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La centralidad de la dimensión moral del gesto final del presidente Allende

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«Yo tengo mucho respeto por el cargo de Presidente. Por respeto a mi propia dignidad de Presidente, no me veo en el exilio golpeando puertas. Pidiendo ayuda para algo que no supe defender o que no estuve dispuesto a defender hasta las últimas consecuencias.
«No es que yo no ame la vida. La vida me ha dado muchas satisfacciones. Soy un hombre que ha sabido disfrutar de ella. …Pero también entiendo que hay cosas superiores a esto
«.

Presidente Salvador Allende, Agosto de 1973

Nos parece altamente significativo que, tal como lo evidencian estas extraordinarias declaraciones, rescatadas del olvido gracias al periodista Ignacio González Camus,(1) el presidente Allende visualizara su situación, en la eventualidad de un alzamiento militar en contra de su gobierno, no desde un punto de vista centralmente político, como se lo ha entendido siempre, sino desde uno fundamentalmente moral. Es decir, Allende entendía su predicamento ante un Golpe de Estado como la elección entre vida y honor, o entre vida y dignidad. De allí que no tenga nada de sorprendente que estos conceptos morales, aparezcan en la cortante respuesta que, como a las diez de la mañana de aquel día, el Presidente le da por teléfono al alzado general Baeza, cuando éste lo conmina a rendirse: «Ustedes, como generales traidores que son, no conocen a los hombres de honor«. Y el segundo de aquellos conceptos es empleado por el Presidente, también, en las últimas palabras de su discurso final: «…o lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno, de un hombre que fue leal«.

Es claro que Allende, confrontado a la eventualidad de un Golpe, supo desde siempre que su elección no podía ser otra que su honor y dignidad, de hombre y de Presidente, siguiendo así el valeroso ejemplo del presidente Pedro Aguirre Cerda, el día 23 de agosto de 1939 en La Moneda, al enfrentar el alzamiento militar dirigido por el general Ariosto Herrera.(2)

Muchos, que no han comprendido el carácter centralmente moral de la conducta del Presidente aquel día trágico, han querido ver en ello la manifestación de una supuesta «tendencia suicida» suya, o un gesto puramente político.

Manuel Kant, uno de los más grandes filósofos morales de todos los tiempos, explica simple y claramente la valoración que se encontraba en la base del dilema moral de Allende el día del Golpe, de la siguiente forma:

«Porque la vida por sí misma no debe ser considerada como lo más alto. Yo debo aspirar a preservar mi propia vida solo mientras soy digno de vivirla».

«… hay mucho en el mundo que es más importante que la vida. Atenerse a la moralidad es mucho más importante. Es mejor sacrificar la vida que la moralidad de uno. Vivir no es una necesidad; pero vivir honorablemente mientras dura la vida es una necesidad. (3.)

No cabe duda, y Allende lo demostró a lo largo de su agitada vida no sólo con palabras, sino lo que es más importante, con hechos, que suscribía la misma posición moral en favor de la cual argumenta Kant en los pasajes recién reproducidos. Significativamente, ambos pasajes se encuentran en la sección titulada El suicidio, de sus Lecciones de Etica.

En una obra posterior y en un contexto diferente, Kant nos presenta aquella misma disyuntiva moral de una manera mucho más expresiva:

«… cada uno tiene la libertad de elegir entre la vida y los trabajos forzados; yo digo que el hombre de honor elige la muerte, mientras que el bellaco elige los trabajos forzados. … Porque el primero conoce algo que aprecia incluso más que la vida misma: es decir, el honor; mientras que el segundo prefiere una vida ignominiosa a no existir.»(4)

Nos parece un hecho digno de especial atención, que tanto algunos de sus partidarios que estuvieron hasta el final con el Presidente en La Moneda, como quienes han escrito importantes páginas sobre sus momentos finales, hayan sido enteramente ciegos ante el carácter centralmente moral de la decisión final del presidente Allende. He aquí tres ejemplos notables, entre quienes uno hubiera esperado otra cosa:

1. En una entrevista que la periodista Faride Zerán le hiciera al doctor Arturo Jirón, se destaca como título de aquella una frase suya, al parecer considerada como especialmente certera : «El suicidio de Allende fue un gesto político» (Revista Rocinante Santiago, No.58, Agosto de 2003, pág. 3.)

