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El incendio de Valparaíso hace patente la fragilidad de la pobreza

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Valparaíso ha sufrido, al menos, dos incendios forestales al año que, por lo general, se hace  extensivo a las zonas habitadas en los cerros. Las autoridades no pueden pretextar, en esta última catástrofe, el factor sorpresa: es evidente que una tragedia, como la vivida por más de dos días, se veía que se iba a producir más temprano que tarde; no hay duda de que hubo imprevisión e incapacidad para enfrentar un incendio, que comenzó en el Camino La Pólvora y que podría haber sido detenido si se hubiera actuado antes de que invadiera los cerros.

Históricamente, Valparaíso ha sido la ciudad de los vientos y de los incendios: en 1906, mucho más mortífero que el mismo terremoto, fueron los incendios que le sucedieron;  durante el siglo XX se han sucedido varios incendios en los cerros, que continúan en estas casi décadas del siglo XXI. A pesar del heroísmo de los bomberos, que en Chile son voluntarios, nuestro país, y en especial Valparaíso, no cuenta con los servicios de previsión y de elementos técnicos;  Chile gasta millones en armas que, a los dos años quedan obsoletas, y en muchos casos muy rentables para compradores y vendedores, que abultan sus bolsillos con comisiones, y no lo hace con aviones para estar preparados contra los incendios. El gran drama de esta catástrofe fue, en lo inmediato, la falta de agua, junto con la potencia necesaria para combatir incendios de esta envergadura. Los aviones contra incendio, de última generación, se abastecen de agua del mar y multiplican la capacidad de abastecimiento de agua, comparado con los que se utilizan en Chile.

Toda tragedia muestra desde el heroísmo hasta el más bajo de los egoísmos humanos: unas de las imágenes mostradas por la televisión, que se me  quedó grabadas, es la lucha prometeica de un hombre que lucha contra lenguas de fuego de varios metros de altura, empleando una simple pala, completamente inconsciente de la posibilidad de triunfar, pero que rehúsa a aceptar la fragilidad del hombre ante poderes superiores.

Los porteños de los cerros, que lo han perdido todo, no han esperado ni un segundo para remover los escombros y limpiar los terrenos, ayudados, generosamente, por otros vecinos, tan golpeados como ellos y, sobre todo, por los estudiantes que acudieron en masa, demostrando siempre el lado solidario de la juventud chilena.

Cuando se declaró a Valparaíso Patrimonio de la Humanidad se hizo muy poco para la conservación de los monumentos históricos y, muchos menos, respecto a la situación de miseria y abandono en que vive la mayoría de los porteños en las alturas de los cerros. No es cierto que un alto porcentaje de los habitantes de estos lugares se hayan tomado los cerros como efecto de la situación de abandono y pobreza en que los ha mantenido un Estado, empequeñecido por el neoliberalismo reinante, pues muchos de ellos tienen terrenos que han heredado de generación en generación.

Tanto Valparaíso, como Alto Hospicio y las demás ciudades del interior de Arica y Parinacota y Tarapacá, está poniendo al desnudo la enorme pobreza existente en el Chile neoliberal, que han administrado la Concertación y la Alianza. Este es el país de los pobres. Marginados y provincianos tiene poco que ver con un país  prepotente, administrado por castas que, desde Santiago, pretenden determinar la vida de los habitantes de las demás regiones, ignorando por completo su realidad y sus verdaderas necesidades, agravadas en las grandes catástrofes.

Valparaíso ha sido siempre maltratado por las castas en el poder y la ciudad sigue siendo pobre, sin industrias, con un puerto privatizado y, sobre todo, con construcciones precarias, sin ningún plan regulador e carente de los mínimos elementos para combatir, incluso de grifos cuando hay agua, para las emergencias.

El Parlamento es un verdadero absceso en el barrio Almendral; el hecho de estar ubicado en Valparaíso no ha significado ninguna medida descentralizadora. Los diputados y senadores viajan a Valparaíso como si lo hicieran en automóvil marciano – a cien kilómetros por hora – violando la ley de Tránsito, para encerrarse en su torta de merengue, sin entender ni ver nada de lo que ocurre en el entorno.

Mucho más útil sería que la Presidenta Bachelet, a imitación de Salvador Allende, instalara el Ejecutivo en la intendencia de la V Región, así fuera por un mes, y continuara así con las demás regiones.

14/04/2014

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1 Comentario

  1. José Maria Vega Fernandez

    Solidaridad, sí. Corresponde. Es contagiosa en Chile.
    Pobreza, si. Se dice que el 30 por ciento de los chilenos «vive en Holanda y el resto en Uganda».
    Escribiría un libro con este título: Pobres del mundo: ¡No nazcan más!
    Se imagina a ese 30 por ciento sin nadie que limpie sus casas, que lave y repare sus vehículos, que limpie las tuberías de aguas y las cámaras sépticas, que sacrifique el ganado y lo parta en pedazos convenientemente presentables, y lo transporte.
    Se imagina Valparaíso sin pobres?
    En Viña y alrededores la clase pudiente hace edificar, previo estudio arquitectónico, barrios en terrazas, una maravilla: siendo que cualquiera sabe que edificar en lomas no es lo mas económico que digamos…y menos cerca del mar. Y con poca agua disponible.
    Así que ¿cómo, de donde y cuanto dinero vamos a poner todos los chilenos para que la reconstrucción sea racional y no se repita lo mismo?
    Se me ocurre que cada loma o cerro de los que allí abunda, debieran tener en su espina dorsal, en toda su larga cresta una vía segura y lo suficientemente amplia, de alta tecnología, que permita acceso rápido en caso de emergencias. Y salida, simultáneamente. Y a su vera un sistema articulado y compacto de tuberías de todos los servicios, también de alta tecnología…..
    «Oiga…eso no se ve ni en Chicureo…»
    Pero Chicureo no tiene a los pobres en su seno, creo.

    A pensar, chilenos.

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