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La cultura como palanca de desarrollo y crecimiento social

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Hasta el día de hoy la ciudadanía no percibe en ningún candidato a los futuros cargos públicos de la nación una propuesta sustancial y seria sobre el tema cultural. Al parecer no existe en la agenda política esta preocupación o simplemente lo abordan como una temática secundaria que está registrada en los puntos varios de sus discursos. Qué diferencia existe entre la postura de algunos de estos políticos nacionales con las de aquellos países que sí observan esta problemática como la piedra angular del desarrollo y el crecimiento sostenido de la sociedad.
Simplemente para refrescar la memoria o para limpiar los cristales de sus empañados lentes daré algunos antecedentes. Partamos sosteniendo que las conferencias de la UNESCO de Venecia (1970) y México (1982), afirmaron el valor de la cultura como componente estratégico para el logro de un desarrollo integral en el que las diferencias culturales dejan de ser consideradas como obstáculos para ser apreciadas como oportunidades. Posteriormente, en el contexto del Decenio Mundial para la Cultura y el Desarrollo 1988 ― 1997, el informe Nuestra Diversidad Creativa da un salto cualitativo al reconocer en la cultura, más que un componente estratégico del desarrollo, su finalidad última: “La cultura no es, pues, un instrumento del progreso material: es el fin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud”.
En el seminario de expertos en políticas culturales realizados por OEA en Vancouver, Canadá, 2002, se sostiene que  “el desarrollo es éticamente justificable sólo si es sostenible cultural y ambientalmente y si se tienen en cuenta en su formulación las diferencias culturales. En este sentido, el desarrollo es positivo cuando se construye a partir de la negociación entre las distintas culturas y cuando asegura que los procesos de planeación sean colectivos y expresen los sueños y las identidades de los actores por él beneficiados. De esta manera, el desarrollo deja de ser un fin en sí mismo y la cultura, en lugar de ser un medio para alcanzarlo, se reafirma como su finalidad última”.
Ahora bien, que creo que hay que precisar qué entendemos por desarrollo. Cuando valoramos la cultura como palanca de desarrollo me refiero a aquel que toma en consideración las diferencias culturales, aquel que integra las especificidades culturales en las estrategias, tomando en cuenta la dimensión histórica, social y cultural de cada comunidad. En esa lógica, no podemos elaborar ninguna estrategia de desarrollo social, sin considerar las diferencias culturales que existen a nivel nacional, incluso regional. Tampoco podemos crear un plan de desarrollo para una población determinada, sin considerar la participación de la ciudadanía, que incluya los sueños y aspiraciones de ella. En el fondo, el desarrollo significa el enriquecimiento de la identidad profunda de cada pueblo, de sus intereses, demandas, de la calidad integral de su vida, tanto en el plano colectivo e individual. El gobierno y la sociedad civil deben aspirar a lograr una asociación estrecha entre las estrategias de desarrollo nacional y regional con la puesta en práctica de políticas culturales. Precisamente, en el Foro sobre Cultura y Desarrollo, BID, 1999, se plantea como denominador común de  diversas propuestas, un desarrollo más participativo. “En efecto, la observación general concluye que la cuestión social en América Latina no se puede seguir planteando en términos de pobreza (precariedad económica), sino sobre todo de exclusión social (marginación del proyecto colectivo). Esta constatación nos obliga a elaborar los programas de desarrollo de otra manera en la que los beneficiarios de estos programas adquieren una importancia mayor” (Vancouver, 2002).
Por otro lado, el desarrollo debemos concebirlo como un proceso dirigido a aumentar la libertad de cada cual en el logro de sus aspiraciones esenciales. En otros términos, se trata de lo que los expertos llamaron concepción “emancipadora” del desarrollo –en que la riqueza material es sólo una función del sistema de valores y donde el progreso socioeconómico está determinado por lo cultural.
No podemos hablar de desarrollo si no utilizamos el potencial de la memoria y lo ponemos al servicio de la calidad de vida de todos los habitantes de un territorio, de la creación y la producción de conocimientos. Al hablar de desarrollo tenemos que garantizar la protección de los derechos culturales y la generación de prosperidad económica y social para todos los ciudadanos.
Por lo expuesto, es imprescindible que toda política de desarrollo nacional y regional sea profundamente sensible a la cultura misma. Esto implica que los organismos estatales responsables de este ámbito generen nuevos canales de comunicación con otros sectores de desarrollo del gobierno con el propósito de proveer de sentido a las políticas públicas, como también para establecer articulaciones que procuren la comprensión del desarrollo como un proceso cultural.
