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Entrevista Martin Scorsese; Que viene el lobo

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19/01/14
Los pequeños truhanes de Mean Streets, una de sus primeras películas, han dejado paso a los rufianes de las finanzas de El lobo de Wall Street [The Wolf of Wall Street]. Para Scorsese, más pesimista que nunca, esos son los verdaderos delincuentes. Lo entrevista François Forestier para el semanario parisino Le Nouvel Observateur.

Está dispuesto a devorar el mundo entero, incluyendo acciones, obligaciones, fondos alternativos y productos derivados. Como un carnívoro suelto por la Bolsa, el héroe de la última película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, es un adicto al éxito: lo tendrá todo, yate, criaturas de ensueño, helicóptero a domicilio y montañas de cocaína sobre la mesa, antes de terminar en la cárcel como “Bernie” Madoff o Walter Forbes. [1] Grandeza, podredumbre y decadencia: Scorsese filma esta enloquecida saga de los 80 (una historia auténtica) con la energía de la desesperación. ¿Se ha erradicado a la mafia para dejar paso a esta raza de buitres? Ayer, los truhanes robaban y mataban; hoy en día, los agentes de cambio despluman a todo el mundo y, como dice uno de ellos en la película, se masturban dos veces al día de pura satisfacción.

Scorsese describe una sociedad sin valores espirituales y, desde ahora, sin redención posible. Todo se vende: la felicidad tiene su tarifa, las almas pagan IVA, el paraíso es forzosamente fiscal. Hace cuarenta años, Scorsese estrenaba Mean Streets, en la que declaraba que “pagas por tus pecados en la calle, no en la iglesia”. Hoy en día, cualquiera que sea el lugar, se paga, eso es todo. Dios cuenta sus dólares y el infierno, sin duda, son los otros (los que no tienen ni cinco).

Le Nouvel Observateur – Así pues, Wall Street ¿es el equivalente moderno de la mafia?

Martin Scorsese – Exactamente. El héroe de El lobo de Wall Street, Jordan Belfort, es hermano de Henry Hill, el personaje de Uno de los nuestros [Goodfellas] Este último llegaba a tenerlo todo, dinero, mujeres, cocaína, mientras iba ascendiendo en la jerarquía de la mafia. En Wall Street cambia el decorado y, en apariencia, la moralidad es más refinada, pero es la misma cosa. Socialmente, no es aceptable ser un gángster. Por el contrario, está bien hacer dinero gracias al sistema, sean cuales sean los medios.

¿Dónde está la línea divisoria?

Me lo pregunto. Cuando era pequeño, observaba a la gente en mi barrio italiano: era algo muy contrastado. Estaban quienes tenían un aura de responsabilidad y estaban quienes no lo tenían. Yo sabía que entre los excluidos había gente correcta, pero a la que trataban como a rufianes. Era todo una cuestión de imagen.

 ¿Qué es lo que ha hecho cristalizar, en su opinión, esta visión de la sociedad?

Es que vi La ópera de cuatro cuartos en mi adolescencia y me estremeció. La obra la ponían en el Greenwich Village y nunca se me ha olvidado el final. Cuando van a colgar a Mackie el Navaja, pide la palabra. Cuenta lo que ha hecho y es exactamente lo mismo que Chaplin en Monsieur Verdoux: vuelve sus propias infamias contra sus acusadores: “¿Qué es robar un banco? Fundar un banco, ¿no es lo mismo?”, pregunta. Para él es igual la moral de los dos.

Su héroe se comporta como un lobo, como indica el título de la película…

Sí, el mundo de las finanzas se ha vuelto más brutal y reina la violencia. Entre La ópera de cuatro cuartos y El lobo de Wall Street, hay una distancia galáctica, pero a peor. He intentado dar cuenta de este extraordinario desbocamiento. Cuanto más nos hundimos en este sistema, más aumenta el peligro en torno a nosotros.

Por lo general, sus personajes experimentan un ascenso, un paraíso momentáneo, una caída y luego una redención. Pero aquí no hay redención. ¿Ya no cree en ella?

Mucho me temo que no haya redención posible para los lobos. Llevar a cabo ventas, cerrar compras, ganar, ¡qué gozada! Eso no se puede olvidar ni borrar. Por tanto, no hay redención posible.

¿Le falta entonces su fe católica?

Me desespera lo que veo a mi alrededor.

¿Dónde está el Scorsese de Toro salvaje [Raging Bull]?

Desapareció con los valores de la época, que han cambiado. Hoy en día, todo lo que se enseña a los jóvenes es la idea de que hay que hacerse rico.

¿Es usted pesimista?

Soy un pesimista…que tiene esperanza.

¿Se ha convertido usted entonces en Woody Allen?

¡Ja, ja, ja¡ (ríe a carcajadas)…No es cosa de rendirse, hay que seguir luchando. Siempre me siento decepcionado, pero vuelvo a empezar de cero. Vuelvo a leer a menudo a un hombre que considero un viejo amigo, Albert Camus. Acabo de releer La peste, y es una filosofía que me gusta: estamos en el absurdo, pero seguimos creyendo en el hombre.

