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Roxana, la Presidenta: cuatro claves para entender un proyecto de transgresión

Roxana, la Presidenta: cuatro claves para entender un proyecto de transgresión
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9 de noviembre de 2013
Para muchas chilenas y chilenos, la candidatura de Roxana Miranda puede ser una inmensa sorpresa. Para los pocos que la conocían, la vinculaban con la lucha que ha dado hace bastantes años como dirigenta de los deudores habitacionales (Andha Chile a Luchar Democrático) por la condonación de sus deudas. Lo cierto es que, para quienes conocemos el proceso del cual Roxana es el rostro, su candidatura es el resultado de una lenta reorganización y autoeducación que se ha dado una parte importante de los sectores populares y frente al cual las clases dominantes habían estado, hasta hace unos meses, indiferentes. El Partido Igualdad, presidido por Roxana, nace el año 2009 como un instrumento político al servicio de distintas organizaciones sociales (Andha Chile a Luchar Democrático, Movimiento de Pobladores en Lucha, Movimiento por la Dignidad, Movimiento del Pueblo Sin Techo, entre otras), brindando un espacio a dirigentes y dirigentas que se han forjado en años de lucha en las calles para que pudieran disputar espacios de representación popular. En este sentido, la aparición de Roxana en el debate público no se debe al azar ni a su sola voluntad, sino al esfuerzo de muchas organizaciones que han decidido dar el paso a la lucha electoral. Sin embargo, su presencia resulta incómoda para la institucionalidad. En esta columna ensayamos algunas interpretaciones sobre el carácter transgresor de su apuesta así como uno de sus efectos.
El atributo moral de su discurso.  El discurso político de Roxana Miranda es absolutamente externo, respecto al de los otros candidatos, desde Marcel Claude hasta Evelyn Matthei; “externo” no tanto por la distancia que establece con el de sus contendores, sino por la transgresión que implica. Tal aspecto no sólo se debe a que Roxana provenga de una clase social distinta a la que el elector está acostumbrado a votar, sino también a que moviliza una serie de sentimientos de injusticia con los cuales las clases dominantes no lidian de forma tan directa. Para los sectores populares y medios endeudados (ya sea en salud, educación o vivienda), la desigualdad no es solamente una cifra (que los otros candidatos conocen a la perfección), sino que representa una amenaza real respecto a las posibilidades de realización de su identidad. Por eso el lenguaje de Roxana Miranda es fuertemente moral, pues la injusticia la hiere (“cuando veo una injusticia me duele la guata”, ha dicho). Es esa angustia por no poder realizar los proyectos de vida la que su candidatura transmite y que interpela a una parte importante de la población, no solamente a la más pobre. Muchas veces parecieran exigirle conformidad con lo que ya tiene, como si la felicidad dependiera de la satisfacción de las necesidades mínimas. Es cierto que nuestra sociedad ha mejorado el acceso –bajo el modelo del endeudamiento– a muchos servicios; pero, al mismo tiempo, a mucha gente se le enrostra su incapacidad para acceder a lo que otros sí tienen. Para Roxana Miranda, eso es injusto y da rabia.
No obstante, Roxana Miranda no está sola. Su candidatura va más allá de sus eventuales votantes. Hay millones de chilenos que, en sus trayectorias vitales, han experimentado lo mismo que ella, han sentido la impotencia de ver cómo una parte mínima del país entró al desarrollo hace un siglo, mientras que la gran mayoría sigue esperando la alegría.
“Yo no represento al pueblo; yo soy pueblo”.  La cita, extraída de una de las intervenciones de Miranda en el debate del 9 de Octubre organizado por la Asociación Nacional de Prensa, ilustra una característica central de la apuesta de Roxana Miranda: la capacidad de hablar, sin mediaciones, un discurso verdadero sobre las condiciones de vida de la mayoría de los chilenos. En otras palabras, entre su persona y su discurso no hay distancia. En un contexto marcado por la primacía, incluso en la política, de discursos cuyo carácter “verdadero” emana de saberes técnicos que unge a tecnócratas, académicos prestigiosos o políticos de talla mayor (los “estadistas”), la incursión presidencial de una pobladora ha tensionado el modo en que se despliegan tales discursos. Las constantes interpelaciones hacia otros candidatos en cuanto a su desconocimiento sobre las tarjetas utilizadas en los consultorios o en el transporte público no es sino el paroxismo del proceso formativo de un sujeto político como ella, que puede emitir un discurso que, aunque no se esté de acuerdo, se sabe verídico; un sujeto que, sin embargo, no está constituido por medios socialmente legitimados para ser candidato presidencial (por ejemplo, tener altas dotaciones de capital económico y/o cultural o, en su defecto, disponer de una carrera política ascendente en partidos políticos históricos), sino por las vivencias mismas de una mujer igual a muchas otras que, diariamente, luchan por la sociedad del buen vivir.
Los pobladores como constructores de la sociedad. El quinto capítulo de la franja presidencial, titulado La Historia del Pueblo
 

