagan tarde, mal o nunca sus servicios.

No podemos olvidar el hecho que buena parte de los multimillonarios chilenos se hicieron tales gracias a su obsecuencia con la Dictadura, en la forma que adquirieron la propiedad de las grandes empresas desarrolladas por el Estado, como en la reventa que hicieron de las mismas al capital foráneo. Todavía se ventilan en los Tribunales algunos escándalos derivados, incluso, de las deslealtades cruzadas entre estos personajes identificados como “pirañas” y otros apelativos. No es casual que un propio yerno del Tirano esté imputado y condenado en primera instancia por sus fraudulentos abusos en contra del fisco y esos miles de accionistas que depositaron confianza en sus empresas. La gran estafa de la Endesa y del apoderamiento de prácticamente todas las empresas públicas de servicios tienen como resultado que los chilenos paguemos las tarifas más altas de la Región por el agua, el gas, la electricidad y otros indispensables insumos de la vida moderna. Ciertamente que entre las impunidades más escandalosas podemos contar las aberrantes transferencias de activos fiscales a estos personajes que ahora elevan el tono de su voz cuando en realidad se esperaban como mínimo la expropiación de todo lo mal habido y la cárcel al término del Régimen Militar.

En un país prácticamente monoproductor, que exporta casi puras materias primas, es evidente que nuestra gran clase social para nada puede ser considerada productiva o emprendedora. Toda vez que en la Gran Minería del Cobre las empresas que más se destacan son las transnacionales que se comportan de acuerdo, también, a las mismas prebendas que nuestra legislación le regala a los socios de las patronales chilenas que ahora alzan su voz para oponerse a una reforma laboral, después de lograr del Gobierno modificaciones muy discretas al sistema tributario. Empeñadas ahora en un intenso lobby para que el actual Gobierno desista en realizar cambios a los sistemas de previsión y de salud. Y, lo peor de todo, deje para una nueva administración la que debió ser el primer cometido en el retorno democrático: clausurar la Constitución de 1980 y convocar a una asamblea constituyente.

La llamada clase empresarial más bien es identificada por la población como el imperio de una serie de personajes que hacen noticia a través de la prensa y los medios de comunicación que controlan pero que, ni así, pueden eludir los dolos, crímenes, evasiones y elusiones tributarias que se les descubre todos los días. Que van quedando al desnudo, también, en sus repugnantes colusiones para estafar a los consumidores y cometer los más graves despropósitos medio ambientales donde se instalen a lucrar, como es su principalísimo, si no exclusivo, afán. En un claro contraste con tantos empresarios del pasado que fundaron buena parte de su prestigio en la cantidad de trabajadores que tenían y en el empeño de producir bienes para sustituir las importaciones. Lo que los llevara a instalar una poderosa industria textil, fabricar automóviles, electrodomésticos, cuanto fundar otros emprendimientos que fueron considerados pioneros en América Latina.

Lo que realmente sucede es que la actividad económica está en manos de una minúscula cantidad de aventureros, amigos de la ganancia rápida y fácil. Que han llegado hasta meter las manos en la educación y otras actividades que cumplía solventemente el Estado, desde cuando los políticos se rindieron al dinero y los convirtieron en los financistas de sus campañas electorales, en los digitadores de sus decisiones gubernamentales, legislativas y municipales. Un puñado de delincuentes de cuello y corbata que se apropia del PIB y que ha condenado a los trabajadores chilenos a vivir con sueldo promedio de no más de 500 mil pesos mensuales y que cada año se encabritan ante la idea de que el salario mínimo pueda llegar a convertirse en digno y ético.

Pretendidos empresarios que parapetan en sus sociedades “anónimas”, incapaces de mostrar la sensibilidad de tantos otros verdaderos emprendedores del mundo que contribuyen con la cultura, financian y legan a sus sociedades grandes museos, obras de arte, bibliotecas, teatros y estadios. Rústicos sujetos, ávidos de ganar más dinero y que hoy hasta pretenden que la iniciativa fiscal les resuelva los déficits energéticos que se avizoran en nuestro futuro debido, justamente, a la falta de previsión de sus empresas. Toda una clase patronal que hace coptidiasna gala de su ignorancia, de la torpeza con las palabras, de su “falta de mundo”, como lo han atestiguado algunos empresarios que se deslindan de ellos con verdadera vergüenza.