Tendrían que excomulgarle

Es lo que me dice a veces mi mentor, el padre Francis Principe. Tiene 86 años y me llevaba de la mano cuando yo tenía 11. Celebramos hace unas semanas los 60 años de su ordenación. ¡Me hizo leer a Graham Greene y a Camus! Él es quien me hizo pensar que tal vez no existiera el pecado original…

¡Herejía! ¡A la hoguera!  

(Ríe a carcajadas)…Soy un católico fallido, eso seguro, lo cual me permite hacer películas, trabajar en la industria del espectáculo. Si no, no haría ninguna concesión. Rezaría constantemente. Hacer películas significa tener una agarrada con el mundo exterior, enfrentarse a él.

Hace usted una película cada dos años. ¿Por qué ese ritmo?

Soy consciente de que pasa el tiempo. No me quedan muchos días por delante. ¡Y hay todavía tantas películas que hacer! Tengo pánico. He malgastado un periodo de mi vida.

¿En los años 70, cuando estaba usted enganchado a la cocaína?

Sí. Yo era como Leonardo di Caprio en El lobo de Wall Street: quería ir hasta el límite. Estuve a punto de morir. El día en que pude mirarme a mí mismo, vi a un hombre que era un fraude. Confieso que hay ciertos elementos en el personaje de Leonardo DiCaprio que son autobiográficos. Viví  una temporada chalado. Acababa de rodar El último vals [The Last Waltz], que había sido el tope de la locura, y había empezado a trabajar en Toro salvaje. Todo cambió. Yo no soy como Mackie el Navaja, que no fabrica nada, no produce nada. Yo creo. ¡Y eso supone toda una puñetera diferencia!

¿El cine le salvó?

Justamente. Yo quería hacer cosas, contar historias, dirigir películas. Estaba rabioso. Con la coca era imposible. Era un callejón sin salida.

¿Qué es lo que le guía en su amor por el cine?

El corazón. Cuando hago una película, quiero encontrar el corazón que late en la historia que cuento. Es una cosa que tuve que perder en El color del dinero [The Color of Money]: no lamento haber hecho esta película, pero la realicé como una forma de terapia. Me hacía falta volver a levantarme. Paul Newman me ofreció esta oportunidad como un verdadero caballero. Pero mi objetivo último era en el fondo La última tentación de Cristo [The Last Temptation of Christ]: cuando rodé esta película, supe que había sobrevivido. Tomé ejemplo de John Cassavetes, de quien admiro su entusiasmo. Adoro Faces

Ha filmado usted en digital una buena parte de El lobo de Wall Street

Sí…Ya había hecho intentos con Hugo [La invención de Hugo], pero ya no hay manera de hacerlo de otro modo. Prefiero la película química, pero es algo acabado, es una batalla perdida. Lo que echo de menos es el negativo. Hay algo en la calidad de un rostro en el celuloide que no se encuentra en digital. El grano, la respiración, no sé…Lo digital cambia totalmente nuestra forma de ver.

¿De qué manera?

Cuando veo una película antigua, Casablanca, por ejemplo, en restauración digital, percibo cosas que antes no veía. Afecta a toda la película. Hay obras que no puedo volver a ver en celuloide, son demasiado imperfectas. El digital nos da una precisión quirúrgica. No queda sitio para la imprecisión, la duda.  Ya no se soporta. De golpe, puede que cambie toda la historia del cine. Por lo menos, nuestra visión de ella. Tal vez nos acercamos a la calidad de la película de nitrato de la época del cine mudo.

También se redescubren de golpe ciertas películas

Sí. En mi adolescencia vi por primera vez Ciudadano Kane [Citizen Kane] y El tercer hombre [The Third Man] en la pantalla televisiva. Cuando volví a verlas en la gran pantalla, me quedé sin aliento. Vuelvo a verlas en digital y me quedo sin aliento. ¡Hasta en una tableta resultan geniales! El alma de estas películas ha sobrevivido, no importa el soporte que sea.

¿Qué es lo que orienta sus elecciones a la hora de rodar?

Los personajes. No la historia. Me fascina el comportamiento de los personajes. Hoy día vivimos en la dictadura del storytelling: hace falta que haya peripecias, aventuras, sucesos. Cuando Fellini hacía La dolce vita, no contaba una historia de la A a la Z: dejaba avanzar a los personajes en situaciones que no eran necesarias, los seguía, los observaba y la película se construía sobre esto. Los actos de los personajes les daban una profundidad, una existencia, una verdad. Con Leonardo DiCaprio, estamos completamente de acuerdo en esto. A menudo me preguntan por qué trabajo con él: ya son cinco las veces que hemos colaborado. Y yo respondo: ¿por qué no? Compartimos la misma ambición. Revelar algo…

¿Y es, entonces?

…Algo de la naturaleza humana. No hay otra cosa que interese. El arte es eso, ¡nada más que eso!

Nota del traductor.:

[1] Walter Forbes, ejecutivo jefe de CUC International y Cendant Corporation fue condenado en 2007 a 12 años de cárcel por fraude y condenado a pagar indemnizaciones por valor de 3.280 millones de dólares.

Martin Scorsese (1942) debutó en 1969 con Who´s that Knocking at my Door? Y ha dirigido 33 largometrajes y documentales. Palma de Oro en Cannes por Taxi Driver y premio a la mejor dirección en 1986 por Jo, ¡qué noche! [After Hours], recibió el Oscar a la mejor película y director en 2007 por Infiltrados [The Departed]

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*Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6602

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