se organiza narrativamente mediante animaciones y testimonios personales en los que se exhibe una historia compartida por gran parte de población chilena: la migración de trabajadores rurales, su arribo a la ciudad, la problemática habitacional que vivenciaron en su arribo a la ciudad, la proletarización, las erradicaciones, etc. Según cuenta Roxana Miranda, los nuevos habitantes urbanos, asentados primero en conventillos y luego en las periferias, se agruparon “como trabajadores pobres, pobladores” que construyeron “una sociedad que los relega”. Despunta aquí una esfera central que explica la candidatura promovida por el Partido Igualdad: la irrupción de los pobladores en tanto nueva forma de subjetividad popular que nace desde una serie de prácticas de autoconstrucción y urbanización periférica, materializada en la aparición de campamentos en los márgenes capitalinos, mediante las cuales se reivindicaban derechos sociales como la vivienda. Todo esto, en circunstancias en que los pobres comenzaban a ser objeto de instrumentalización política derivada de la implementación de proyectos de corte populista y, junto a ello, de escrutinio sociológico como el propugnado por la Teoría de la Marginalidad de la DESAL, institución ligada a la Democracia Cristiana. En ese sentido, el proceso de formación de nuevos sujetos del que nos habla Roxana denota no una sedimentación pasiva de discursos dominantes (académicos, políticos, sociales y culturales), sino el reconocimiento del carácter transformativo de prácticas de la vida cotidiana (en este caso, de construcción de ciudad); es decir, de la afirmación de la naturaleza transgresora de las acciones mediante las cuales los pobladores han sido capaces de construir no sólo su ciudad, sino también su agencia política. Con ello, Roxana pasa a reconocerse menos como objeto de caridad o beneficios estatales que como una legítima acreedora de derechos arrebatados.
¿Una candidata “poco preparada”? Por último, quisiéramos resaltar uno de los efectos visibles de la arremetida electoral de una pobladora que, dotada de un discurso verdadero forjado por la autoidentificación como constructora de ciudad/sociedad, genera dudas en una parte de la poco democrática esfera pública chilena. No buscamos defender las bases programáticas levantadas por esta candidatura, sino dar cuenta de la violencia simbólica a la que es sometida la candidata en su visita a debates o entrevistas televisadas. Así ocurrió el programa Tolerancia Cero de Chilevisión
 

donde Fernando Villegas manifestó un notorio desagrado por la poca densidad argumentativa de Roxana. No obstante, si asumimos, como lo hacía Pierre Bourdieu, que las relaciones comunicativas son también relaciones de poder simbólico en las que se reproducen las jerarquías sociales dada la disposición asimétrica de competencias lingüísticas, podemos asimilar entonces de dónde proviene el celo de Villegas con la candidatura de Miranda respecto a la claridad y elaboración de sus propuestas (más aún, si notamos que dicho celo no se dirige hacia otros candidatos). Para periodistas u opinólogos como el mencionado, vale menos discutir sobre las condiciones sociales que hicieron posible la generación de una candidatura desde las bases sociales que mirar con desatención a una pobladora que carece de estudios superiores, que no es un cuadro ejemplar de un partido político tradicional y que no maneja un lenguaje academicista cuando habla de política.
No obstante, Roxana Miranda no está sola. Su candidatura va más allá de sus eventuales votantes. Hay millones de chilenos que, en sus trayectorias vitales, han experimentado lo mismo que ella, han sentido la impotencia de ver cómo una parte mínima del país entró al desarrollo hace un siglo, mientras que la gran mayoría sigue esperando la alegría. Como ella misma planteó en otra oportunidad: “El desprecio que me están haciendo es el que siempre le han hecho al pueblo”. Estos últimos años han sido representativos de un despertar de los movimientos sociales en Chile: los movimientos regionalistas (Magallanes, Aysén, Chiloé, Calama, Freirina, entre otros), el movimiento estudiantil (secundario y universitario), los movimientos medioambientalistas (ligados a termo e hidroeléctricas), movimientos de funcionarios públicos, movimientos de pobladores, entre tantos otros. En Chile, mucha gente no lo pasa bien. Por suerte, “ya se acabó la siesta obligada”; Roxana Miranda no es más que el lápiz con el cual la mayoría del país comienza a diseñar su futuro.
– Los autores, Nicolás Angelcos, es Sociólogo, Universidad de Chile. Candidato a Doctor en Sociología, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París;
y, Miguel Pérez, es  Antropólogo, Universidad de Chile. Candidato a Doctor en Antropología, Universidad de California, Berkeley.
*Fuente: El Mostrador

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