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6 de agosto: El día del genocida impune

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¿Qué conmemoramos hoy, a lo ancho y largo del mundo? ¿Conmemoramos una bomba atómica? ¿Conmemoramos el primer ensayo en humanos de la más mortífera arma creada hasta entonces? ¿Conmemoramos los aplausos de victoria de los marines del Augusta que acompañaban al presidente Truman quien, temeroso de las consecuencias de su decisión, abordaba la embarcación y huía de tierra firme?

Hablamos de Hiroshima, hablamos de Nagasaki. Estamos hablando del acto de genocidio más descarado que ha conocido la historia y, sin embargo, el que más han difundido los medios de comunicación. Hablamos de la fotografía de un hongo atómico, hablamos de la escasa presencia de imágenes de las víctimas. Hablamos otra vez de un genocidio tratado de forma aséptica e indolora por los medios de comunicación, porque creen que mientras más lejos de ese hecho nos mantengan, menos argumentos encontraremos para entender el fondo del asunto. Porque de eso se trata el periodismo oficial, de desviar la atención, de pregonar el catecismo del orden mundial, de sobrecargarnos de información inútil para que dejemos de ver más allá de nuestras narices. Entre otras cosas nos están cambiando el vocabulario y lo que ayer entendíamos por paz hoy ya no lo es, ni lo que entendíamos por libertad, derechos civiles, derechos humanos, violencia o incluso guerra. Y nos están disfrazando la realidad con eufemismos, porque los noticieros son como los quirófanos y deben permanecer estériles, es decir, sin imágenes ni palabras que retraten la crudeza de los hechos. A fin de cuentas, la teoría televisiva dice que lo que no se ve en la pantalla, no existe.

Detrás del eufemismo "bomba atómica de Hiroshima" hay más de cien mil muertes en menos de tres segundos, hay al menos cien mil víctimas más en los días posteriores. También hay miles más que, sobreviviendo milagrosamente a la devastación y ciegos de sed, bebían la lluvia negra que cayó sobre las ruinas, lluvia que contenía restos del material radiactivo, que les hizo contaminarse, agonizar largamente o sobrevivir contaminados y contaminar al menos a dos generaciones sucesivas.

Hablamos del día de la paz, de la campana cuyo tañido hace pensar en la muerte y en la urgente necesidad de prescindir de armamentos de tal magnitud. De la estupidez de la guerra, de la cruel lógica de la aniquilación, de la ley del ojo por ojo. Hablamos de una bomba con el equivalente a 20 mil toneladas de dinamita. Hablamos de las víctimas, todo el mundo hoy habla de las víctimas.

Pero, ¿habla alguien de los victimarios? No. Hábilmente han conseguido ocultarse tras estos cadáveres, otra vez. Y han aprendido a hacerlo, con armas sofisticadas, con argumentos ridículos o descaradamente falsos. Se han ocultado tras los cadáveres de Saigón y tras los de Bagdad, y tras los de Santiago, de Asunción, de Kabul, de Buenos Aires… Hábiles a la hora de ocultar y de complotar, de intervenir y devastar. ¿Cuántas toneladas de bombas han caido sobre Irak? ¿Cuántas generaciones han resultado contaminadas hasta hoy por el agente naranja en Vietnam? ¿Cuántas generaciones destruirán con el uranio empobrecido que han arrojado en Afganistán?

Nosotros, quienes provenimos de pueblos que han sufrido dictaduras, que han sido intervenidos por los gobiernos genocidas de los Estados Unidos, sabemos que la paz no es posible sin la justicia. Y esta justicia no puede llegar mientras no se ponga el nombre correcto a estas atrocidades y mientras el gobierno que más muertes ha sembrado en el mundo no acepte someterse al arbitrio de la Corte Penal Internacional.

El genocida ya no se oculta, está a plena luz, y quiere convencernos de que la causa es justa, como lo intentó después de ver los efectos de Hiroshima, explicando casi alegremente que fue "la bomba que acabó con la guerra". La bestia hoy se llama terrorismo, como en Hiroshima se llamó guerra. Y dicen que se oculta en cuevas de Afganistán y cree en Alá, pero sabemos que aparece casi a diario en los noticieros y tiene múltiples caras: antes fue un mediocre actor de cine de Hollywood, luego fue uno que de tan progresista que se autoproclamaba tuvo de amante a una becaria, y hoy es uno que antes se embriagaba con alcohol y hoy, redimido y mesiánico, se embriaga de poder.

A sesenta años de la masacre de mas de doscientas mil personas en Hiroshima, no podemos perder de vista que no fue el único ni el último intento de convencernos de que tienen el poder y lo van a usar, por inmoral que sea la forma en que decidan usarlo. Porque hablamos también del gobierno que convierte sus industrias, basuras y contaminación en desgracia planetaria.

Hoy mismo se están quemando en promedio 500 hectáreas de bosque por cada incendio desatado en Portugal, Francia y España. Los bosques están resecos a causa de las escasas lluvias del invierno pasado, los embalses se mantienen a un 30% de su capacidad total, y aún quedan casi dos meses de verano. Oficialismo y oposición se culpan ante los graves incendios, se arrojan encima la poca preparación, la falta de medios, la demora en la respuesta. Pero nadie hoy se pregunta la causa real de la escasez de lluvias ni de las temperaturas cada vez más altas en verano, para eso se han inventado los eufemismos "calentamiento global" o "efecto invernadero". Como idiotas discuten oficialismo y oposición, tratando de tapar el sol con un dedo, sin querer ver que hoy las formas de dominación del Imperio no son solamente militares, son mercantiles, son políticas, son medioambientales. Mientras no seamos capaces de verlo y combatirlo, seguiremos colaborando con el genocida y su estrategia, y seguiremos conmemorando sin saber bien qué conmemorar.

Hoy, 6 de agosto, sigue siendo el día del genocida impune. A no olvidar.

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