2. Por su parte, Carmen Castillo Echeverría declaró lo siguiente en una entrevista concedida hace algunos años a El Mercurio: «Allende pensaba que era posible llegar al Socialismo por la vía pacífica. Su confianza en la democracia fue total…, su acto de suicidarse fue un acto político magistral: está diciendo que la democracia vale su vida, aunque sea una utopía».(El Mercurio, 20 de octubre de 2007, entrevista de Raquel Correa).

3. El propio Tomás Moulian, que ha escrito tantas páginas brillantes sobre Allende, ignora enteramente la dimensión moral del gesto final del Presidente, cuando escribe: «El análisis global de la trayectoria de Salvador Allende… permite interpretar de manera adecuada el término de su vida. No fue éste un acto romántico que buscaba forzar una entrada heroica en la historia, ni tampoco un acto desesperado. Constituyó en realidad un gesto que prolonga la trayectoria de Allende como gran político realista. En medio de la desolación y la metralla supo buscar la mayor eficacia para su acto final». (Tomás Moulian, «Compañero Presidente», Le Monde Diplomatique, Septiembre, 2003, pág. 6.)

A nuestro juicio la visión que subyace a estas tres expresiones es incorrecta, y en su reduccionismo político, e incompletitud, es incapaz de explicar adecuadamente las verdaderas motivaciones de la conducta del Presidente Allende enfrentado a una situación límite el día 11 de septiembre, así como su decisión de resistir el Golpe en La Moneda. Pero esta última sólo puede ser cabalmente comprendida a partir de la postura moral de Allende. Por cierto, aquella decisión no fue adoptada en el último minuto, sino con meses de anticipación, como lo evidencia el siguiente testimonio:

Hurgando en sus recuerdos, Renato Moreau, uno de los responsables del Aparato Militar, señala: «A mediados de 1972, cuando se detecto el intento de Golpe de Estado promovido por el general [Alfredo] Canales [Márquez], la Comisión de Defensa se vio obligada a reexaminar la planificación, ante lo cual surgió el denominado Plan Santiago. Fue una determinación clave, pues se constató que la posibilidad del Golpe de Estado era ya una realidad que se debía enfrentar junto con la decisión de Allende de permanecer en La Moneda. El Presidente había rechazado la posibilidad de salir de la sede de gobierno para trasladarse a un Barretín VIP, desde donde se podría conducir, con posibilidades de éxito, la defensa del gobierno. Allende desechó una y otra vez las sugerencias de abandonar lo que consideraba el bastión democrático por excelencia. No hubo más alternativa que pensar en la defensa del gobierno desde La Moneda, y se consideró que el contingente debía defenderla mínimo un par de días».(5)

Allende sabía que parapetarse en La Moneda en caso de un Golpe no era, militarmente hablando, una buena elección, pero así lo decidió porque consideraba que aquel lugar era el único que estaba a la altura de su dignidad presidencial. Porque el viejo edificio de Toesca era «su puesto de mando, el centro del poder del estado, y el símbolo histórico del régimen institucional», como lo describe certeramente Joan Garcés.(6) De manera que La Moneda era como una suerte de objetivización del poder legítimo del presidente. De allí que la defensa del Palacio frente al ataque golpista era para Allende como un gran símbolo de la defensa de la legalidad presidencial ante la ilegitimidad golpista.

Pero la decisión de resistir hasta el final en La Moneda era algo más compleja de lo que hasta ahora se ha creído, porque fue contemplada por Allende como la alternativa final entre dos posibilidades, tal como lo declarara ante Gloria Gaitán en 1972:

«Cuando llegue el momento escogido por los golpistas para acabar con este Gobierno, tendré dos alternativas: si para entonces, parte de las Fuerzas Armadas y Carabineros están decididas a defender el gobierno, por ser el único constitucional, yo me iré a resistir a San Miguel, junto al pueblo. De lo contrario, si el golpe proviene unánimemente de todos los cuerpos armados, le pediré a las masas que no se movilicen para que no se inmolen inútilmente y yo combatiré hasta el final. De la Presidencia de Chile no saldré sino muerto, o al final del período por el cual he sido elegido».(7 )

Es decir, Allende tenía decidido con meses de anticipación que, en caso de un alzamiento militar generalizado en contra de su gobierno, lo enfrentaría en La Moneda, que no haría un llamamiento a sus partidarios civiles para que salieran a defender su gobierno, y que él combatiría hasta el final. Frase esta última que debe ser interpretada tanto en el sentido de que pudiera encontrar la muerte en combate, como en el sentido de que si aquello no llegaba a ocurrir se suicidaría antes de entregarse a los golpistas.

