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Los reaccionarios concertacionistas son los peores enemigos de las reformas

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Cuando los hermanos Walker, los Zaldívar, los Martínez, los Aylwin, los Brunner, los Tironi, y otros tantos momios de tomo y lomo, integraron la Nueva Mayoría estaban convencidos de que Michelle Bachelet iba a hacer un gobierno igual que el primero, una auténtica traición a quienes votaron por ella, en 2005, es decir, cumplir la norma de que “gobernar es defraudar” o”ser candidato con promesas y gobernar con explicaciones”, frase de Marco Enríquez-Ominami; su último gabinete era, prácticamente, un ramillete de los más reaccionarios que se pueda dar, así, por ejemplo, el ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma, además de mezclar los negocios con la política, no podía ser más conservador a ultranza. Durante el gobierno de Ricardo Lagos, este prohombre era uno de los amigotes de Augusto Pinochet. En el primer gabinete de la Presidenta Andrés Zaldívar había ocupado el mismo había ocupado el mismo cargo, pero lo “echaron” los pingüinos.

Integraban también el gabinete dos personajes de Expansiva – una asociación neoliberal enquistada en la Concertación – el ministro Andrés Velasco y Eduardo Bitrán, ministros de Hacienda y Obras Públicas, respectivamente; el primero, una especie valido – jugaba el mismo papel que el asturiano Manuel Godoy, respecto a María Luisa y Carlos IV, con la diferencia de que esta reina era desdentada y Bachelet sigue siendo bella – un tacaño, que negó la sal y el agua a los trabajadores, que abogaban por un salario mínimo ético-; el segundo, dejó marcando ocupado a los chilotes, que ansiaban tener su puente sobre el Canal de Chacao.

En otro plano, la secretaría general de gobierno era conducida por José Antonio Viera-Gallo, socialista, que había pasado del ataque al juzgado de Melipilla cuando era ministro de Justicia de Salvador Allende – un chiste que se corre – a convertirse en una especie de “cardenal” de la Concertación; en Educación luego de la destitución de Yasna Provoste, entró a ese ministerio la asistente social de profesión, Mónica Jiménez, que no pudo desempeñarse más mal; en vocería de gobierno estuvo Pilar Armanet, ahora rectora de la Universidad de Las Américas – a punto de cerrarse por incumplimiento de la ley que prohíbe el lucro, entre otras acusaciones -.

Respecto a las políticas públicas, debemos al gobierno de Bachelet la implementación del TranSantiago, la LGE (Ley General de Educación), que aún rige, y el ridículo “manoseo” entre la Alianza y la Concertación, que quedó fotografiado para la historia.

Con todos estos antecedentes, yo siempre pensaba que este segundo gobierno iba a ser peor que el primero – en este pronóstico me avalaba la historia de Chile, en el sentido de que los segundos sendos gobiernos de Carlos Ibáñez del Campo y de Arturo Alessandri, no pudieron ser más catastróficos -.

Debo reconocer con hidalguía que, al menos, que Michelle Bachelet está tratando de cumplir con las reformas ofrecidas a la ciudadanía, y que la apoyó en su momento. Es cierto también que las reformas se están haciendo sin pueblo, sin la comunidad escolar, sin la ciudadanía – tal vez como en el “despotismo ilustrado” –, pues le falta calle, participación y, sobre todo, agitadores populares. A mi modo de ver, aunque acertadas, les falta corazón, mística, locura, utopía, sueño y, lo que es más notorio, decisión y fuerza en las convicciones.

Por desgracia, los hábitos son muy porfiados y los ministros de Bachelet dialogan y sonríen más con los tecnócratas, que son un producto excrecente de la política cuando se convierte en burocracia, en que predomina la ética de la responsabilidad sobre la responsabilidad sobre la de la convicción.

Nada más que las reformas despierten oposición, a veces muy radical, pero en este caso, son los mismos traidores de la Concertación – combinación que nos dejará en el recuerdo el seguimiento servil de las políticas de Pinochet, pero que ya el pueblo los mandó al cementerio de la historia – que se han convertido en los peores enemigos de las reformas, seguramente por intereses creados y, sobre todo, porque constituyen la casta de nuevos termidonianos, surgidos en los años de la “transacción sin parar”, como la defiera el historiador Alfredo Jocelyn-Holt. ¡A los Walker, a los Zaldivar, a los Aylwin, a los Pérez, a los Martínez, a los Brunner, que el diablo se encargue de ellos!

04/07/2014

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