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Golpe de mano de Obama en Ucrania: sanciones y efecto bumerán

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Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
En la mayor apropiación de poder desde que George Bush convirtió al este de Europa en un bastión de la OTAN enfrentándose a Rusia, el régimen de Obama, junto con la UE, ha financiado y organizado un golpe de Estado en Ucrania que ha establecido un régimen títere en Kiev [1]. En respuesta, los ciudadanos de la región autónoma de Crimea, temerosos de una oleada de represión cultural y política, se han organizado en milicias de autodefensa y han presionado a la administración del presidente ruso, Vladimir Putin, para que acuda a protegerles de las incursiones armadas del régimen de Kiev, apoyado por la OTAN [2]. Rusia ha respondido a la demanda de Crimea con promesas de asistencia militar, lo que ha evitado un mayor avance occidental en la región.

Inmediatamente después del golpe de estado por delegación, la maquinaria de propaganda occidental empezó a funcionar a todo tren, [3] ignorando por completo la naturaleza del golpe de mano efectuado por Occidente en Ucrania. Los medios de comunicación y los gobiernos occidentales centraron sus ataques en la acción defensiva de Rusia en Crimea. La toma violenta del poder en Ucrania mediante el golpe de Estado respaldado por EE.UU. y la UE tuvo el apoyo incondicional de gacetilleros de todos los medios de comunicación occidentales, que se extendieron en diatribas demandando medidas para desestabilizar a la propia Federación Rusa, mediante una guerra económica y diplomática a gran escala. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea convocaron reuniones y conferencias de prensa para solicitar sanciones comerciales y financieras. La Casa Blanca y Bruselas amenazaron con aplicar un “bloqueo de las cuentas rusas” en bancos occidentales si Moscú no entregaba Crimea al régimen golpista de Kiev. La capitulación rusa se convirtió en el precio a pagar para reparar los lazos entre el Este y el Oeste.

El régimen de Obama y un puñado de congresistas estadounidenses, analistas mediáticos y asesores políticos solicitaron la aplicación de sanciones sobre sectores estratégicos de la economía rusa, incluyendo sus activos financieros en Occidente. En Europa, las opiniones sobre el asunto están divididas: Inglaterra, Francia y los regímenes anti-rusos furibundos de Europa central (especialmente Polonia y la República Checa) han propuesto sanciones más duras, mientras que Alemania, Italia y Países Bajos han sido más comedidos en sus respuestas (Financial Times, 5 de marzo, 1914, p.2).

Desde Washington, los defensores de la imposición de sanciones a Rusia perciben en esta maniobra una oportunidad para: (1) castigar a Rusia por su respuesta a la solicitud de ayuda del gobierno autónomo de Crimea para defenderse frente al golpe de Kiev activando a las tropas rusas estacionadas en la región; (2) debilitar la economía rusa y aislarla políticamente de sus principales socios comerciales e inversores; (3) legitimar la violenta toma de poder por parte de los clientes neoliberales y neonazis de Estados Unidos; y (4) fomentar la desestabilización dentro de la Federación Rusa. Como mínimo, las sanciones se han convertido en una herramienta agresiva que refuerza a las élites corruptas pro-occidentales y los oligarcas rusos en su pulso con el gobierno de Putin para aceptar al régimen de facto de Kiev y poner la nación autónoma de Crimea en sus manos.

Para los asesores de la Casa Blanca, las sanciones (1) proyectan el poder de Estados Unidos, (2) aseguran a Ucrania como nueva base estratégica para la OTAN, (3) limpiando étnicamente esta diversa y compleja región de su minoría de lengua rusa y (4) abren Ucrania para el expolio indiscriminado de sus recursos económicos y naturales por parte de las corporaciones multinacionales occidentales.

El régimen de Obama cita el “éxito” de las sanciones financieras y económicas contra Irán como “ejemplo” de lo que puede conseguirse en Rusia: debilitamiento de la economía, disminución del comercio, desestabilización de la moneda, escasez de bienes de consumo y malestar masivo (ídem, p.2). El secretario de Estado, John Kerry, está presionando para conseguir represalias económicas más radicales: sanciones comerciales y a la inversión que obviamente podrían provocar una ruptura de las relaciones diplomáticas (ídem, p.1).

