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Un Congreso en crisis de representación y puramente decorativo

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Estoy convencido de que después de las elecciones presidenciales, parlamentarias y de  CORES sólo habrá cambios gatopardescos a la Constitución y al sistema electoral binominal, de no ocurrir  que resulte elegido un candidato anti duopólico. Si a la Constitución actual se le practica un simple maquillaje – estilo Ricardo Lagos – lo más posible es que sigamos con la monarquía presidencial y con un parlamente que, además de ser inútil hoy por hoy, es un mero adorno, rechazado por más del 80% de los chilenos. Si este hecho no constituye ilegitimidad y casi nula representatividad, a mí que me revisen: los parlamentarios constituyen una casta abusiva y que se reeligen indefinidamente.
Este lamentable cuadro me produce un gran desasosiego, pues el parlamento es la base de la  democracia representativa,  pero sin ella tiende periclitar. Los parlamentarios, además de de haber llegado hemiciclo sobre la base de un sistema electoral ilegítimo, hacen lo posible por aumentar el rechazo popular, en primer lugar se toman vacaciones desmedidas, a las cuales ningún chileno tiene derecho; en segundo lugar, la inasistencia reiterada – hay parlamentarios que superan más 50% – causal por la cual un trabajador de cualquiera otra repartición pública o empresa privada ya estaría de patitas en la calle; en tercer lugar, perciben salarios descomunales si se compara con la media de los demás chilenos y, como si esto fuera poco, ellos se suben los gastos y los sueldos a su amaño; en cuarto lugar, hay diputados que representan, apenas, el 8% de los electores potenciales de su distrito – el caso del antipático socialista, Osvaldo Andrade -; en quinto lugar, son nominados a dedo por las directivas de sus respectivos partidos y trasladados a su gusto – véanse los casos de los fascistas Iván Moreira y Ena Von Baer, y el socialista, rey de las malas prácticas, Camilo Escalona -; en sexto lugar, persiste el senado, que es una institución inútil y dispendiosa – el sistema bicameral es un absurdo en un país centralista como el chileno -.
El las elecciones de noviembre, de seguro, se elegirá otro parlamento tan odiado y poco representativo como el actual, en que tres cuartas partes se repetirán el plato y, por consiguiente, las crisis de legitimidad, credibilidad, confiabilidad y representación continuarán intactas. Es cierto que se han planteado, a través de la historia, muchas reformas al sistema electoral y, que por estos días es posible que se apruebe, por parte de la Cámara, eliminar el número fijo de diputados, consignados en la Constitución de 1980, lo cual constituiría otro paso gatopardista para seguir engañando incautos, ofreciendo bombones a los infantes a fin de que no continúen las pataletas.
En la Constitución, a partir del gobierno del Presidente Ricardo Lagos, se alegró una institución propia del parlamentarismo, la interpelación que, en el régimen presidencial carece de todo sentido, pues no conlleva la caída del ministro transgresor; es, mas bien, un circo donde un “elegido e iluminado” interpelador hace preguntas al interpelado y, la “víctima”, cual torero, hace “verónicas” para eludir respuestas comprometedoras – una verdadera burla en la cara a los electores -.
En los próximos días será interpelado el ministro Jaime Mañalich, personaje antipático y prepotente que está seguro y, además, se vanagloria, de la amistad y blindaje con que lo honra el Presidente Piñera. Su política ha consistido en ir destruyendo el sistema público de salud por medio de la privatización de las prestaciones en favor de las clínicas privadas, de una de las cuales él proviene. Además, la deuda hospitalaria alcanza cifras estratosféricas a causa de su pésima gestión. Su labor se ha limitado a pintar la fachada de hospitales públicos, cuando en su interior se sigue atendiendo a los pobres como manadas de cerdos – todos los inviernos tenemos hospitales colapsados y en las regiones no hay especialistas, sobre todo en zonas más alejadas de las grandes ciudades.
Sólo tres candidatos de los nueve que postulan a la presidencia de la república han planteado la convocatoria a una Asamblea Constituyente, única condición para que el pueblo soberano construya su propia Carta Magna; sin esta condición, estamos condenados a cambios superficiales de maquillaje y fachadas y a la existencia de un parlamento de nula legitimidad.
14/10/2013

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