Pero en lo que realmente se han demostrado industriosos es en salir ilesos de la posdictadura, de la forma en que han encantado a todos los gobiernos de estas dos últimas décadas para perpetuar el sistema económico desigual y desbaratar las demandas de los trabajadores. Sagaces, incluso, en fidelizar a tantos intelectuales y dirigentes políticos que, de de un rabioso izquierdismo, han llegado a convencerse de que solo basta con “humanizar” un poco el capitalismo salvaje. Convirtiendo a cada uno de nuestros ministros de Hacienda en verdaderos operarios de sus negocios, para llegar a sentarlos en sus directorios, abrirle sus salones y clubes, como las páginas sociales de sus periódicos. Tal como en su hora pervirtieron a los militares para traicionar juntos al pueblo. Y destruir la democracia que tanto les fastidia.

Entre las más aberrantes pretensiones ideológicas de los empresarios y sus adictos políticos está la idea de que el lucro debe ser una garantía ilimitada; que el Estado no debe imponerle límites a éste si quiere procurar la inversión y el crecimiento. Propósito tan inicuo cuando se observa que en aquellos países (que ahora tenemos como paradigma de lo que hay que hacer en educación) los impuestos a las utilidades de las empresas son mucho más altos que aquí y son los que cimentan justamente la educación gratuita y de calidad para todos. Así como también lo hacen con la salud y otros derechos sociales.

Quizás habría sido conveniente que nuestras autoridades, que creen propicio viajar a Finlandia para empaparse de cómo funciona allí la instrucción general, convinieran en asumir también lo que ocurre con los empresarios escandinavos y de otros tantos países donde los ingresos de los más ricos no se elevan más de ocho o diez veces sobre los sueldos de los trabajadores. Y conviven en un sistema en que, con dichos impuestos, el Estado financia los establecimientos educacionales, otorga decentes remuneraciones de los profesores, con quienes también se educan los hijos de los más ricos por la calidad que asegura el sistema público de enseñanza.

Pero no, los vuelos presidenciales durante todos estos años han estado abarrotados de pasajeros empresariales que los gobiernos invitan para abrirle nuevas oportunidades de negocios. Los mismos que perfectamente pudieran acometerse con nuestras enormes reservas fiscales a recaudo y dividendos en la banca extranjera. Dineros que, por precepto constitucional, el Estado no puede invertir y, con ello, competirle a los empresarios que lucran y cometen los abusos más fragrantes.

En la penosa situación de nuestra desacreditada política, realmente indigna ver la actitud de nuestros jefes de estado, ministros y otros, cuando no existe liturgia patronal en que no se hagan presentes, así sea para recibir “tirones de orejas”, amenazas y, ahora último, francos y groseros improperios. “Representantes del pueblo” que , al mismo tiempo, se sustraen del mundo del trabajo y sus organizaciones, junto con reprimir las protestas callejeras y reforzar las tareas de infiltración social y auspiciar la infamante “delación compensada” para inhibir las demandas populares. Especialmente en la Araucanía en que los empresarios más inescrupulosos y arrogantes del país buscan asegurar como otro coto de caza.

*Fuente: Radio U de Chile

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1 Comentario

  1. Alfredo Armando Repetto Saieg

    La lucha por mejorar nuestra calidad de vida se plantea a partir de dos opciones fundamentales. Por un lado debemos preguntarnos si estamos dispuestos a seguir aceptando un sistema económico como el neoliberal, que se basa en la especulación y en las finanzas, o si por el contrario buscamos reconstruir Chile en términos democráticos.

    Esta segunda alternativa implica luchar por la economía de la producción, por aquella que genera empleos, consumo popular y así también mayor bienestar, ahorro interno y capitales propios que a su vez financian y sostienen la vialidad de un sistema político inclusivo y democrático, que por lo mismo- por el hecho de reivindicar la cultura del trabajo- va mucho más allá del mal llamado «Estado de bienestar», del neoliberalismo o de cualquier otro régimen capitalista.

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