Al observar el panorama nacional podemos sostener que el sector cultural tiene poca o casi nula capacidad de influencia sobre las políticas de desarrollo. Por lo demás, no existen indicadores suficientemente adecuados para medir y evaluar el impacto de las políticas culturales que se han elaborado a nivel de cúpulas de poder. Es claro que las políticas culturales generadas en los últimos tiempos por el Estado chileno aún no logran consolidarse como políticas públicas, aunque se puede reconocer algunos avances con respecto a dos decenios atrás.
Por lo mismo, podemos concluir que en la medida que el sector cultural se fortalezca podremos garantizar que la cultura determine el rumbo del desarrollo y que, además, la cultura se configure como eje articulador de todas áreas de desarrollo.
En consecuencia, nos asaltan varias interrogantes: ¿Cómo lograr esta asociación entre los procesos participativos de formulación de políticas culturales y la toma de decisión política? ¿Es posible alcanzar una verdadera construcción participativa en la actual institucionalidad? ¿Qué acciones deben ejecutarse para formular políticas participativas y democráticas y que la inversión en cultura sea concebida como una inversión social primordial del Estado? ¿Qué cambios institucionales es preciso llevar a cabo dentro de los organismos públicos para garantizar que la cultura sea considerada no como un medio sino como el fin del desarrollo?
Estos son algunos de los tantos planteamientos que insisto están ausentes en la retórica de los actuales candidatos a las distintas instancias políticas. Entonces, el tópico del desarrollo se limita a una parcial propuesta de “generar más empleos”, “aumentar los impuestos” y “mayor inversión el sector público”, como si el desarrollo estuviera sustentado exclusivamente por la variable económica. Por supuesto, no vamos a negar la implicancia que ella tiene en el desarrollo y crecimiento social, pero no basta para sostener un desarrollo integral de la población.  Es necesario incluir a la educación, la cultura y la acción cultural en los ejes sobre los que se construye un desarrollo sostenible.
El desarrollo de una comunidad no puede ser concebido como un proceso de crecimiento sostenido de determinados indicadores económicos, sino a través de una visión global que también contemple la evolución de las capacidades humanas. Muchas teorías modernas de desarrollo han vuelto a considerar el rol de la cultura como otro elemento primordial que sostiene en el tiempo el crecimiento de las naciones.
Los bienes culturales no sólo expresan, cohesionan y dan continuidad a lo que somos como sociedad, sino que también son un factor estratégico para potenciar el crecimiento económico de una nación.
En la esfera regional es importante establecer que las estrategias regionales debieran propender a la  evolución de ciudades creativas, esto supone introducir nuevos lineamientos en los esquemas organizativos y de funcionamiento de los modelos de gestión urbana, con el fin de conseguir un desarrollo urbano sostenible para todos los ciudadanos. La cultura puede ser utilizada como un medio para posicionar, es decir, como imagen de la ciudad ligada a los valores culturales.
En el plano económico, la producción de la cultura también se presenta como una
alternativa a la alicaída industria nacional, teniendo en cuenta que las industrias creativa aportan riqueza económica y empleo. Teniendo en cuenta ambos roles de la cultura en la ciudad y considerando las sinergias que tiene con la actividad comercial, de ocio y servicios de la misma, podemos afirmar que además existe una constante retroalimentación entre ambos ejes de regeneración y desarrollo urbano. Es decir, la construcción de infraestructuras culturales y el apoyo a las industrias creativas, favorecería la recuperación de espacios postrados y la actividad creativa y cultural y, a la vez contribuiría a la vigorización de sus zonas comerciales y de ocio. Todo lo cual mejoraría la mirada externa positiva de una ciudad, que es una cualidad imprescindible para atraer visitantes, turistas, clientes e inversores. Del mismo modo, una imagen atractiva proyectada hacia el exterior, tiene necesariamente un impacto positivo en la percepción interior de las ciudades, que también mejoran su atractivo como lugar deseado para vivir, trabajar y relacionarse socialmente.
Tengo la lejana esperanza que algún político o funcionario público consciente (no aquellos mediocres que se dedican exclusivamente administrar fondos concursables), haga eco de estas ideas que en otras latitudes han beneficiado el desarrollo y crecimiento sostenible de todos los ciudadanos.
El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es  Antropólogo Social, Magíster en Educación Superior, Dramaturgo

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