Como efectivamente ocurrió el día 11 de septiembre, Allende, que desconfiaba, y con mucha razón, de la capacidad militar de la izquierda para oponerse a un golpe unificado de las FF.AA, 1. no llamó al pueblo a defender a su gobierno porque anticipaba que aquello no sería más que una masacre; 2. combatió por más de cuatro horas, junto a un puñado de valientes partidarios, hasta que se les terminó el parque; y 3, luego de conminar a rendirse a aquellos que lo acompañaban, que de otra manera hubieran sido inútilmente masacrados, eligió la muerte por propia mano, antes de ser humillado por sus enemigos en su dignidad de hombre y de Presidente.

Como es manifiesto, lo central en estas tres decisiones del Presidente no se encuentra en su posible efecto político, ni militar, sino en su moralidad. Es decir, 1, en el respeto por la vida de sus partidarios, 2. en la defensa irrestricta de su dignidad de hombre y de Presidente, 3. y en el suicidio como la última salida moral posible enfrentado a una situación límite. Curiosamente, ha sido el brillo y la lucidez política e histórica del discurso final, la causa de que la mayoría de quienes han escrito sobre los últimos momentos de Allende hayan perdido casi enteramente de vista el sustrato moral de su conducta aquel trágico día.

No tenemos la menor duda que aquella fue la decisión moral y voluntad del presidente Allende: luchar hasta el final, y si no tenía otra salida, pegarse un tiro. Pero, ¿ocurrió efectivamente así? Casi 38 años después de los hechos aún no sabemos de manera inapelable y categórica cómo murió Allende. Los insospechados descubrimientos y conclusiones de la investigación metaforense del doctor Luis Ravanal han terminado por minar toda confianza pública en las versiones de la muerte del Presidente que han venido circulando hasta ahora.

Por desgracia, la investigación judicial en curso no nos ofrece ninguna garantía de que llegue a establecerse «más allá de toda duda razonable» la forma exacta en que murió el Presidente. Porque, descontando a los médicos militares que han fallecido, los encargados de evaluar hoy el informe del examen post mortem de los restos del Presidente, hecho en 1973, así como de hacer un nuevo examen pericial de aquellos restos, son parte del mismo equipo que, hace casi 38 años, actuando por ordenes de Pinochet, procedió a hacerle la autopsia al cuerpo de Allende y, posteriormente, redactó y firmó un informe que fue mantenido en secreto por 17 años, y que sólo llegó a ser públicamente conocido al ser revelado por la periodista Mónica González en el 2000.

Estos graves hechos, que hemos denunciado antes, descalifican «a priori» al doctor José Luis Vásquez y a todos los miembros del Servicio Medico Legal, o a cualquier otro perito, chileno o extranjero, que participe en la presente investigación judicial de la muerte de Allende que pudiera estar asociado con él, y privarán de toda objetividad y credibilidad sus eventuales resultados y conclusiones.
18 de mayo del 2011.

Si le intereso este artículo, le recomendamos leer: ¿Podemos confiar en la investigación judicial de la muerte del presidente Allende?

Notas:

1. Ignacio González Camus, El día en que murió Allende, pág. 404, Santiago, CESOC, Ediciones ChileAmérica, primera edición de 1988.

2. En su extraordinario discurso del 14 de abril de 1970, en el templo de la Gran Logia de Chile, Allende dirá que el Ariostazo («La firmeza serena de la dignidad hecha hombre») fue aplastado, sin disparar un solo tiro, gracias a la decidida acción de las masas populares y sus partidos y: «… por la actitud moral de firmeza de un Hermano [es decir, del Presidente Aguirre Cerda] que tuvo siempre sentido de la dignidad del cargo que desempeñaba«. Véase: Juan Gonzalo Rocha, Allende, Mason. La visión de un profano, Santiago, Editorial Sudamericana, 2000, pág. 35.

3. Immanuel Kant, Lectures on Ethics (1780-1781), Louis Infield (Transl.), New York: Harper & Row Publishers, 1963, págs 150 y 152.

4. Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres (1797), Barcelona, Ediciones Altaya, 1996, pág. 169.

5. Joan A. Garcés, Allende y la experiencia chilena. Las armas de la política, Santiago, Ediciones BAT, 1990, pág. 377.

6. Patricio Quiroga Z., Compañeros. El GAP: la escolta de Allende, Santiago, Aguilar Chilena de Ediciones, 2001, pág 82.

7. Citado por Eduardo Labarca, en su: Allende. Biografía Sentimental, pág. 319, del libro de Gloria Gaitán, titulado: El Compañero Presidente, Bogotá, Editorial Colombia Nueva, 1973

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