Impacto de las sanciones en Rusia, EE.UU. y la UE

Suponiendo que puedan hacerse efectivas, las sanciones energéticas y financieras a Rusia tendrían un grave impacto en las compañías energéticas rusas, sus oligarcas y sus banqueros. Los acuerdos comerciales y de inversiones serían derogados y, como resultado, Europa (que depende del petróleo y el gas rusos para satisfacer el 30% de sus necesidades energéticas) volvería a caer en recesión económica (ídem, p. 2). Estados Unidos no se encuentra en situación de poder reemplazar ese déficit energético. Es decir, las sanciones comerciales y financieras contra la Federación Rusa tendrían un efecto bumerán, especialmente contra Alemania, la locomotora económica de la Unión Europea.

Las sanciones financieras perjudicarían a los corruptos oligarcas rusos que poseen decenas de miles de millones de euros y libras esterlinas en el extranjero, en inversiones inmobiliarias, negocios, equipos de fútbol e instituciones financieras. Las sanciones y una congelación real de los activos de estos multimillonarios en el extranjero limitarían todas esas transacciones provechosas para las grandes instituciones financieras como Goldman Sachs, JP Morgan-Chase y otros “gigantes de Wall Street y de la City de Londres” (ídem, p. 2). Al “castigar” a Putin, la UE estaría también “tirando piedras contra su propio tejado”. Las sanciones podrían debilitar a Rusia, pero también precipitarían una crisis económica en la UE y darían fin a su frágil recuperación.

La respuesta de Rusia ante las sanciones

Ante las sanciones occidentales, la administración de Putin puede optar, básicamente, por dos respuestas contrapuestas: capitular y retirarse de Crimea, firmando un acuerdo sobre su base militar (sabiendo demasiado bien que la OTAN no lo cumpliría) y aceptar un estatus de Estado cuasi-vasallo en la esfera internacional, incapaz de defender a sus aliados y sus fronteras; o puede preparar un conjunto similar de contra-sanciones, confiscando inversiones occidentales, congelando activos financieros, interrumpiendo el pago de deudas y renacionalizando las principales industrias. Estas medidas fortalecerían al Estado ruso a expensas de los sectores oligárquicos neoliberales y pro-occidentales de la élite política rusa. Rusia podría finalizar sus acuerdos de transporte y de bases militares con Estados Unidos y bloquear las rutas de Asia central que utiliza el Pentágono para abastecer a sus tropas en Afganistán. El presidente Putin podría poner fin a las sanciones contra Irán, debilitando la posición negociadora de Washington. Finalmente, podrían apoyar activamente los movimientos disidentes antiimperialistas de Oriente Próximo, África y América Latina, así como aumentar su apoyo al gobierno sirio en su defensa frente a los violentos yihadistas apoyados por Estados Unidos.

En otras palabras, en su intento por socavar el poder de Rusia, las sanciones europeo-estadounidenses podrían radicalizar la política interna y externa de Moscú y marginar a los oligarcas pro-occidentales actuales que han influido en las hasta ahora políticas conciliadoras de las administraciones Putin-Medvedev.

La UE y Obama podrían consolidar su control sobre Ucrania, pero tienen mucho que perder a escala global. Además, probablemente Ucrania sería un vasallo bastante inestable para los planes de la OTAN. Los préstamos concedidos por la UE, EE.UU. y el FMI al régimen en bancarrota tienen como condición (1) un recorte del 40% en las subvenciones a la energía y el gas, (2) recortes del 50% en las pensiones del sector público, (3) un importante aumento de los precios de artículos de consumo y (4) la privatización (saqueo) de empresas públicas. El resultado será una pérdida masiva de empleos y un enorme aumento del paro. Los programas de austeridad neoliberal erosionarán aún más los actuales niveles de vida de la mayor parte de los trabajadores asalariados, lo que probablemente creará el descontento en la base popular neonazi, provocando nuevos estallidos de protestas violentas masivas. Occidente avanzaría mediante acuerdos con sus clientes ucranianos “de arriba”, pero tendría que enfrentarse a tremendos conflictos “con los de abajo”. La aplicación de los programas económicos devastadores dictados por Bruselas y el FMI como parte del programa de austeridad sobre las masas de ciudadanos ucranianos dejará en ridículo a los ufanos eslóganes nacionalistas de los golpistas de extrema derecha. El colapso económico, el caos político y una nueva oleada de revueltas sociales debilitarán los beneficios políticos conseguidos por la toma de poder de febrero de 2014.

Conclusión

El desarrollo del conflicto que enfrenta a Estados Unidos y la Unión Europea con Rusia por el control de Ucrania tendrá consecuencias a largo plazo, que determinarán la configuración global de poder y promoverán nuevas alianzas ideológicas.

Las sanciones occidentales afectarán directamente a los capitalistas rusos y favorecerán un “cambio colectivista”. El golpe de mano efectuado por Occidente contra “el punto débil” del sur de Rusia podría provocar un mayor apoyo de esta nación a los movimientos insurgentes que se enfrentan a la hegemonía occidental. Las sanciones podrían reforzar y acelerar los vínculos comerciales y financieros con China, así como un acuerdo de cooperación militar con este país.

Va a depender mucho de los cálculos que Obama y la UE hagan sobre las probabilidades de una nueva respuesta débil y pusilánime del gobierno ruso. Por lo que parece, confían en que la Federación Rusa muestre su indignación y oposición a los movimientos expansionistas occidentales pero se rinda en última instancia, como ha ocurrido en el pasado. Pero, si estos cálculos son errados y si Occidente sigue adelante con las sanciones financieras y energéticas y el presidente Putin replica contundentemente, estaremos dirigiéndonos al ojo del huracán de una nueva tormenta política que provocará nuevos conflictos de clase, nacionales y regionales en un mundo polarizado.

*Fuente: Rebelión

Notas:

[1] El régimen golpista favorable a la UE y EE.UU. es producto de casi 25 años de planificación y una enorme financiación por parte de instituciones políticas de la administración estadounidense. Según William Blum (Anti-Empire Report#126, 7 de marzo, 2014), el llamado National Endowment for Democracy financió 65 proyectos de adoctrinamiento político y formación de grupos de acción política. La subsecretaria de Estado, Victoria Nulan, se jactó de que el gobierno de Estados Unidos había gastado más de 5.000 millones de dólares preparando el terreno para el golpe de Kiev.

[2] El pueblo de Crimea tiene fundadas razones para organizarse en milicias de autodefensa y solicitar la ayuda militar rusa. Según el analista Brian Becker (“Who’s Who in Ukraine’s New Semi-Fascist Government”, Global Research, 8 de marzo, 2014), los puestos clave de la nueva junta de Kiev están ocupados por prominentes neo-nazis y radicales de extrema derecha. Los fascistas ocupan los dos principales puestos del Consejo de Defensa Nacional (que controla el ejército, la policía, la inteligencia y la judicatura), encabezan el Ministerio de Defensa, controlan la Fiscalía General y ocupan una de las vicepresidencias. El primer ministro, Arseniy Yatsenyuk (“Yats”) fue “elegido a dedo” por Washington (como desvela una conversación entre la subsecretaria de Estado Victoria Nuland y su embajador en Kiev, grabada en secreto). Se trata del “hombre de paja” del fascismo ucraniano y de la penetración de la OTAN.

[3] En los principales medios de comunicación, la información de los hechos era indistinguible de los editoriales. Los mismos medios de comunicación corporativos y estatales que realizaron una defensa furibunda de la violenta toma del poder efectuada en Kiev por los clientes financiados por Washington reaccionaron histéricamente ante la “ocupación” de Crimea por Rusia. Véase la cobertura que ofrecieron el Wall Street Journal, New York Times, Financial Times, Washington Post, BBC News y CNN entre el 1 y el 10 de marzo de 2014.

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